jueves, 29 de mayo de 2014

Al borde del abismo.

Estás ahí, sola, al borde del abismo.
A tu lado no hay nada, ningún soporte, ninguna ayuda a la que recurrir. Antes había columnas a las que podías abrazarte para no caer, opciones firmes y cálidas en apariencia confiables, pero ya no están. Todas se han derrumbado y algunas incluso se han esfumado, no quedando de ellas más que polvo.
Ahora solo estáis tú y el imán del fondo del abismo. Es peligroso, sabes que puede hacerte daño, que lo hará si le dejas y que, si caes en él, será casi imposible salir.
Lo sabes porque ya te pasó una vez, ya caíste bajo sus garras hundiéndote en la oscuridad y tardaste mucho en volver a salir. Cubierta de polvo y de heridas conseguiste llegar a la cima, pero el imán no se rindió, sabiendo que tarde o temprano podrías volver a caer.
Aún no has cedido, no te has rendido al magnetismo de la fuerza que te atrae y te amenaza, pero sabes que en cualquier momento caerás, que en el cualquier momento sucumbirás y entonces estarás perdida.
No habrá vuelta atrás.


domingo, 25 de mayo de 2014

Tarde de lluvia.

La lluvia repiquetea contra el cristal, las gotas chocan contra la superficie y se retan unas a otras en cientos de carreras hasta el límite de la ventana.
Fuera hace frío, pero apenas se nota entre las mantas extendidas en la buhardilla, que envuelven a Mateo mientras sostiene un libro entre los brazos y observa tranquilo el cielo gris que aparece sobre él. Le relaja estar así, mero espectador ajeno de los poderes de la naturaleza que luchan por cumplir con su función.
El libro presiona sobre su pecho, llamando su atención. Perezoso, baja la mirada y por su mente circulan todas las aventuras que ha vivido con él, además de todas las que pueden esconderse en las páginas que aún no ha leído. No puede esperar a experimentarlas.
Las horas pasan rápidas mientras las hojas circulan sin cesar y sumergen al chico en un mundo de fantasías y personajes memorables que se desenvuelven escuchando de fondo el eco de la lluvia que cae en el exterior.
Entonces, se le cansa la vista. Por mucho que le guste leer, al cabo de un tiempo esas pequeñas y mágicas letras sobre el papel le juegan malas pasadas. Cierra el libro, bastante más avanzado con antes, y se recuesta mirando al ventanal.
La tormenta ha dado una tregua, pero el cielo sigue gris y el frío no se ha marchado. Mateo se envuelve entre las mantas y disfruta de las vistas, contando las gotas que se deslizan por los cristales y tratando de adivinar cuál ganará en sus numerosas luchas.

Sin darse cuenta, ha entrado la noche y sus padres le llaman a cenar. Con esfuerzo, se levanta y deja su rincón, su acogedora buhardilla alfombrada de mantas. Su refugio en las tardes de lluvia.


viernes, 23 de mayo de 2014

Amor veneciano.

Sentado en el puente, espera a su amada.
Lleva esperando a su bella Stella años, decenas de años, cientos de ellos. Pacientemente aguarda ver su blanca piel, su cabello cobrizo, sus ojos claros cruzando la esquina en una góndola, pero tarda en aparecer.
A él no le importa, sin embargo, y desde que acudió al puente no se ha movido jamás, ni una sola vez. Ni cuando la gente intentaba arrastrarle bajo un techo, ni cuando le rogaban para que se fuera con ellos a comer algo, ni cuando intentaban convencerle de que la muchacha no
iba a aparecer. Nunca.
Y entonces, un día cualquiera, dejaron de molestarle.
Desde entonces, está mucho mejor. No siente hambre, ni frío, ni cansancio, y puede dedicarse por completo a su amor por Stella para que la distancia no lo destruya. Y, cuando ella aparezca, podrán casarse y estar juntos por siempre, como planearon hace tantos años, enfrentándose así al padre cruel y el prometido posesivo de ella.
La noche ha caído en Venecia, el agua del canal se torna oscura y amenazante. Sus ánimos decaen un poco, como cada atardecer. A Stella no le gusta viajar de noche, hay demasiados bandidos y malhechores rondando en las esquinas, así que seguramente su espera no merezca la pena hasta mañana.
Decepcionado, da media vuelta y empieza a pasear por el puente, no quiere ver el agua, se le hace demasiado insoportable. Sin embargo, algo le hace cambiar de idea. Un sonido se extiende por el callejón: Parece una góndola, pero el ruido es demasiado ligero, mucho más suave de lo normal. Le llama mucho la atención, y se vuelve hacia el objeto que lo está causando.
Y entonces, la ve. Es ella, avanzando lentamente en una góndola conducida por su más fiel trabajador. Ambos presentan un aspecto horrible, moratones y algunas heridas decoran sus rostros, pero él la sigue viendo hermosa y una luminosa sonrisa llena de alegría ilumina sus rostros.
El hombre frena al tiempo que el muchacho baja corriendo las escaleras y se sienta con Stella, sorprendiéndola con un largo beso que ambos llevaban esperando demasiado tiempo.
La góndola pasa por debajo del puente y se aleja transportando a la pareja. Ríen, son felices, les ha  costado mucho, pero al fin están juntos.

