lunes, 11 de noviembre de 2013

New hope

No sabes que va a pasar mañana, ni pasado.
Bueno, pensándolo mejor, no lo sabes con exactitud, porque en el fondo sí lo conoces: rutina, más rutina, aderezada con unas risas y alguna nueva anécdota que contar, pero casi lo mismo que la semana pasada.
Entonces, ¿qué es esa sonrisa en tu cara?, ¿qué son esas ganas locas de que llegue mañana?, ¿qué es esa sensación de que todo estará lleno de color y de alegría?
Sí, es él. Él con sus eternas charlas sobre cualquier cosa, con ese humor que puede llegar a sacarte de quicio, con todos sus detalles, con su simple presencia. Él que sin quererlo te llena de esa sensación tan extraña, de esa sensación de tranquila alegría, de que todo a su lado va a ser más feliz. Y por eso, porque todo con él es más feliz, quieres estar siempre a su lado.
Toda conversación es poca y todo momento a solas con él se vuelve efímero, todo detalle es un tesoro más y todo abrazo es insuficiente.
Lo necesitas cerca, lo sabes. Lo sabes porque o pierdes la oportunidad de rozarle, porque te encantan sus abrazos porque despedirte de él se hace cada día un poco más duro.
No vas a decir que le quieres, no tan pronto, es demasiado  prematura y tú estás demasiado insegura. Todo a su tiempo.
Y sí, sabes que eso nunca lo has cumplido, que siempre has sido más de ir volando, pero esta vez es especial.
Igual que él.

jueves, 3 de octubre de 2013

Reseña: Erebos


Título: Erebos.
Autor: Ursula Poznanski.
Editorial: Alfaguara
Páginas: 504
Sipnosis: En una escuela de Londres circula un misterioso juego informático llamado Erebos. Copias piratas pasan secretamente de un alumno a otro provocando una fuerte adicción entre los estudiantes. Las reglas son muy estrictas: debes jugar siempre solo, tienes una única oportunidad y no puedes hablar con nadie sobre ello. Quien no las cumple o no termina una misión se queda fuera y no puede volver a intentarlo. Solo hay un pequeño inconveniente: Erebos es mucho más que un simple juego informático y las pruebas que exige no deben ser realizadas en ese escenario sino en la vida real. El límite entre la realidad y el mundo virtual empieza a desaparecer peligrosamente? Si estás dentro serás cómplice. Si estás fuera, no podrás evitar lo peor.



No puedo recordar cuánto tiempo llevaba el libro encima del armario, soportando el peso de otro libro de Agatha Christie que saqué de su sitio y no comencé a leer y el de una taza que ha adoptado el aburrido trabajo de guardar bolígrafos en su interior. Seguramente fueran meses, bastantes, creo que en verano ya estaba allí, y en todo ese tiempo se había convertido en un elemento común en el salón, tan común que ya nadie se fijaba en él, nadie se extrañaba de que estuviera allí cuando debería estar ocupando alguna estantería o las manos de uno de nosotros.
La cuestión es que, de pronto, un día me empecé a fijar en él: en ese ojo negro que te mira desde la portada y en ese color rojo que la teñía solo en parte, haciendo parecer que se había visto bastantes veces dentro de una lavadora. Y además recordé su resumen, que me había llamado la atención meses atrás cuando mi hermano se lo compró y prometió que si al final del verano no se lo había acabado, me lo podría leer yo.
Pues bien, a principios de Octubre él y mi padre lo habían empezado y se encontraba entre sus lecturas pendientes, pero efectivamente el verano había terminado y me tocaba a mí comenzarlo.
Seguramente fue la mejor decisión del día.
Erebos es uno de esos libros que apasionan, de esos que los coges y las páginas pasan y pasan sin que tú te des apenas cuenta, desde la saga de Los juegos del hambre no me había pasado lo mismo.
Es adictivo, tanto como el juego del que habla. Lo dejaba cerrado y al minuto siguiente ya lo había vuelto a abrir, recuerdo que en un momento me preocupé, comparando la adicción de los personajes al famoso DVD con la que yo tenía al libro.
Los que busquen difíciles metáforas y grandes elementos poéticos no los van a encontrar aquí, eso está claro, la forma de expresarse de la autora es sencilla y fácil de leer pero aun así logra que acompañemos al protagonista durante todo el recorrido y vayamos notando cómo el vicio va mostrando sus diferentes fases y sus capas más oscuras.
Te hace pensar bastante y, si no, por lo menos hace que vivas (por que lo vives) una realidad que actualmente hace mella en muchas personas de nuestra sociedad atestada de Play, X-box, Nintendo, PC y un larguísimos etcétera que yo no conozco, pero que ahí está. Existe un límite entre la sana diversión y la preocupante adicción, y cruzarle puede ser muy malo y enfermizo. Cuando tu vida se encuentra tras la pantalla la realidad deja de tener sentido, las consecuencias que se puedan dar en el mundo real, lo que ocurre en él, dejan de valer, solo cuenta lo que tú consideras real (que evidentemente no es lo que el resto del mundo considera) y el resto importa muy poco porque al fin y al cabo para ti tu vida está en el juego, y no en el mundo exterior.
Para ir terminando me gustaría hacer mención a Nick - nuestro protagonista - y a sus momentazos "Emily" que me han llenado de una ternura y un cariño que no recuerdo en ningún otro libro (pero tranquilos a los que no os gustan estas cosas, porque tampoco son tantos ni tan largos). También a Adrian McVay, uno de los personajes, a quien me encantaría poder hacer pequeñito y llevarme a todos lados en el bolso para poder disfrutar en todos lados de lo adorable que me ha parecido.








