jueves, 3 de octubre de 2013
Reseña: Erebos
Título: Erebos.
Autor: Ursula Poznanski.
Editorial: Alfaguara
Páginas: 504
Sipnosis: En una escuela de Londres circula un misterioso juego informático llamado Erebos. Copias piratas pasan secretamente de un alumno a otro provocando una fuerte adicción entre los estudiantes. Las reglas son muy estrictas: debes jugar siempre solo, tienes una única oportunidad y no puedes hablar con nadie sobre ello. Quien no las cumple o no termina una misión se queda fuera y no puede volver a intentarlo. Solo hay un pequeño inconveniente: Erebos es mucho más que un simple juego informático y las pruebas que exige no deben ser realizadas en ese escenario sino en la vida real. El límite entre la realidad y el mundo virtual empieza a desaparecer peligrosamente? Si estás dentro serás cómplice. Si estás fuera, no podrás evitar lo peor.
No puedo recordar cuánto tiempo llevaba el libro encima del armario, soportando el peso de otro libro de Agatha Christie que saqué de su sitio y no comencé a leer y el de una taza que ha adoptado el aburrido trabajo de guardar bolígrafos en su interior. Seguramente fueran meses, bastantes, creo que en verano ya estaba allí, y en todo ese tiempo se había convertido en un elemento común en el salón, tan común que ya nadie se fijaba en él, nadie se extrañaba de que estuviera allí cuando debería estar ocupando alguna estantería o las manos de uno de nosotros.
La cuestión es que, de pronto, un día me empecé a fijar en él: en ese ojo negro que te mira desde la portada y en ese color rojo que la teñía solo en parte, haciendo parecer que se había visto bastantes veces dentro de una lavadora. Y además recordé su resumen, que me había llamado la atención meses atrás cuando mi hermano se lo compró y prometió que si al final del verano no se lo había acabado, me lo podría leer yo.
Pues bien, a principios de Octubre él y mi padre lo habían empezado y se encontraba entre sus lecturas pendientes, pero efectivamente el verano había terminado y me tocaba a mí comenzarlo.
Seguramente fue la mejor decisión del día.
Erebos es uno de esos libros que apasionan, de esos que los coges y las páginas pasan y pasan sin que tú te des apenas cuenta, desde la saga de Los juegos del hambre no me había pasado lo mismo.
Es adictivo, tanto como el juego del que habla. Lo dejaba cerrado y al minuto siguiente ya lo había vuelto a abrir, recuerdo que en un momento me preocupé, comparando la adicción de los personajes al famoso DVD con la que yo tenía al libro.
Los que busquen difíciles metáforas y grandes elementos poéticos no los van a encontrar aquí, eso está claro, la forma de expresarse de la autora es sencilla y fácil de leer pero aun así logra que acompañemos al protagonista durante todo el recorrido y vayamos notando cómo el vicio va mostrando sus diferentes fases y sus capas más oscuras.
Te hace pensar bastante y, si no, por lo menos hace que vivas (por que lo vives) una realidad que actualmente hace mella en muchas personas de nuestra sociedad atestada de Play, X-box, Nintendo, PC y un larguísimos etcétera que yo no conozco, pero que ahí está. Existe un límite entre la sana diversión y la preocupante adicción, y cruzarle puede ser muy malo y enfermizo. Cuando tu vida se encuentra tras la pantalla la realidad deja de tener sentido, las consecuencias que se puedan dar en el mundo real, lo que ocurre en él, dejan de valer, solo cuenta lo que tú consideras real (que evidentemente no es lo que el resto del mundo considera) y el resto importa muy poco porque al fin y al cabo para ti tu vida está en el juego, y no en el mundo exterior.
Para ir terminando me gustaría hacer mención a Nick - nuestro protagonista - y a sus momentazos "Emily" que me han llenado de una ternura y un cariño que no recuerdo en ningún otro libro (pero tranquilos a los que no os gustan estas cosas, porque tampoco son tantos ni tan largos). También a Adrian McVay, uno de los personajes, a quien me encantaría poder hacer pequeñito y llevarme a todos lados en el bolso para poder disfrutar en todos lados de lo adorable que me ha parecido.
martes, 1 de octubre de 2013
Coven.
El sonido de sus pisadas retumba en el pavimento y se hace eco en las paredes. Continuo y ensordecedor, parece perseguirle en su desesperada carrera viajando a través de los muros semiderruidos de piedra.
No es el único.
Corre desesperado, ha dejado de estar alerta por lo que avanza tras él, necesita encontrar la salida del edificio en ruinas que ahora recorre pero las paredes se cruzan donde menos se lo espera y los pasillos parecen no tener fin. El lugar no parecía tan laberíntico desde fuera, ni tan grande.
Es imposible que sea tan grande.
Es cosa de ellas.
El viento comienza a soplar, frío y furioso, y proporciona frescor a su cuerpo ardiendo por el esfuerzo. Los muros son altos, pero están caídos y no sostienen ningún techo, mostrando en su lugar los altos árboles del bosque alzados hacia el oscuro cielo nocturno, solitario sin una luna que le acompañe.