Para siempre.

sábado, 17 de mayo de 2014

El protegido de Ra.

La tormenta está comenzando. El calor abrasa la piel, la arena hiere los ojos. Nada vivo quiere estar entre las dunas y todo lo que se encuentra allí se ve obligado a resignarse y luchar.
Adom no lo ha visto venir, el viento le ha sorprendido en el núcleo de la tormenta y su camello se niega a avanzar aterrado por el vendaval. Quizá debería haber aumentado las precauciones o haber cogido otra ruta. Debería haber hecho algo, lo que fuera, pero no ha sido así y ahora debe buscar un refugio antes de que la tierra los engulla a ambos.
Sin embargo, no es nada fácil guiar un animal obstinado en quedarse donde está. La pobre criatura tiene miedo y ni los gritos de su amo ni los fuertes tirones de la correa hacen que se inmute. La arena empieza a acumularse junto a sus patas y le obliga a parpadear demasiado pero, al parecer, adentrarse en lo desconocido le resulta una peor opción.
De todos modos, aunque consiguiera moverse Adom sabe que en medio de un campo de dunas los refugios disponibles son pocos, cuando no nulos, y que seguramente termine dándole igual quedarse apalancado donde está o a varios metros de distancia, pero tiene que intentarlo.
Desciende del camello y tira de él, de modo que el animal no tiene más remedio que seguirle, pero avanzar es muy complicado. Durante el tiempo que han estado detenidos, el viento se ha intensificado y ahora apenas puede ver lo que hay a un metro a la redonda, cuando puede ver, pues la visera que se hace con la mano apenas es útil; además, las corrientes están en su contra y son demasiado fuertes, por lo que cada paso que da cuesta mil veces más de lo habitual.
A pesar de todo, todavía recorren unos metros desesperanzadores antes de que la tormenta llegue a su peor momento. En un instante, los pocos metros que podía divisar se han reducido a cero; la visera se vuelve totalmente inútil; parpadear duele demasiado como para poder hacerlo y su camello, rendido, opta por tumbarse en el suelo, no existiendo fuerza que ahora lo pueda levantar.
Tampoco él puede moverse ya: sus piernas no pueden luchar contra el vendaval y, de todos modos, no sabría dónde ir. Demasiado agotado, se echa junto a su montura y trata de protegerse mínimamente de la arena.
¿Ya está? ¿Eso ha sido todo? La gente no suele sobrevivir a tormentas de esa envergadura y, sin un buen refugio, aún menos. ¿Van a morir allí, de ese modo? ¿La gente, si los encuentra, los verá así? ¿Tumbados uno al lado del otro, indefensos y débiles? No puede dejar que eso ocurra.
Aunque, ahora mismo, los únicos que pueden impedirlo son los dioses.
El viento para en seco, la arena deja de arremolinarse en torno a ellos y se retira un poco, abrir los ojos es posible y parpadear también. Incrédulo, Adom observa alrededor: la tormenta continúa, no ha frenado, pero algo impide al polvo acercarse a ellos, como una muralla invisible que les separara del mundo.
Se levanta y empieza a caminar con el camello tras él, que ya no está asustado y avanza sin problemas. La muralla se mueve con ellos, a su ritmo, y les protege del desastre que les rodea mientras salen de las dunas.
No sabe qué está pasando, quién sabe si algún día lo sabrá. De momento piensa que es un milagro, y en parte lleva razón, lo que no sabe es por qué se le ha concedido a él.
Existe una razón: Adom es el protegido, el protegido de Ra. Nadie ha podido decir eso nunca, ni siquiera los más poderosos faraones, pero él es especial. Él tiene algo que nadie posee, es único.

