viernes, 29 de abril de 2016

Perdida.

Una llamada les despertó de madrugada. Él fue quien descolgó el teléfono, aún ausente a causa del sueño, y la mujer sólo fue consciente de los débiles murmuros que su marido emitía como respuesta a las largas palabras de su interlocutor. Al cabo de unos minutos, algo dicho desde el otro lado de la línea le dejó finalmente sin habla, pero más despierto que nunca.
- ¿Qué? Pero, ¿están seguros de eso?, ¿de verdad? – una pausa – Sí, por supuesto, iremos en seguida. Muchas gracias, sí, hasta luego.
Colgó con fuerza y se volvió hacia ella, le sorprendió la rapidez con la que se movió.
- ¡Sarah! Despierta. Sarah, ¿estás despierta?
- Sí, ¿qué pasa?
- Sarah, es Juliet. Es increíble – las lágrimas asomaron a los ojos del hombre –. La han encontrado.

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Circularon por la autopista en silencio, contemplando excitados y ausentes los escasos coches que corrían a su lado y las pequeñas zonas iluminadas por los focos. Sarah supuso que deberían decir algo, cualquier cosa, dada la situación, pero simplemente nada resultaba adecuado. Sin embargo, aquel silencio la devolvía al día en que la perdieron; al momento en el que se vieron en el coche de vuelta a casa, dejando cada vez más lejos a su pequeña, como abandonándola a su suerte.
- ¿Dónde la han encontrado?
- En la linde del bosque donde desapareció. En realidad, se podría decir que fue ella quien les encontró. Me han contado que unos cazadores la vieron salir entre los árboles, sola.
- Dios mío, mi pequeña…
- No me han dicho mucho más. No han querido hablarme de su comportamiento, ni cuánto recuerda, cosas así, pero le han hecho pruebas y está sana – una sonrisa aliviada cruzó el rostro del hombre –. Al parecer está bien, ¿no es un milagro?
- Sí – ella sonrió también, pero en seguida se puso seria de nuevo –. Todos estos años… ¿los ha pasado metida en el bosque?
- No lo sé.
- Han pasado once años… mi niña… ¿qué habrá vivido en todo ese tiempo?
El silencio volvió a instalarse entre los dos.
- No lo sé.

