viernes, 26 de agosto de 2016

Parque del Retiro.

¡Hola, mis niños!

Realmente yo no tenía planeada esta entrada exactamente, sino una en la que os enseñaba fotos que he ido haciendo de mi ciudad, Madrid.
Sin embargo, el día en que empecé a hacer esa entrada mi novio me sugirió ir a pasear por el parque del Retiro y, entre Pokémon y Pokémon, hice fotos. Muchas fotos.
De modo que aquí os traigo algunas: no son fotos de guía turística, porque hay muy pocos planos generales, simplemente son cosas que en su momento quise fotografiar y se me ocurrió enseñároslas.

Espero que os gusten.

1. Una fuentecita.

2., 3., 4., 5., 6. y 7. Estas son fotos del lago del Retiro.






8. Un duendecito junto a la Casa de Fieras.

9. La jaula de la Casa de Fieras.

10. y 11. Esto es una especie de paseíto.


12. Uno de los carteles que hay para marcar los paseos y plazas del parque.

13. y 14. Dos estatuas bonitas. La de la foto 14. me tiene enamorada.


15. Esto es el Bosque del Recuerdo, en memoria de las víctimas del 11-M


Eso es todo por hoy, espero que os hayan gustado las fotos.

Un beso, mis niños. ¡Sed felices!

viernes, 19 de agosto de 2016

Noche de fin de año.

Se detuvo en su habitación, observando detenidamente las paredes pintadas de un desgastado rosa y todas aquellas cajitas apiladas ordenadamente sobre el escritorio.
Se sentó en su cama y examinó el bajo de su vestido, cuyo tejido de un llamativo azul eléctrico se ajustaba perfectamente a sus curvas. Levantó levemente las piernas, estudiando sus zapatos: jamás había llevado unos tacones tan altos.
Había pasado muchísimo tiempo arreglándose, pero en realidad no le apetecía salir.
Unos tímidos golpes sonaron contra la puerta, y la cabecita rubia de su hermano asomó por la rendija. Todavía llevaba puesta la diadema con el número del nuevo año que su tía le había colocado al llegar.
- Han llamado al telefonillo. Dicen que te esperan abajo.
Le dedicó una sonrisa triste.
- Gracias, ya voy.
En el salón, los platos y las copas seguían puestos sobre la mesa, arropados por tiras de confeti. Sus padres bailaban frente a la tele, animados por la canción de una de esas aburridas galas que se emitían cada Nochevieja después de tocar las doce.
- Me voy.
Su prima fue la única que se levantó del sofá para despedirla, intentando abrazarse a sus piernas a pesar de no tener todavía los brazos lo suficientemente largos. Su madre se acercó a ella.
- Diviértete, y no bebas demasiado.
Leire sonrió, consciente de que se había forzado a emitir esa advertencia. A su madre no le gustaba prohibirle cosas de las que ella misma había disfrutado antes.
- Claro.
- No lo pienses demasiado, ¿vale? – ella le colocó un mechón de pelo detrás de la oreja, con ternura.
No respondió, limitándose a asentir. Antes de marcharse le dio un beso a su prima y se despidió de los demás con un gesto de la mano.
Abajo, parecía que la fiesta había empezado sin ella. Sus amigos reían y bailaban, bebiendo las cervezas que alguien había conseguido sacar de casa.
- ¿Por qué has tardado tanto? – su mejor amiga la abrazó, con una voz más aguda de lo normal. Al separarse pudo notar la rojez en sus ojos y los discretos tambaleos que sufría al andar.
- Me he entretenido un poco, lo siento.
- Bah, no pasa nada – su amiga se volvió hacia el grupo, desperdigado por buena parte de la acera –. Chicos, nos vamos. ¡Ya estamos todos!
Mientras saludaba a los demás, Leire no pudo evitar pensar que su amiga estaba muy equivocada. Aparentemente no faltaba nadie, cierto, pero él ya no estaba en la ciudad para acudir a los planes, para verla. Y aquella ausencia pesaba más que cualquier otra cosa.
No tardaron demasiado en llegar al club, caminando todo lo rápido que podían entre tragos y bromas. Ella se esforzaba en enfundarse en su abrigo mientras trataba de escuchar la charla intranscendente de sus amigos, pero por algún motivo nada de eso parecía tener ningún sentido.
Por un gran golpe de suerte, el local no estaba lleno, o al menos no tanto como debería estar. Dentro olía a licor y a ese ambiente cerrado característico de tantas discotecas; las luces oscuras y el elevado volumen de la música la molestaron al principio, pero no tardó en acostumbrarse.
De camino a la barra pudo notar decenas de vestidos elegantes y trajes entallados, que combinaban estrafalariamente con las mismas diademas que su hermano había llevado toda la noche. La gente charlaba y bailaba, creando con su energía la mejor tarjeta de visita posible.
Normalmente, a Leire le divertía ver aquello; le fascinaba, le encantaba formar parte de ese fenómeno. Sin embargo, esa noche se sentía como la extraña que intenta detener con su presencia la corriente, sin que nadie se lo haya pedido.
Se sentó en la barra, acariciando distraída la superficie brillante. A pesar del alcohol, su amiga entendió que algo no iba bien.
- Ey – le acarició la mano, Leire alzó la mirada –. Le echas de menos, ¿verdad?
Su breve silencio quedó disimulado por la música de los altavoces.
- Sí.
- Lo siento.
- Gracias.
La chica sonrió, sorprendentemente despejada de pronto. Le alcanzó su bebida mientras que con la otra mano seguí infundiéndole ánimos.
- Nos tomamos esta y vamos a bailar, ¿vale?
Los intentos de su amiga por animarla la enternecieron.
- Claro.
Comenzó a beber, ajena a los gritos de alegría que sus amigos empezaron a emitir algunos metros más allá y después, cuando por fin logró distinguirlos, pensó que su causa seguramente no tendría importancia para ella.
Pero entonces una mano se posó sobre su hombro y, al girarse, pudo reconocer los brazos largos, el lunar en el cuello y, sobretodo, aquellos ojos azules ocultos tras gruesos mechones de pelo negro.
Se lanzó a sus brazos antes de hablar siquiera, y entonces creyó que podría llorar de felicidad.
- ¿Qué haces aquí?
Él se encogió de hombros con una sonrisa, como si realmente no importara.
- Me apetecía pasarme.
- Me alegro de que lo hayas hecho.
- Yo también.
Se miraron durante unos segundos, sonriendo en silencio. Una pequeña parte de su mente fue consciente de cómo las manos del chico acariciaban su espalda.
- Ven, siéntate – se apresuró a acercar un taburete a los asientos de sus amigas –. Va a ser una gran noche.