martes, 1 de octubre de 2013

Coven.

El sonido de sus pisadas retumba en el pavimento y se hace eco en las paredes. Continuo y ensordecedor, parece perseguirle en su desesperada carrera viajando a través de los muros semiderruidos de piedra.
No es el único.
Corre desesperado, ha dejado de estar alerta por lo que avanza tras él, necesita encontrar la salida del edificio en ruinas que ahora recorre pero las paredes se cruzan donde menos se lo espera y los pasillos parecen no tener fin. El lugar no parecía tan laberíntico desde fuera, ni tan grande.
Es imposible que sea tan grande.
Es cosa de ellas.
El viento comienza a soplar, frío y furioso, y proporciona frescor a su cuerpo ardiendo por el esfuerzo. Los muros son altos, pero están caídos y no sostienen ningún techo, mostrando en su lugar los altos árboles del bosque alzados hacia el oscuro cielo nocturno, solitario sin una luna que le acompañe.
Se permite sólo un segundo para contemplarlos. Con sus copas imponentes y gruesas ahora le parecen un buen sitio para esconderse. Ojalá estuviera allí ahora, ojalá nunca hubiera visto aquel maldito lugar, ojalá...
Aquel olor, otra vez. Resulta increíble lo poco que ha durado y lo bien que lo recuerda. Putrefacción, muerte, abandono, un aroma que actuaba como alarma: "no te acerques..." "huye..." "antes de que te vean..., antes de que te huelan..., antes de que te noten...". A cada paso, más claro; cuanto más cerca, más desesperados y urgentes sus gritos; una última advertencia inútil cuando ya fue demasiado tarde...
Le vieron, le olieron, le notaron... vestidas de negro, como sombras corpóreas, tan solo un segundo y estaba perdido, miradas oscuras, bocas humeantes... Solo pudo huir. Escapar, sin parar, sin mirar atrás, no existe otra posibilidad.
Los pulmones arden, el aire quema, respirar cuesta, las piernas fallan, las zancadas tiemblan, el costado duele, el cuerpo se dobla... No puede más, sus fuerzas se rinden, tropieza, cae.
Tan solo un segundo de distracción, no puede permitirse más.
Pero tan solo un segundo es demasiado tarde.
Desaparecen los árboles, escondidos tras un techo que de pronto se interpone frente a ellos; nota las paredes que se alzan sin aviso a su alrededor, provocando frío en vez de proporcionar calor; al levantar la mirada no reconoce dónde está: tropezó en un pasillo en ruinas y se levanta en una imponente celda.
Quizás haya vías de escape pero no las ve, jamás las verá. No hay puertas, ventanas ni accesos a su vista. Ante él, sombras. Una, dos, tres...
Le rodean, sus risas estridentes alzándose entre las paredes que las multiplican con su eco. Están contentas, han atrapado a su presa, ninguna escapa.
Se marea, se ahoga, las sombras danzan y giran sin parar, como un torbellino que le ha cazado y nunca frena... y de pronto se detiene.
Ante él, de pronto, unos ojos amarillos, una sonrisa negra, un deseo macabro en un diabólico rostro...
Y oscuridad.


jueves, 29 de agosto de 2013

Mireya.