Y, por tanto, nada ni nadie podrá nunca dañarle.

martes, 13 de mayo de 2014

La forastera

Ya ha caído la noche en la pequeña aldea, pero la tormenta no se ha ido a descansar. La lluvia lleva cayendo todo el día y no parará hasta el amanecer, las nubes no dejan ver la luna llena que destaca una vez al mes.
Una forastera, que debe ser muy valiente, recorre despacio las calles de piedra mientras la lluvia empapa su capa, que por suerte cubre su cabeza. Nadie sabe quién es, nunca ha aparecido por allí.

Un grupo de niños y sus madres se cruzan en su camino. Las madres están enfadadas y regañan a sus hijos: si permanece más tiempo bajo el agua, enfermarán. Uno de los pequeños no hace caso a su madre, se ha quedado fascinado contemplando el lento avance de la joven. Justo en el momento en que la mujer le dirige una mirada molesta por distraer a su hijo, ella se la devuelve. Aquella mujer nunca pudo explicar lo que sintió al contemplar los ojos oscuros de la chica, qué era esa magia, ese misterio en su mirada, que la hizo enmudecer.

lunes, 5 de mayo de 2014

A contracorriente.

El sonido de la puerta al abrirse atrae las miradas de todos los presentes en el sucio y viejo bar, aunque la mujer que entra por la puerta un segundo después es lo que provoca que todos los hombres se queden embobados al momento. Todos, menos uno.
Y ese, como siempre, es él.
La joven veinteañera no capta su atención más que un segundo, y al siguiente ya ha bajado la mirada hacia al fondo de su vaso, donde los últimos sorbos de Four Roses le observan críticos y serenos envueltos en la calma del segundo servicio de la noche, incitándole desde la frialdad a que se los beba por fin. No lo hará, para variar.
Un movimiento a su derecha capta su atención y se gira para comprobar que lo que lo ha provocado es la misma chica que acababa de entrar. Esboza una media sonrisa mientras le dedica una efímera mirada y adivina de quien se trata, seguro que es una de esas chicas que trabajan en el cabaret de en frente. Aunque, pensándolo bien, puede que se haya equivocado. La observa mejor mientras el camarero escucha embelesado lo que le está pidiendo: corsé, minifalda, kilos de maquillaje... si, ya no cabe duda.
¿Se la tiraría? la mira aún mejor. No, decididamente no, quizá sea por la barra de labios corrida o por su cara de cansancio pero parece estar, por decirlo de algún modo, demasiado usada.
A diferencia de lo que habría ocurrido con el resto de la gente, a él comprobar este hecho no le da pena. Si está usada, si no puede con el cansancio, es su problema, ella se lo ha buscado. Nunca ha entendido a esa gente convencida de que su vida no tiene salidas y jamás ha creído a esas chicas que van diciendo por ahí que meterse a putas fue su única opción, la vida tiene siempre solución y seguro que en ningún caso la única y mejor implica que viejos salidos te metan billetes por el escote mientras buscan desesperados algo de viagra.
Y él lo sabe, sabe que a lo largo de la vida se presentan caminos, muchos y diferentes y, aunque cualquiera que lo viera ahí sentado, en la barra de un antro con dos tandas de wishky a sus espaldas y rodeado de borrachuzos que son incapaces de apartar la mirada de la mujer que tiene al lado, también sabe que ha elegido bien, porque ese es su mundo, ese es él: independiente, diferente, alejado de lo convencional y de toda esa chusma que va siguiendo como borregos a la gente de pasta.
Dios, como odia a esa gente.
Y que pena que venga de una familia de esas.
El móvil vibra un instante avisándole de que acaba de recibir un mensaje, saca su viejo Motorola W218 y lo abre, es Mario otra vez recordándole la comida de mañana, le pone de los nervios que su hermano se empeñe en mencionársela día sí día también. Aunque le entiende, no será la primera vez que le fallara.
Pero esta vez no será así, esta vez irá, aunque Mario haya seguido los pasos de su padre y sea un nuevo rico embutado en una casa pija en el centro de un barrio pijo es el único familiar que le entiende, o lo intenta, y él le quiere, a él y a sus sobrinos.
Se le ocurre mirar la hora ya que está. Son las tres de la mañana, y la comida es a las dos. Será mejor que se marche de una vez.
Vuelve a dirigirse al fondo de su vaso para descubrir que los restos de Four Roses siguen tentándole desde abajo, se los acaba cediéndoles por fin el poder y deja un billete de diez en la barra sin esperar ningún tipo de cambio.
Se levanta y, cuando pasa a su lado, echa un último vistazo a la prostituta para reparar por primera vez en sus preciosos ojos azules que le devuelven la mirada reflejando un cansancio que le hace pensar que el próximo hombre que la entre le provocará una sobredosis.
Al salir por fin fuera, una agradable brisa fría le da la bienvenida y le acompaña hasta su moto, justo al otro extremo de la calle. Mientras la arranca, una preciosa chica de ojos verdes le clava la mirada, le gusta, hasta que descubre el bolso de marca, las gafas Tous colgando del escote y el IPhone 4.