viernes, 12 de agosto de 2016

636

Este es un relato random. De echo, es tan random que el título que lleva no tiene ningún sentido evidente, es simplemente el nombre rápido que le puse a la nota en la que apunté la idea de este escrito que os traigo (aunque la verdad es que lo de tener un número por título me gusta bastante).
Os digo esto porque, aunque al final me ha quedado algo bastante más decente de lo que esperaba, no tiene una historia ni contexto demasiado desarrollado detrás, así que es lógico que parezca precipitado o desconectado.
Espero que os guste.


El olor a humo la molestaba, pero tras varios minutos de espera comenzaba a tolerarlo.
Echó un vistazo al bar que Diana había escogido para encontrarse: el lugar era oscuro y desagradable y, aunque por lo menos aliviaba el frío que hacía en la calle, Molly no recordaba haber estado jamás en un local tan sucio.
Con las manos apoyadas sobre la mesa, estudió las mangas de su jersey: era de punto blanco, cosido años atrás. Pasó la mano por la tela admirando su suavidad, y entonces se hizo visible la correa floreada de su reloj.
Suspiró. Con sólo verla resultaba evidente que no concordaba con aquel sitio, y quizá tampoco lo hiciera con la nueva Diana.
Ella apareció por la puerta en el mismo instante en el que comenzaba a sonar una nueva canción. Al principio le costó un poco reconocerla pero aquel largo cabello cobrizo, que brillaba como ascuas bajo la luz, era inconfundible.
Pero esa mujer no se parecía a la niña que solía jugar con ella en el parque: el sonido de sus pasos seguros retumbaba en el local gracias a los tacones de sus botas, tan negras como la cazadora de cuero que hacía aún más notable el color de su pelo; Molly percibió el largo de sus piernas, envueltas en unos ajustados pantalones vaqueros que la hacían ver formal en aquel tugurio.
Diana se detuvo frente a ella y, aunque finalmente esbozó una agradable sonrisa, Molly observó la reserva en su mirada.
- Me alegro de verte después de tanto tiempo – se sentó en el asiento frente a ella –. No has cambiado demasiado.
- Tú, en cambio, estás muy diferente.
- Ya, bueno, es lo que hay – Diana rascó distraídamente una mancha reseca de la mesa –. ¿Cuál es ese asunto por el que me has llamado?
A Molly le sorprendió aquella actitud tan directa, y apenada entendió que su compañera no se encontraba allí para recuperar viejas amistades.
- Es por un amigo.
- ¿Un amigo?
Se revolvió incómoda en su asiento, dudando sobre cómo continuar.
- Sí, un vecino mío. Se ha metido en un lío.
- ¿De qué tipo?
- Está encarcelado, pero es inocente.
- ¿De qué delito?
Molly calló, acobardada de pronto. Trató de reunir valor para contestar, pero todavía tardó un rato en volver a hablar, con la mirada fija en sus manos.
- Violación.
Se produjo un tenso silencio después, pero fue incapaz de levantar la vista hacia Diana.
- Absolver a alguien de un delito así es tan grave como acusarle de ello – la voz de la mujer sonó grave de pronto y Molly la miró a los ojos, cuya mirada se había vuelto seria y dura –. ¿Tiene pruebas?
- Yo… no. Pero él es bueno, jamás haría algo parecido.
Diana se acercó a ella de improviso, las finas manos firmemente apoyadas sobre la mesa.
- Escúchame. En todos estos años he conocido lo peor del ser humano: los peores sueños, los peores actos, escenas tan horribles que parecen mentira. No existen hombres buenos, eso es una ilusión creada por aquellos ciegos ante la realidad, y no deberías confiar en cualquiera que diga ser encantador. No voy a ayudarte, Molly, al menos que hayas conseguido alguna prueba que me convenza de que tu vecino no merece estar donde está.
- Pero, Diana.
- No tengo más que hablar – el tono de su voz reflejaba una velada advertencia, pero Molly no podía hacerla caso.
- Por favor…
- He dicho que no – Diana se levantó con agilidad, ni siquiera había llegado a quitarse la chaqueta –. Me voy. Si consigues alguna prueba decente, vuelve a llamarme.
Sin decir nada más, se volvió y se dirigió hacia la puerta, que al abrirse dejó pasar a local parte del frío y la extraña humedad de la niebla del exterior.