Llegó a casa, otra tarde más, sin ganas de nada.
Con los ojos teñidos de rojo y las mejillas empapadas por las lágrimas arrojó la mochila sobre la cama con todo el odio del que fue capaz, como si ella tuviera la culpa de su pesar.
Ella no tenía la culpa de nada. Su mochila no le había hecho daño nunca -cosa de la que podían enorgullecerse muy pocos- pero recibía todos los golpes que el pobre Raúl deseaba dar para defenderse aunque nunca lograba asestar.
Era pequeño para su edad y bastante flacucho. Frente a los niños de su clase, que le sacaban una cabeza y cuyos brazos comenzaba a adquirir un grosor considerable él, con su baja estatura y sus bracitos delgados, se sentía débil y pequeño. Los chavales lo sabían y se aprovechaban de ello para divertirse en los descansos y recreos mediante todo tipo de procedimientos crueles que desgastaban a Raúl cada vez un poco más.
Desde el curso pasado cada día era igual: llegaba al colegio y sus compañeros, sin perder un minuto, comenzaban a poner en práctica su arsenal, cada día más variado, de burlas y golpes que "por lo menos" nunca dejaban marca. Después de siete horas intentando pasar lo más desapercibido posible volvía a su casa donde nunca había nadie. Comía solo y por la tarde pasaba el tiempo estudiando, viendo la tele o jugando con sus videojuegos, pero siempre en solitario. Sus padres pasaban el día trabajando y regresaban tarde a casa, entrada la noche. Durante las pocas horas que pasaban juntos no solían hablar de cosas importantes y Raúl nunca se había atrevido a contarles su problema no por falta de confianza, sino por vergüenza ante el hecho de que sus padres supieran que su hijo era el "pringado" con el que todos podían en clase.
Sin embargo existía un pequeño pero gran detalle que en los últimos meses había marcado la diferencia en su rutina. Ese acontecimiento, desde que sucedió por primera vez, se había convertido en prácticamente lo único bueno que le sucedía a Raúl cada día. El pequeño no era consciente de ello, pero se había estado acercando cada día un poco más al límite en el que las personas pasan a cometer las denominadas "locuras" hasta que ese buen día se encerró en el baño.
Era Septiembre y el nuevo curso acababa de empezar. Ese día Raúl regresó, llorando y abatido, tras descubrir que las malas intenciones y la crueldad de sus compañeros no se habían derretido con el calor del verano al igual que los helados que constantemente veía venderse en las calles.
Cuando cruzó el umbral del vestíbulo esperaba encontrarse la casa vacía como de costumbre pero no era así: su madre llevaba encontrándose mal toda la mañana y al mediodía había tomado la decisión de pasar el resto del día en cama. Nada mas oír su voz se sintió acorralado. No quería que su madre le viera en ese estado, con lágrimas en los ojos y cara triste, porque entonces se preocuparía y le preguntaría que le pasaba y el tendría que confesarle que su hijo o era más que un pobre pardillo sin fuerzas para enfrentarse a sus compañeros de clase.
De modo que corrió al baño con la intención de llorar las últimas las últimas lágrimas y limpiarse la cara para poder encontrarse con su madre. Delante del espejo lloró desconsolado algunos minutos miró el cristal para examinar su reflejo.
Pero no lo encontró.
Quien le devolvía la mirada no era él, sino una niña que jamás había visto.
Paralizado, no fue capaz de moverse para huir ni de emitir algún sonido para gritar. Sencillamente se quedó allí, de pie frente al espejo, moviendo los brazos para ver si ella imitaba sus movimientos obteniendo como respuesta solamente una expresión extrañada y un saludo con la mano por parte de la pequeña.
Parecía dulce, demasiado como para ser una de esas niñas fantasmas que movían cuchillos, gritaban sin motivo y aparecían en la mayoría de historias de miedo que Raúl conocía así que probó a hablar con ella. Le preguntó su nombre y por qué estaba allí y ella le respondió. No hablaba, sólo movía el dedo frente a ella, como si escribiera en el aire, y la respuesta aparecía clara en el espejo antes de desvanecerse.
Se llamaba Mireya, y estaba allí para ser su amiga.
A pesar de todo, a Raúl le gustó la respuesta. No sabía qué estaba pasando ni cómo había llegado aquella extraña niña allí pero la parte de él que le aconsejaba asustarse se vio superada por la palabra "amiga" escrita en el espejo.
Desde entonces hasta aquel día habían transcurrido ya cerca de dos meses. Dos meses durante los cuales había visitado tantas veces a Mireya que era incapaz de contar cuantas, y ese día era perfecto para engrosar la lista un poco más.
Después de arrojar la mochila se quitó el uniforme -no podía esperar a ver a su amiga, pero su madre se ponía histérica si le veía aún con el uniforme cuando llegaba a casa- y se puso su chándal favorito. Corriendo, se metió en el baño y tras asegurarse de que el cerrojo estaba bien echado se volvió al espejo y susurró su nombre.
- Mireya...
Pasaron un segundo, dos, tres y entonces la silueta de la niña comenzó a dibujarse. Lo último que se hizo visible fue su rostro, en el que lucía una amable sonrisa.
Él se la devolvió, feliz de verla de nuevo.