Se siente cariño, cuando te alejes de la corriente, hablamos.

viernes, 2 de mayo de 2014

Mírame.

Mírame como solo tú sabes, enamórame, haz que este momento quede grabado en mi memoria.
Y haz que, cuando dentro de muchos años esté acostado sin poder dormir en mi cama en un hostal de París, mire la luna recortada contra la Torre Eiffel y al tratar de recordarte no pueda hacerlo. Haz que no pueda recordar tus besos, tus caricias, ese lunar en el labio ni esos pendientes que te gustan tanto; haz que no pueda recordar nada salvo este momento y sin embargo, cuando acuda a este recuerdo, el único que me quedará piense:

"Dios mío, cómo pude perderla".


jueves, 1 de mayo de 2014

Sus ojos, mis ojos.

Dos años después,  por fin la he visto.
Sus padres o, por lo menos, los que la querrán como tal, me han invitado hoy a verla. Por fin la he conocido, antes sé que no habría estado preparada, creo que tampoco estoy preparada ahora, pero ya está hecho, ya la he visto, a ella, a mi niña.
Laura.
Es preciosa, bella, como los ángeles. Cuando la he visto en la puerta, subida en los brazos de Claudia, me ha costado respirar, y no sé por qué.
Puede que sea por sus ojos, es tan pequeña... y ya destacan en su carita esos ojos azules tan parecidos a los míos, tan grandes... son idénticos.
Y me ha dolido, mucho, cuando al principio me han mirado con miedo y timidez. "Tranquila, no es personal, tiene dos años y a su edad es normal" me ha dicho Pedro.
No me ha consolado.
Lo que si lo ha hecho ha sido sus sonrisa, su carita feliz, pidiéndome que jugara con ella. No podría haberme negado aunque quisiera. Ha sido precioso, y mamá casi se echa a llorar.
Me odio un poquito a mí misma, por haberme planteado abortar (¡cómo pude haber pensado quitarle la vida a un milagro tan hermoso!) y aún odio más al capullo de su padre... me dejó, y después además quería deshacerse de ella.
Suerte que no le hice caso... que mamá me ayudó a no hacerle caso. No podía, no puedo quedármela ¡apenas tengo diecisiete años! pero Claudia y Pedro son fantásticos y sé que cuidarán muy bien de ella.
Tengo que agradecerles mucho, ellos dos me dieron fuerzas para avanzar, para aguantar esos duros meses en los que caminaba por los pasillos del colegio con las miradas de todos clavadas en mi vientre... ellos me enseñaron que esa experiencia es mucho mejor que no llegar jamás a traer al mundo al bebé, y se portaron genial conmigo, insistieron para que aceptara conocer a la niña y verla crecer. Ahora se lo agradezco de verdad, mamá y yo les debemos una.
De hecho, si no supiera que volveré a verla otra vez nunca me habría marchado de esa casa.
Solo he pasado allí cinco horas, y ya la quiero como a mi vida y todo lo que ella ha hecho... coger mi dedo con su manita... su beso de despedida... me ha dado alegría para un mes.
Acabamos de llegar a casa, y ya la echamos de menos. Mamá está muy orgullosa de mí, me lo lleva diciendo desde que nos marchamos. Dice que se alegra de que afrontara lo que me pasó del modo en que lo hice.
Yo también me alegro.
Todo por ti, mi niña...

Mi Laura.