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Un hombre nervudo, elegantemente vestido, les recibió en la puerta del complejo. Su gabardina estaba mal abrochada, y bajo su mirada cansada se adivinaban incluso en la oscuridad unas marcadas ojeras. No acababa de llegar.
- Señores Anderson, es un placer conocerles. Soy el doctor Richards, psicólogo; el centro ha trabajado en anteriores ocasiones conmigo y me ha llamado para que le realizara un examen inicial a Juliet. Acompáñenme dentro.
Siguieron al doctor a través de las puertas, atravesando unas paredes grises que, de algún modo, no parecían presagiar nada bueno. Ninguno de los dos dijo nada, aunque sentían la necesidad de realizar más preguntas de las que podían contar. El hombre pareció percibir esto, y empezó a relatar las respuestas.
- Tienen que saber que no responde a nuestras preguntas – hablaba en susurros, sin mirarles, como si pidiera perdón por el estado de la muchacha –. Responde a estímulos, pero parece incapaz de usar nuestro idioma. Trata de crear símbolos, de comunicarse mediante ellos, pero parece haber olvidado el lenguaje que antes utilizaba.
Un silencio incómodo se estableció entre los tres, mientras el matrimonio trataba de asimiliar las declaraciones del psicólogo. De pronto, la esperanza que habían sentido de camino se esfumó, su hija se volvió a perder aun a escasos metros de distancia, una persona diferente les esperaba tras una de aquellas puertas. Él sintió deseos de marcharse, aunque nunca lo reconocería; a ella su hija se le antojó una completa desconocida.
- No sabemos si les recuerda, porque no nos puede decir nada – el docto siguió hablando como si nada hubiera pasado –. Sólo podemos hacer conjeturas, pero no estamos seguros de nada.
- Tenía cuatro años cuando pasó – la mujer comenzó a hablar, tímida y lentamente, como si supiera que pronunciar esas palabras era un error –. Ahora tiene quince. Honestamente, ¿cree que nos recuerda?
- No puedo estar seguro.
- Doctor, por favor…
- Probablemente no.
Sarah se detuvo bruscamente, abrazada a sí misma. Los dos hombres se volvieron a mirarla, pero ninguno sabía cómo actuar. Su marido se acercó a ella, abrazándola y compartiendo su dolor, pero el otro se quedó donde estaba, sin poder reaccionar.
Nadie merecía algo así, ni debería merecerlo; el olvido es la mayor desgracia para el hombre, que sin recuerdos deja de significar. Pero Juliet seguía existiendo, simplemente como una pobre niña que ahora más que nunca necesitaba a sus padres; debía hacerles entender eso, no podía permitir que convirtieran a su hija en el ser ajeno que ellos, lo sabía demasiado bien, ya estaban empezando a formar en sus mentes.
- Señores Anderson – tocó el brazo de la mujer en un intento de captar su atención, ella le miró asustada –. Puede que a Juliet le cueste reconocerlos, no voy a mentirles, quizá no les recuerde, pero lo hará con el tiempo. Lo importante es que no se rindan ahora, que la ayuden en todo lo que sea posible. Su hija ha estado perdida por once años, les necesita para volver al mundo al que pertenece.
Lentamente, el matrimonio se deshizo del abrazo, siendo conscientes poco a poco de la realidad que se cernía frente a ellos. Tras las dudas, el doctor pudo ver en sus miradas a un buen padre, a una madre entregada, y supo que sabrían hacer lo correcto.
- ¿Podemos verla?
- Por supuesto.
Caminaron unos pocos metros más, y se situaron frente a una puerta cerrada. No escucharon nada al otro lado, tan sólo el silencio, como si detrás de aquella pared no se encontrara la hija que tanto tiempo habían estado buscando.
- ¿Están preparados?
- Sí.
La puerta se abrió, y los tres entraron en la habitación. Ella se encontraba sentada al fondo, rodeada de personas que parecían mantenerla vigilada. La chica se levantó y se dirigió a ellos, mirándoles como un animal curioso que observa a sus nuevos vecinos. Sin embargo, el padre pudo ver la mirada cristalina de su hija bajo aquella expresión salvaje; el brillante cabello negro tras aquella melena que crecía descuidada y enmarañada; el pequeño cuerpecito que solía recordar convertido en una esbelta y alta silueta.
Vio a su pequeña escondida en la piel de aquella joven mujer. Pudo sentir que por fin la había encontrado.
- Hola, cariño – lentamente le alargó la mano –. Soy papá.
Juliet sonrió.



viernes, 22 de abril de 2016

Apunta.

Supongo que podríamos considerar esto un experimento.
Tenía ganas de escribir, pero no sabía qué, así que busqué en mi carpeta de imágenes inspiradoras de relatos y encontré una que, digamos, me movía algo por dentro.
Pero al empezar a escribir me di cuenta de que estaba comenzando el relato con un diálogo así que se me ocurrió lanzarme a la piscina y experimentar. Decidí escribir toda la historia usando sólo un diálogo.
Vosotros sois los encargados de decidir si me ha quedado algo decente, o si ha resultado todo un desastre.
Un beso.



- ¿La ves?
- Eso creo.
- ¿Eso crees? No me vale una duda, tenemos que estar seguros.
- Eso creo. ¡No te puedo decir más! En ese vídeo la imagen no es tan nítida, en realidad, y ahora lleva la cara un poco tapada… no puedo estar seguro.
- A ver, déjame mirar.


- ¿Y bien?
- No sé.
- Te lo dije.
- Cállate. Lo siento, ¿vale?
- Entonces, ¿qué hacemos?
- No estoy seguro. Puede que sea ella, pero también puede que no. ¿Qué opinas?
- ¿Qué opino? Yo no opino nada. Tú eres el responsable de la misión, tú tienes que decidir.
- No me jodas. Yo no pedí esto.
- Ya sé que no lo pediste, pero eres el superior. Se supone que decidir es tu deber, así que ahora no te puedes echar atrás.
- Lo sé, ¿vale? Lo sé.


- Entonces, ¿qué?
- ¿Cuántas posibilidades hay de que no sea ella?
- ¿Cómo?
- Según nuestros informadores, ella iba a estar aquí hoy. A esta hora, en este lugar. Puede que ahora no podamos distinguir todos los rasgos de esa chica, pero desde luego se parece mucho. ¿Cuántas posibilidades hay de que no sea ella?
- Supongo… que pocas.
- Bien.
- ¿Qué hacemos?
- ¿Qué hacemos, dices?
- Sí.