domingo, 4 de agosto de 2013

Si dibuja su sonrisa, eres su objetivo.

Se sienta en la barra, fría y atenta, como todas las noches de caza.
Vestida de negro, con los ojos oscuros alerta y los labios teñidos de rojo, repasa el bar en busca de su próxima víctima. No tiene éxito, aún es algo pronto.
Hace una seña al camarero que sólo con mirarla ya sabe lo que quiere, ella es un cliente habitual y está tan acostumbrado a verla por allí que ya sabe lo que desea.
Y no sólo hablando de bebida.
Todo el que frecuente el bar la ha visto alguna vez: siempre impecable, siempre con su magnético atractivo, siempre con su brillo inteligente y astuto en la mirada, buscando algún desprevenido caballero del que disfrutar durante los próximos días, o sólo esa noche.
Dicen de ella que es la heredera del asesino del beso, que aprendió de él en circunstancias que nadie conoce y que ahora aprovecha sus técnicas para disfrutar de la noche dejando a sus amantes vivos cuando desaparece para no volver a verles; dicen los más fantasiosos que el diablo la visitó una vez y, fascinado por su belleza, le mostró los oscuros secretos que sólo los siervos del mal poseen y que les permiten atraer a los inocentes mortales a su lado hasta que para ellos es demasiado tarde; dicen también que ella no duerme, que por la mañana planea sus movimientos y por la noche os consuma, sirviéndose únicamente de dos o tres horas de sueño para no terminar sucumbiendo.
Todos dicen, todos alimentas rumores y leyendas, pero ninguno la conoce. Nadie sabe nada con certeza, ningún parroquiano del pequeño bar se ha atrevido nunca ha hablar con ella y en aquel lugar ella nunca ha hablado con nadie si con ello no quería conquistar o tomar un trago.
Incluso su nombre es sólo una creencia en el lugar, Lena dicen que se llama. Alguien la escuchó decirlo en una conversación espiada hace tiempo y lo difundió entre sus conocidos, quienes a su vez lo comentaron entre amigos y camareros convirtiendo el dato en un nuevo rumor que añadir a una lista que crece considerablemente.
No tiene amigos, o por lo menos no viven cerca. Ella siempre viene sola y quienes dicen haberla visto por la calle nunca mencionan a ningún acompañante. Es una loba solitaria, comentan, es la tentación personificada envuelta en un velo que esconde todos sus secretos. Ella es un droga letal, un arma a la que nunca se ha visto fallar. Hasta la fecha, estas paredes no han sido testigos de ningún hombre que se haya resistido a sus encantos.
Entre los clientes corre un dicho. Dos frases que, como los cuentos populares, no tienen un autor pero son conocidas y declamadas por todos:

"Si dibuja su sonrisa mirándote, eres su objetivo. Si te das cuenta de ello, has caído"

La puerta del bar se abre para permitir el paso a un joven. Nadie le ha visto antes, nunca ha entrado allí. Es atractivo y parece ingenuo, algunos de los clientes ya intuyen lo que va a pasar antes de que ocurra.
El muchacho no la ha visto, pero ya ha llamado la atención de Lena. Se ha sentado en una mesa arrinconada servida de dos asientos, lo que es perfecto. Ella dibuja su sonrisa, la astucia y el encanto asoman a sus ojos. Bebida en mano, se acerca a su objetivo bajo la atenta mirada de todos.
Él se percata de su presencia cuando ya está a su lado, lo primero en lo que se fija es en su sonrisa rojo intenso.
- Hola, ¿te importa si me siento contigo?

http://www.youtube.com/watch?v=9MAX0oi24S4


sábado, 3 de agosto de 2013

Eternamente.