Se permite sólo un segundo para contemplarlos. Con sus copas imponentes y gruesas ahora le parecen un buen sitio para esconderse. Ojalá estuviera allí ahora, ojalá nunca hubiera visto aquel maldito lugar, ojalá...
Aquel olor, otra vez. Resulta increíble lo poco que ha durado y lo bien que lo recuerda. Putrefacción, muerte, abandono, un aroma que actuaba como alarma: "no te acerques..." "huye..." "antes de que te vean..., antes de que te huelan..., antes de que te noten...". A cada paso, más claro; cuanto más cerca, más desesperados y urgentes sus gritos; una última advertencia inútil cuando ya fue demasiado tarde...
Le vieron, le olieron, le notaron... vestidas de negro, como sombras corpóreas, tan solo un segundo y estaba perdido, miradas oscuras, bocas humeantes... Solo pudo huir. Escapar, sin parar, sin mirar atrás, no existe otra posibilidad.
Los pulmones arden, el aire quema, respirar cuesta, las piernas fallan, las zancadas tiemblan, el costado duele, el cuerpo se dobla... No puede más, sus fuerzas se rinden, tropieza, cae.
Tan solo un segundo de distracción, no puede permitirse más.
Pero tan solo un segundo es demasiado tarde.
Desaparecen los árboles, escondidos tras un techo que de pronto se interpone frente a ellos; nota las paredes que se alzan sin aviso a su alrededor, provocando frío en vez de proporcionar calor; al levantar la mirada no reconoce dónde está: tropezó en un pasillo en ruinas y se levanta en una imponente celda.
Quizás haya vías de escape pero no las ve, jamás las verá. No hay puertas, ventanas ni accesos a su vista. Ante él, sombras. Una, dos, tres...
Le rodean, sus risas estridentes alzándose entre las paredes que las multiplican con su eco. Están contentas, han atrapado a su presa, ninguna escapa.
Se marea, se ahoga, las sombras danzan y giran sin parar, como un torbellino que le ha cazado y nunca frena... y de pronto se detiene.
Ante él, de pronto, unos ojos amarillos, una sonrisa negra, un deseo macabro en un diabólico rostro...
Y oscuridad.
No es el único.
Corre desesperado, ha dejado de estar alerta por lo que avanza tras él, necesita encontrar la salida del edificio en ruinas que ahora recorre pero las paredes se cruzan donde menos se lo espera y los pasillos parecen no tener fin. El lugar no parecía tan laberíntico desde fuera, ni tan grande.
Es imposible que sea tan grande.
Es cosa de ellas.
El viento comienza a soplar, frío y furioso, y proporciona frescor a su cuerpo ardiendo por el esfuerzo. Los muros son altos, pero están caídos y no sostienen ningún techo, mostrando en su lugar los altos árboles del bosque alzados hacia el oscuro cielo nocturno, solitario sin una luna que le acompañe.
Se permite sólo un segundo para contemplarlos. Con sus copas imponentes y gruesas ahora le parecen un buen sitio para esconderse. Ojalá estuviera allí ahora, ojalá nunca hubiera visto aquel maldito lugar, ojalá...
Aquel olor, otra vez. Resulta increíble lo poco que ha durado y lo bien que lo recuerda. Putrefacción, muerte, abandono, un aroma que actuaba como alarma: "no te acerques..." "huye..." "antes de que te vean..., antes de que te huelan..., antes de que te noten...". A cada paso, más claro; cuanto más cerca, más desesperados y urgentes sus gritos; una última advertencia inútil cuando ya fue demasiado tarde...
Le vieron, le olieron, le notaron... vestidas de negro, como sombras corpóreas, tan solo un segundo y estaba perdido, miradas oscuras, bocas humeantes... Solo pudo huir. Escapar, sin parar, sin mirar atrás, no existe otra posibilidad.
Los pulmones arden, el aire quema, respirar cuesta, las piernas fallan, las zancadas tiemblan, el costado duele, el cuerpo se dobla... No puede más, sus fuerzas se rinden, tropieza, cae.
Tan solo un segundo de distracción, no puede permitirse más.
Pero tan solo un segundo es demasiado tarde.
Desaparecen los árboles, escondidos tras un techo que de pronto se interpone frente a ellos; nota las paredes que se alzan sin aviso a su alrededor, provocando frío en vez de proporcionar calor; al levantar la mirada no reconoce dónde está: tropezó en un pasillo en ruinas y se levanta en una imponente celda.
Quizás haya vías de escape pero no las ve, jamás las verá. No hay puertas, ventanas ni accesos a su vista. Ante él, sombras. Una, dos, tres...
Le rodean, sus risas estridentes alzándose entre las paredes que las multiplican con su eco. Están contentas, han atrapado a su presa, ninguna escapa.
Se marea, se ahoga, las sombras danzan y giran sin parar, como un torbellino que le ha cazado y nunca frena... y de pronto se detiene.
Ante él, de pronto, unos ojos amarillos, una sonrisa negra, un deseo macabro en un diabólico rostro...
Y oscuridad.
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