- Apunta.
- Que… ¿apunto?
- Sí, apunta. ¿Qué haces aún parado?
- Yo…
- Escucha, no me toques los cojones ahora. Has dicho que decidiese, ¿no? Pues ya he decidido. No sé si piensas que esto está siendo fácil para mí, pero es lo más complicado que he tenido que hacer nunca y no termino de estar seguro de ello, pero tenemos que reaccionar. Así que déjate de gilipolleces y apunta de una vez, antes de que me lo piense de nuevo y terminemos dejando pasar la oportunidad, ¿de acuerdo?
-
- ¿De acuerdo?
- Sí.
- Bien.


- ¿Ya?, ¿la tienes a tiro?
- … sí.
- Bien.


- ¿Capitán?, espero tus órdenes.
- Lo sé, lo sé.
- Se mueve, la estoy perdiendo.
- Lo sé.


- Que la suerte me dirija.
- ¿Cómo?
- Nada… Dispara.


viernes, 15 de abril de 2016

Zombie Apocalypse Tag.

¡Hola mis niños! Hoy os trago un BookTag sobre zombies, que consta de seis preguntas sobre lo que harías en un apocalipsis zombie. Me ha parecido muy entretenido y, además, The Walking Dead es mi serie favorita, así que me apetecía mucho hacerlo.
En principio iba a sacar las preguntas de un blog llamado TAGS. Sin embargo, mirando en Youtube me gustaron más las preguntas que se hacen por allí en el tag, así que voy a sacarlas de ahí.
Empezamos.

1. El objeto a tu izquierda es la única arma que tienes. ¿Cómo de jodida estás?
Sólo tengo una manta. Una manta larga, suave y AMARILLA. Ni siquiera el color acompaña, con ella se me vería a kilómetros de distancia y, aunque no creo que un zombie vaya a distinguirme por el color, los locos vivos que rondan por ahí seguro que me echan el ojo encima, y no quiero.
Tampoco me sirve como arma. ¿A quién voy a hacer daño con una mantita?, absolutamente a nadie. Como mucho podría atar una piedra al pico de la manta y… ni siquiera así serviría de mucho. Por lo menos, supongo que estaré más o menos caliente a la hora de dormir.
En resumen, estoy jodida. Bastante. Pero calentita.

2. Si fueras un zombie, ¿a quién morderías?
Qué cruel, no quiero morder a nadie.
Si tuviera que elegir, supongo que mordería a criminales y gente que se lo mereciera, por ejemplo, para no hacerle el lío a gente inocente.
Sin embargo, los zombies no piensan, así que seguro que simplemente mordería al ser vivo más apetitoso que se me cruzara en el camino (CUIDADO).

3. ¿Cuál sería tu plan de supervivencia?
Sola voy a durar muy poco. Lo sé, lo sabéis. Soy una veinteañera floja y torpe así que más me vale no aventurarme en el nuevo mundo sola (sobretodo armada únicamente con una mantita).
Creo que mi mejor opción sería unirme a un grupo – no demasiado loco y tocado de la cabeza, atención – y no separarme de él ni con agua caliente. A partir de ahí me llevaría bien con ellos, obedecería y me comería todo lo que me pusieran en el plato (que no creo que fuera mucho) y aprendería a defenderme con armas, que me iba a hacer falta.
En última instancia, tengo un plan B de supervivencia que no puede fallar: esconderme detrás de Daryl Dixon mientras él mata los zombies por mí.


4. Si tus padres se convirtieran en zombies, ¿qué harías?
Pues… al principio me sentiría fatal, lloraría por perderlos. Al fin y al cabo mis padres ya no estarían conmigo.
Pero ellos no se sentirían igual y querrían comerme, así que sólo tengo dos opciones: huir de ellos o matarlos. Sé que matarlos sería lo más correcto, pero no creo que me atreviera a hacerlo. Seguramente necesitaría terapia previa para empezar a matar zombies “queridos”.

5. ¿Quieres que ocurra el apocalipsis zombie?
NO. Por supuesto que no quiero. Estoy muy bien como estoy, y no quiero verme de pronto luchando por mi vida en medio de la calle y viviendo al límite y precariamente, en medio de la soledad.
Creo que los zombies pueden quedarse en las pelis, las series y los libros, gracias.