El parque lleva cerrado años, se cae a pedazos y se oxida mientras la gente del pequeño pueblo junto a la costa se olvida de él. Ni siquiera los padres de los niños que hoy juegan en el paseo marítimo y en las calles protegidas por pintorescas casitas blancas pueden decir que alguna vez hayan subido y bajado en su montaña rusa, gritado en la casa del terror o devorado algodón de azúcar y manzanas de caramelo en su tienda de golosinas. Sólo algunos ancianos de la zona pueden rememorar estas cosas, y no son muchos, tanto tiempo hace que el sitio se cerró.
Nadie sabe porqué el pequeño parque de atracciones echó la llave a sus puertas un buen día de otoño, los que lo sabían ya no están y se llevaron con ellos el secreto: tal vez ya no daba rentabilidad; tal vez los ingresos no crecían lo suficiente en verano y se esfumaban muy rápido en invierno. Que importa ya.  Cuando la noticia se difundió unos niños ni se inmutaron, otros se resignaron a perder su entretenimiento de los Domingos y otros, unos pocos, cogieron pataletas y enfados monumentales que duraron semanas. Pero todo eso está olvidado y los pueblerinos ya no es que no quieran hablar de él, es que ni piensan en ello.
Mientras, en el interior del pequeño parque todo está abandonado y luce en extraño color óxido en cada  rincón: a la montaña se le han caído tablones; la la casa del terror se le ha caído la "t" y la "c" se ha soltado por arriba y ahora parece un luna creciente; las ventanas de la tienda están sucias y a la noria le crujen los asientos cuando sopla el viento.
Sin embargo, por encima de todo esto, de la tristeza y el abandono, flota un ambiente especial. Un aire de alegría y felicidad que parecen sentir todas las desvencijadas atracciones y que se dirige y se hace más fuerte en el centro del recinto. El mismo tiovivo que en su día fue el símbolo del parque y que, a pesar del paso de los años y de sus eternos inviernos que desgastan y oprimen sigue hoy luciendo todo su color, todo el brillo y la misma elegancia de la que hizo gala tantos años atrás, un buen día de otoño en el que las enormes puertas de hierro que lo guardan se cerraron con llave tras un último pequeño.
Ese tiovivo contrasta con todo lo demás: con la montaña oxidada y la noria crujiente; con la "t" errante y los cristales sucios. Y es ese tiovivo el que cada noche, cuando el pueblo se ha ido a dormir y nadie pasa cerca, se pone en marcha e ilumina con sus cientos de luces de colores los rostros de los espíritus infantiles de aquellos que tanto quisieron al parque y que tanto le adoraron a él, los mismos que rabietas tan fuertes cogieron en su momento y que hoy suben y bajan felices y risueños en sus caballos multicolor mientras saludan con la mano a los amigos que esperan abajo, a la montaña rusa, la tienda de chucherías y todas las atracciones que jamás se cansan de contemplarles sonrientes e inocentes como antaño, felices de encontrarse allí.
Por que, para ellos, su querido parque no cerró por siempre.


Tormenta.

La lluvia azota la ciudad.
Comenzó hace horas y parece que no está dispuesta a detenerse. Genera miles de charcos que yacen en el asfalto adornados por las ondas que provocan las diminutas gotas al caer y unirse a sus predecesoras en estas masas de agua que crecen cada minuto un poco más.
No se ve a nadie en las calles pues el frío y la lluvia terminaron por amedrentar a los más valientes y viejos piratas cuyas historias relatadas en las tabernas y hostales inspiran hoy en día a los niños que por la tarde  bajan a la plaza a jugar. Con sus espadas de madera imaginan ser fieros corsarios y nobles caballeros que deben salvar de amenazantes dragones a princesas en apuros las cuales, a su vez, no están tan en apuros ni temen tanto a los dragones. Estos últimos tampoco se reúnen hoy a jugar, todos están protegidos en sus casas donde sus madres les cuidan envolviéndolos en gruesas mantas de lana y sirviéndolos humeantes tazas de chocolate caliente.
El viento silva en su fría carrera por todos los rincones del lugar haciendo bailar las ramas de los árboles al son de una silenciosa melodía que sólo algunos viajeros, procedentes de aquellos lugares que acunan entre sus murallas las más fantásticas leyendas, conocen. También los carteles que anuncian posadas y establecimientos que todos conocen reaccionan, chirriando colgados de barras de hierro mal engrasadas.
Sólo el agua, el frío y el viento gobiernan hoy la vieja ciudad, nadie se atreve a intentar controlarlos para que funcionen a su favor. La naturaleza juega libre entre los muros de piedra sin nada que le diga lo que debe o no debe hacer.
Pero este pueblo no tiene miedo, no temen esta circunstancia pues el mismo temporal que les mantiene en sus hogares y riega sus calles les tranquiliza y les da felicidad. En familia sienten cómo el viento canta su canción y las gotas de lluvia golpean los cristales de sus ventanas sabiendo que, sin ninguna duda, esta noche ese mismo sonido será el que les ayudará a quedarse dormidos.
Como la paz que se ve segura.
Como la más bella canción de cuna.

