No me gustas.
De veras que no. Desde el primer día que te vi, desde el
momento en que abriste tu apestosa bocaza para soltar una de esas perlas que
tan nerviosa me ponen. No te soporto.
Eres un ser infantil, superficial y maleducado. Antes nunca
habría querido conocer a nadie como tú; mucho menos tenerle de amigo; por favor,
¡ni hablar de ser su novia! Todavía hay momentos en los que evito verte,
ocasiones en las que mi cara refleja sin querer lo mal que me caes, días en los
que tu presencia me pone enferma.
Cualquiera diría que nos conocemos desde hace tiempo, nadie
podría suponer que incluso somos amigos.
A mí también me cuesta entenderlo a veces.
Quiero decir, te odio.
Pero te amo.
Joder, te amo mucho.
No entiendo por qué, en serio no lo entiendo, pero de algún
modo no puedo estar sin ti. Me falta algo si no estás tú: algo espantoso, algo
que me sana y que antes no estaba allí. ¿Cómo he podido ignorar que no estaba
hasta ahora?, ¿cómo he podido vivir sin ello? Mierda, no lo sé… Ni siquiera sé
qué digo, ni siquiera sé qué hago pensando estas estupideces, pero es la
verdad.
Tú me sanas, tú le das algo a mi vida que la hace mejor. Tú
eres el motivo por el que me levanto media hora antes cada mañana; lo hago para
poder quedar contigo en el portal e ir juntos al instituto. Lo hago porque así
me siento mejor, lo hago porque me haces feliz.
Joder, te odio por eso.
Te odio porque no lo entiendo, no comprendo lo que me pasa.
No puede ser que sienta algo tan puro por ti cuando a la vez hay momentos en
los que no puedo ni verte; no puede ser que quiera protegerte de esos líos en
los que te has metido por tu inmadurez, esa que me exaspera; no entiendo cómo
puedo quererte tanto, a un cretino como tú.
Ni por un segundo puedo llegar a comprender qué tienen tus
ojos, qué es eso que tanto me maravilla en tu mirada, esa que me observa justo
ahora… mientras me hablas de cuánto te preocupa que la gente te vea vestido con
ropa de mercadillo.
Qué asco de tío.