Esto ha sido todo por hoy. Ha sido corto, pero me apetecía mucho hacerlo y espero que os haya entretenido un poquito al menos.
Hasta la próxima, mis niños. ¡Sed felices!

viernes, 8 de abril de 2016

Guardia.

Este texto está sacado de una "propuesta", que encontré en Pinterest. A veces, en uno de esos ratos muertos que paso cotilleando en la aplicación, encuentro imágenes que ofrecen propuestas para crear escenas o relatos: puede ser un comienzo, un resumen, un simple ejercicio de creatividad... 
He ido guardando esas imágenes, aunque al final no suelo usarlas. Sin embargo, esta me ha gustado bastante así que he decidido empezar las "prácticas" con ella.





Sentado en la mesa, contempló cómo las luces del pasillo se apagaban tras un molesto parpadeo. Eso significaba que ya no quedaba nadie ahí, que una noche más se encontraba sólo junto a los pacientes, encerrado entre esas paredes blancas y frías cuya suavidad era más tenebrosa que dulce. Sentía verdadera repulsión por aquel edificio, pero tras años de oficio casi había aprendido a ignorarlo.
Un golpe sordo se escuchó metros por delante suyo, escondido en las profundidades oscuras del pasillo que se extendía ante él. Cualquiera se habría asustado ante esto, dado el lugar en el que se encontraba, como si se esperara que las personas que se hallaban allí encerradas se transformaran en piedra al caer la noche, sin hacer ningún ruido hasta el amanecer.
La gente no entendía que quienes se encontraban en el hospital psiquiátrico, a pesar de estar presos en sus habitaciones, seguían siendo humanos. Humanos que se movían, que respiraban, que hablaban, que a veces no podían dormir.
Lucas estaba acostumbrado a que sus conocidos le miraran raro cuando defendía esta postura. En el fondo de sus mentes, no podían ver a los pobres trastornados como iguales, y a menudo les sorprendía la extraña empatía que él les profesaba. La teoría más común era que el tiempo que llevaba realizando guardias nocturnas en el hospital había terminado modificando las ideas, que sus padres le habían educado muy bien, que era un hombre realmente bueno.
En fin, no podía saber si algo de todo eso había ayudado, pero lo que sí era cierto es que el poder leer los pensamientos de los pacientes había cambiado su modo de verlos.
Con el tiempo, había logrado comprender que aquella desgraciada gente no era más que pobres desquiciados que no tenían la culpa de estar allí. Necesitaban ayuda –  por mucho que él cada vez se preguntara más si aquel sitio era el adecuado para ofrecerla –  y tenían la obligación de permanecer ingresados hasta que alguna excepcional técnica pudiera curarles por fin. Lo mínimo que podía hacer Lucas era escucharlos mientras los vigilaba, actuar como el receptor sobre el que descargaran sus problemas.
Comenzó a caminar por el largo pasillo, y el ocupante de la primera celda se abalanzó sobre él al verle, presa de una rabia cuyo origen nadie había podido explicar aún. Sin embargo, Lucas sabía que noche tras noche el hombre le confundía con su hermano mayor, aquel que le había traicionado años atrás y le había quitado todo lo que tenía. A pesar de que prefería no pensar en lo que aquella mole podría hacerle si no les separara una pared, en el fondo podía comprender su enfado.
Siguió caminando y saludó a Judith, que le dio la bienvenida a través del cristal con una mirada cortés y educada que invitaba a acercársele. Él no avanzó hacia ella; aquella noche contemplaba asesinarle con un oxidado cuchillo de cocina, y no quería darle esperanzas de poder conseguirlo.
Mientras seguía estudiando los inteligentes y extraños ojos de la mujer, un ansioso llanto emergió en un susurro desde las profundidades del pasillo. Se volvió hacia el sonido, sabiendo quién se encontraba detrás del mismo. Casi corrió hacia su celda, situada casi al final del corredor, y se colocó frente a ella, buscando su oculta silueta tras el cristal.
Le encontró encogido en el centro de la habitación, abrazándose las piernas de espaldas a él. Aquel muchacho le apenaba desde el día en que lo conoció, hasta el punto en que se había convertido en el paciente a quien más visitaba durante las largas noches de vigilancia. Sentía muchísima lástima por él, no podía comprender cómo sería creer a cada segundo que alguien quería hacerte daño, que estabas en peligro. Kevin sólo tenía 19 años, y desde que era un niño vivía con esa continua sensación; a pesar del tiempo que había pasado, Lucas aún no sabía cómo había logrado sencillamente sobrevivir.
Dio unos golpes con las uñas en la puerta, tratando de llamar su atención. El joven se volvió sobresaltado hacia él y, al ver quién era, se levantó lentamente. Pudo ver en sus ojos miedo, una horrible ansiedad, y se concentró una vez más en sus terribles temores.
Quiere matarme, ella quiere matarme.
Ella, ¿quién?
Ella quiere matarme. La chica de la 83. No tenía que estar aquí, por algo la han traído. ¿Por qué si no iban a hacerlo? No hay otra explicación. Ella quiere matarme, puedo sentirlo. ¡Va a matarme!
Kevin se abalanzó sobre él y golpeó la pared. En su mirada notó un horror insuperable, el rostro del miedo, una desesperada búsqueda desesperada de ayuda. Pero la verdad era que no podía hacer nada por él, no podía defenderle de una amenaza que no era real, por mucho que esa evidencia le doliera.
Ella quiere matarme.
¿Ella?, ¿quién era ella? La celda 83 estaba vacía, al menos hasta la noche pasada. En otras circunstancias habría ignorado los pensamientos del muchacho, cuyas paranoias solían basarse en elementos salidos de sus fantasías, pero su intuición le hizo volverse hasta la supuesta celda de la misteriosa mujer. Dejó al chico asomado al cristal y, lentamente, se acercó a la habitación.
La pálida piel de la muchacha resplandecía en la oscuridad de la celda, haciendo imposible ignorarla. Su cabello descolorido y raído le tapaba el rostro, pero Lucas pudo fijarse en sus enormes ojos azules en el momento en que ella se volvió hacia él. Estaban enrojecidos y llorosos, y las lágrimas brillaban en sus mejillas.
¿Quién eres tú?
La joven le miró a los ojos. Un aura de serenidad la rodeaba, parecía la paciente más cuerda que había visto jamás allí. Por algún motivo, resultaba evidente que aquella habitación no era el lugar donde debía estar.
¿Qué estás haciendo aquí?