jueves, 18 de julio de 2013

Baile de máscaras.

Se fijó en su rostro reflejado en espejo: sus labios estaban teñidos de un rojo tan intenso como el de la sangre y sus mejillas parecían de fresa debido a los polvos que su sirvienta había espolvoreado sobre su cara hacía poco. Tras ella, la mujer apilaba en una compleja corona sobre su cabeza los rizos castaños que solían caerle por la espalda y que, en días de verano como aquel, tanto le molestaban.
Aunque en realidad, Elleanor no quería que ese día terminase en impotente contemplaba cómo el sol continuaba su eterno recorrido aproximándose impasible a las montañas del horizonte para ocultarse una vez más.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. Esa noche su familia y ella acudirían al palacio de uno de los más poderosos amigos de su padre para participar en el baile de máscaras que había organizado para toda la región. Este era su primer baile y no sabía con qué se iba a encontrar, cómo iba a resultar la velada y cómo reaccionar. Todos los códigos de protocolo habían sido inutiles, ahora mismo Elleanor se sentía tan ignorante como antes de leerlos.
Su anciana sirvienta terminó de colocar el último bucle en su lugar y se apartó un par de pasos para contemplar el resultado. Había quedado precioso: en la parte superior de su cabeza se apilaban varios pisos de rizos castaño oscuro que parecían sosternerse por arte de magia, aunque quizá fuera por las cintas que en diversos lugares cruzaban su pelo y que hacían juego con el elegante vestido de media manga violeta claro que se ensanchaba a la altura de su cintura debido a las incómodas enaguas situadas bajo la tela. Bajó la mirada y reparó en el antifaz púrpura que yacía en la mesa del tocador, se lo colocó en el lugar donde debería permanecer toda la fiesta y observó cómo el oscuro color hacía destacar y llenaba de misterio sus ojos azul pálido.
- Estás preciosa - le comentó su sirvienta por detrás.
- Gracias, Miltred.
La anciana reparó en la sincera aunque ligeramente desganada sonrisa de la joven y en su expresión de preocupación al ver cómo el cielo se teñía de tonos naranjas y rosas a través del enorme ventanal. Trató de tranquilizarla hablándole como si fuera su hija, pues así la quería después de dieciseis años cuidando de ella.
- La vida está llena de primeras veces, Elleanor. Nadie nace sabiendo, nadie nace habiéndolo vivido todo. Todo el mundo ha tenido una primera comida, un primer viaje al campo, un primer amor. ¿Recuerdas la primera vez que montaste sola a caballo?, ¿el miedo que tenías?.
- Sí.
- Y ahora no puedes pasar dos días seguidos sin montar, te encanta, te encantó desde el primer día. Con este baile es lo mismo, ahora te asusta pero cuando estés allí no querrás irte. Tu madre, tu padre, tu hermana Lavernne: todos ellos han vivido un primer baile y ahora están en sus habitaciones preparándose impacientes por coger el carruaje e ir a palacio... debe de ser una experiancia fantástica para que estén así, ¿no?.
- Supongo que sí.
La maternal sonrisa de Miltred fue su única respuesta, pero le bastó.
Cuando las estrellas hcieron su entrada en el cielo decorando el firmamento aún ligeramente rosado como pequeñas velas su hermana, sosteniendo su máscara azul sobre sus ojos oscuros, apareció en su habitación y la arrastró escaleras abajo hasta llegar al carruaje que les llevaría a palacio.
El camino fue largo, pero a Elleanor se le hizo extremadamente corto: para ella los caballos avanzaban demasiado deprisa; las aguas del río la decepcionaban perdiendo una continua carrera contra su coche y el palacio, cuando apareció, se aproximaba muy veloz.
Cuando pusieron pie en tierra la música comenzó a hacerse notar: era embriagadora, alegre y cautivó a la chica a los primeros compases disolviendo en gran parte sus nervios. En la puerta un sirviente, vestido de gala pero sin antifaz, les dio la bienvenida con una misteriosa sonrisa que parecía presagiar lo que les esperaba más adelante.