Molly observó apesadumbrada el lugar por el que había desaparecido su antigua amiga, jugueteando con los puños de su jersey. Tras unos minutos, reparó en el aroma silvestre que Diana había dejado tras de sí, ocultando por completo el olor a humo.

viernes, 5 de agosto de 2016

Amo a mis personajes.

¡Hola, mis niños!

Antes de nada, lo advierto: hoy he venido a delirar.


Hace unos días leí esta "cita" en los agradecimientos del último libro de la saga de La Selección, La Corona. En principio no parece para tanto, simplemente un agradecimiento más, pero terminó emocionándome igual que el final del libro (o sea, muchísimo).

"Convertirme" en escritora (más o menos porque para empezar no lo soy profesionalmente y, para continuar, no llevo tan avanzado el intento de novela que estoy escribiendo), me está proporcionando experiencias maravillosas.
No sólo es la ilusión de crear nuevas historias y mundos; de ver cómo aquella idea que tenías en la cabeza va creciendo y tomando forma poco a poco; de notar cómo van a apareciendo nuevos elementos que contribuyen a perfeccionar y a alimentar tu relato, encajando como si siempre hubieran estado ahí.
También he descubierto otras sensaciones de las que antes había oído hablar, pero que nunca había experimentado: la necesidad de seguir escribiendo sea la hora que sea, el horrible bloqueo en la trama y, ya que todavía no sé si siento esas famosas ganas de suicidarme a la hora de revisar lo escrito, el tremendo amor que un escritor siente por sus personajes.

Para mí, son como mis niños. Les tengo un cariño que nunca pensé que les tendría, a unos niveles que consideraba imposibles, y siento que quiero protegerlos y quererlos mucho, lo cual es un poco hipócrita, teniendo en cuenta cómo me porto a veces con ellos.
Recuerdo la primera vez que apareció la protagonista de ese intento de novela que estoy escribiendo ahora mismo: De pronto surgió ante mis ojos, diciéndome quién era y, tal cómo le ocurrió en su día a Kiera Cass, se instaló en mi cabeza a la espera de que contara su historia. Desde entonces la quiero muchísimo, a ella y a todos los demás, y ahora forma parte de mi.

Es curioso, pero se trata de un cariño distinto al que sientes por un personaje que lees. Yo adoro a Jack (de Memorias de Idhun, para quien todavía no sepa de mi obsesión), pero no es ni por asomo lo mismo que el amor que le tengo a los personajes que he creado. Me siento muy afortunada.

No sé realmente a qué ha venido todo esto, no estoy segura de lo que pretendía conseguir, pero al ver el agradecimiento de la imagen me emocioné demasiado y quise desvariar aquí.

Un beso, mis niños. ¡Sed felices!