Socorro.

viernes, 1 de abril de 2016

Susan.

Entro en mi cuarto y me tiro en la cama. Lanzo la mochila a cualquier parte, ni siquiera me molesto en quitarme los zapatos. Me encuentro demasiado mal como para reparar en nada, sólo quiero llorar; me encojo sobre mí misma y comienzo a sollozar, dejando que el sonido de mi llanto quede ahogado contra el colchón.
- Enid, ¿qué ocurre? – reconozco la voz de Susan, pero no tengo fuerzas para levantar la cabeza y mirarla.
- Thomas.
- ¿Te ha vuelto a decir algo malo?
Intento responderla, pero los sollozos no me dejan hablar. Tardo un poco en tranquilizarme, pero ella espera paciente, sin moverse del lugar donde está.
- Me ha dicho que soy rara. – mi voz tiembla y las lágrimas luchan por seguir resbalando por mi rostro, pero consigo reponerme – Me ha dicho que soy fea y extraña, que nadie me quiere. Dice que estaré siempre sola y que no tengo amigos. Ha sido muy malo.
- Pero tonta, no le hagas caso. Tú sabes que no estás sola, me tienes a mí. Yo soy tu amiga.
- Lo sé Susan. Pero tú no puedes venir conmigo al colegio. Allí no tengo a nadie, y Thomas me dice esas cosas tan feas… No puedo más, no quiero ir más a ese colegio. – un par de lágrimas se escapan de mis ojos, tardo unos segundos en poder volver a hablar – ¿Qué puedo hacer? Por favor, ayúdame.
Susan se queda callada de pronto y temo haberla enfadado. Lentamente, me recoloco sobre la cama y la miro, expectante.
- ¿Susan?
- Un segundo, estoy pensando.
Espero, pero no dejo de mirarla. Justo mientras me seco las lágrimas, ella gira la cabeza y me mira. Sus ojos cristalinos pueden resultar vacíos, pero yo percibo algo más en ellos; sus labios, situados sobre una piel blanca y brillante como la porcelana, no se mueven cuando me habla.
- Se me ocurre… que podrías matarlo.