Elleanor nunca había visto nada tan maravilloso: la enorme sala estaba llena de luz, procedente de cientos de velas situadas en un techo tan alto que parecía no existir, las paredes cubiertas de láminas doradas resplandecían como el sol y el suelo de azulejos de mármol apenas era visible bajo los cientos de pies que se movían sobre él. Los camareros esperaban en los rincones a los cambios de músicas para ofrecer los manjares que sostenían en sus bandejas y los músicos tocaban sin parar en un alto escenario a la vista de todos.
Pronto su anfitrión les localizó y con un efusivo saludo les invitó a disfrutar del baile y permanecer en su hogar hasta el amanecer, si gustaban. En cuanto se hubo marchado, sus padres se unieron a las innumerables parejas que bailaban y Lavernne, tras besarla en la mejilla, se marchó en busca de alguien que la invitara a bailar.
De este modo Elleanor se quedó allí, confusa, en medio del gentío. El sonido de las risas de los bailarines se mezclaban en sus oídos con el de la música hipnotizándola y llevándola a un mundo de fantasía. Las miradas enmascaradas, los labios rojos y las sonrisas deslumbrantes la rodeaban y sólo fue consciente del cambio de música cuando una voz apareció de pronto susurrándole al oído:
- Disculpe, bella dama, ¿me concedería este baile?.
Ella se giró y le miró: llevaba el pelo rubio recogido en una colegta y sus ojos verdes resplandecían enmarcados en un antifaz negro. Con una sonrisa Elleanor le ofreció su mano y el joven, quizá un par de años mayor, se la besó cortésmente antes de presentarse:
- Mi nombre es Ezequiel.
- Yo soy Elleanor.
- Es un nombre precioso.
Una sonrisa, y la música comenzó de nuevo. Ezequiel la cogió de la cintura y bailando se la llevó lejos de allí, conduciéndola al son de la mágica melodía recorriendo la pista de baile.
Las horas se convirtieron en minutos, y los minutos en segundos abrazada a Ezequiel: bailaron durante horas, sin separarse nunca, rodeados de los compases que daban banda sonora a la velada, de miles de voces que les acompañaban cómplices, de la luz de las velas que no se apagaban nunca y que hacían que los ojos de él brillasen como piedras preciosas mientras que los de ella simulaban el agua del mar. Todo daba vueltas y más vueltas, se sentía flotar en un ambiente dorado y verde, mágico y majestuoso que olía a perfumes de flores y a biblioteca llena de tomos esperando ser leídos. Se olvidó del tiempo, de comer, casi se olvidó de su nombre.
Era muy tarde ya, la madrugada se encontraba muy avanzada, cuando su madre la devolvió a la realidad y la instó a ir de nuevo al carruaje para volver a casa.
Se volvió hacia Ezequiel, tremendamente apenada de pronto, le habría gustado quedarse allí toda la noche, todo el día o todo el tiempo del mundo bailando y conversando con él.
- No te preocupes, Elleanor, ya sabes dónde encontrarme, nos escribiremos, y nos veremos en el baile de Julio.
Ella le sonrió, consolada, y dejó que el joven le besara otra vez la mano con una sonrisa que respondía a la suya.
El aire olía a rosas y a verano, el ambiente traía frescor en contraste con el aire caldeado del interior. Su carruaje les esperaba frente a la puerta, con sus caballos blancos aguardando tranquilos a las órdenes del cochero que miraba aburrido el cielo.
Desde la ventana de su coche Elleanor se volvió hacia la puerta abierta del palacio, por donde se colaba la luz del gran salón, deseando que Julio llegara pronto.
Durante todo el viaje se entretuvo contemplando el río, observando cómo las aguas corrían en sentido contrario al suyo, recordando con su sonido las risas de los bailarines,sus rostros decorados con cientos de máscaras diferentes, la música, las luces, Ezequiel.
cerró los ojos por fin, en verdad estaba cansada pero alegre a la vez, a pesar de los nervios el baile había sido una de las mejores experiencias de su vida.
Y sólo era el primero.

lunes, 8 de julio de 2013

Amiga imaginaria.

