Camina tranquila por los pasillos de su palacio envuelto en
brumas, pero tras ella no deja sonido de pasos o el susurro de unos pies
arrastrándose. Sólo hay silencio. Es como el avanzar de un espíritu, pero ella
no es un fantasma, ella es muy superior a esas almas ancladas que vagan por el
mundo terrenal sufriendo la incomprensión de aquellos que las ven.
Lady Orie está muy por encima de todos ellos. Por encima de
todos esos comunes que pueblan la Tierra creyendo ser reyes de ella, sin darse
cuenta que no son más que insectos intentando controlar una realidad que les
queda demasiado grande. Son tan
ególatras…
Y ese no es su único defecto. Además, sus mentes y sus almas
no aguantan mucho: unos cuantos problemas, una o dos visiones y ya están
consumidos y atrapados por la locura. Quizá sea por la limitación de sus
mentes. Es asombroso ver cómo son incapaces de comprender apenas nada, cuando
ellos mismos se creen tan inteligentes.
Le divierten, sin embargo. Es divertido jugar con ellos
mientras piensan que no es así, mientras creen que controlan la situación,
cuando en realidad los está manejando como a simples marionetas hasta que ya no
dan más de sí.
Siempre ocurre lo mismo: elige a su nueva víctima y le hace
pensar que es él el que ha elegido. Que piense esto es realmente muy importante
ya que, de este modo, sienten que son superiores y se vuelven más manejables.
Después, viene la seducción: es una fase algo aburrida, pero
no dura mucho. Los machos humanos son terriblemente sencillos: unas cuantas
sutilezas, un par de copas y están comiendo de su mano mientras se revuelven
con ella entre las sábanas. Sus sábanas, por supuesto; así alimentan su ilusión
de estar por encima, así los pobres ingenuos piensan que al final saldrán
vencedores de esa su última aventura.
Porque será la última, aunque nunca lo saben. Llevados por
su lujuria, desde la primera noche empiezan a vivir por y para ella; desde la
primera noche, y durante todas las demás, le ofrecen su alma como un regalo que
entregan poco a poco y hasta que no pueden más.
A medida que pasa el tiempo, sus problemas aumentan: no
comen ni duermen, pensando en volver a tenerla entre sus brazos; su mundo se
reduce a ellos dos y se aíslan de todos los demás; se quedan sin trabajo, sin
amigos y hasta su familia se aleja. Además, las visiones les acosan: ven llamas
que salen de cualquier lado; la gente que pasa por su lado se convierte en
sucios esqueletos por un instante; cuando yacen con Orie, ven alas membranosas
nacer de su espalda y tornarse rojos sus ojos castaños…
En poco tiempo, los pobres infelices se encuentran en un eterno
bucle de oscuridad.
La mayoría elige saltar desde algún puente para salir de él,
aunque los disparos y las sogas también son bastante populares. Los humanos
pueden llegar a ser tan melodramáticos…
Y todo para, al final, no encontrar la paz que esperaban.
Cuando mueren, sus almas terminan donde ellos mismos las enviaron. Encerradas
en jaulas en el húmedo sótano de su castillo, los espíritus de cientos de
desgraciados hombres se lamentan eternamente deseando no haber conocido jamás a
aquella bella muchacha tras la que se escondía Orie.
Su gozo.
Su maldición.
Su propio paraíso que, tras la muerte, les impidió llegar a
él.
Lady Orie les contempla ahora desde las escaleras: son más
de cien, cada uno en su jaula, formando líneas y columnas perfectamente
organizadas. Sus lamentos se escuchan a la vez, como si de una tétrica canción
de cuna se tratara.
Alguien debió enseñarles a no fiarse jamás de un súcubo.