Contempló un nuevo amanecer desde la ventana de su vieja habitación. La que había sido su habitación, en realidad, porque desde que chocó con aquel coche y su cuerpo cerró los ojos para siempre hace quince años ese cuarto había sido de muchos niños... aunque eso a Alicia no le importaba, le gustaba compartir.
Le gustaba mucho que viniesen nuevas familias a casa, de repente un día una nueva familia llegaba y se quedaba a vivir. El hogar se llenaba de vida y ya no estaba tan silencioso y oscuro... le asusta mucho la oscuridad.
Pero lo mejor de todo, más que la vitalidad que adquiría la casa, la novedad de una nueva familia y lo entretenido que resultaba observarla y conocerla (los días en los que la casa estaba vacía se le antojaban eternos sin hacer nada) era conocer a nuevos niños: cada familia traía nuevos niños, nuevos amigos con los que jugar y nuevas cosas que hacer y aprender... a Alicia le encantaba conocerlos, pero a veces ellos no se alegraban de verla.
Ya le había pasado muchas veces, nada más verla los chicos se asustaban, se ponían blancos y corrían llorando a buscar a sus padres sin dar tiempo a la niña a presentarse. Más tarde, volvían acompañados de los adultos y, aunque ellos no podían ni verla ni oírla, se asustaban igual que sus hijos, salían de allí y al día siguiente ya se habían marchado a otro lugar.
También había otros niños, mucho más simpáticos que los anteriores, que cuando la veían por primera vez, a pesar de asustarse un poquito, la dejaban presentarse y no salían corriendo a buscar a sus padres. En lugar de eso se quedaban hablando con ella y así pasaban los días siguientes: jugaban; se hacían amigos y se contaban historias, cada amigo tenía historias y cuentos diferentes que enseñarla y a todos les interesaban mucho las historias que Alicia les contaba.
Todo iba bien hasta que un día los padres descubrían a sus nuevos amigos hablando con ella y, como nunca podían verla, se creían que sus hijos hablaban solos y se pasaban semanas castigándolos, llevándoles a señores raros que les hacían preguntas extrañas sobre sus amigos y sus padres y trayendo a casa a otros señores aún más curiosos que entraban en su cuarto y comenzaban a llamarla con los ojos en blanco aunque al igual que los padres eran incapaces de notar su presencia, una vez vino uno vestido de negro que se pasó dos horas diciendo palabras raras y echando agua por todo el suelo, pero Alicia nunca llegó a saber de qué le sirvió regar su habitación.
El caso era que, después de todas estas cosas que a ella le hacían tanta gracia (especialmente los señores que empezaban a llamarla como tontos), una noche sus amigos venían con lágrimas en los ojos y le decían que se iban a marchar a otra casa. Efectivamente, a los dos días la pobre niña se había quedado sin nadie con quien jugar.
Aunque nunca lo ha entendido, así ha sido una y otra vez desde que chocó contra el coche y sus padres vendieron la casa tras un año de llantos y tristeza sin poder verla ni sentirla, a pesar de que Alicia nunca se cansó de contactar de nuevo con ellos, de hacerles ver que seguía allí sentándose con ellos cada mañana a desayunar y acostándose a su lado cuando tenía miedo o les veía tristes.
Se abrió la puerta de la casa y escuchó cómo una nueva familia volvía a entrar, se le iluminó la cara esperando nerviosa escuchar las voces de nuevos niños que no se hicieron esperar: una, dos... y tres, ¡tres voces diferentes! ¡tres nuevos amigos! pero a lo mejor estos eran de los antipáticos...
No se atrevió a salir de su habitación, nunca lo hacía, le daba mucha vergüenza salir a buscar a los nuevos inquilinos, mejor esperar a que vinieran ellos. De todos modos nadie, ya fuera simpático o borde, tardaba en venir y Alicia pronto escuchó cómo los tres niños subían las escaleras y se paraban frente a la puerta. Más nerviosa aún si cabe, se sentó en el borde de la cama y, sin darse cuenta, empezó a balancear los pies mientras aguardaba a que abrieran la puerta.
Los tres niños: una chica un poco mayor que ella, una niña de su edad y un pqueño que no pasaba de los tres años se quedaron helados por un momento en el umbral de la puerta. Sin embargo, cuando la mayor iba a echar a correr como hacían los antipáticos su hermana la cogió de la mano y con una tímida sonrisa dio un paso al frente:
- Hola...
- Hola... me llamo Alicia.