martes, 29 de diciembre de 2015

El regalo.

Zyra observó al hombre, tan alto que se vio obligada a levantar de manera incómoda la cabeza para poder mirarle a los ojos.
- Mamá dice que no debo hablar con desconocidos.
- ¿Yo soy un desconocido, pequeña?
- Sí.
- Lo desconocido da miedo, ¿te doy miedo?
La niña lo pensó: las ropas negras del hombre parecían extenderse a su alrededor, creando una atmósfera oscura que se balanceaba en torno a él; su piel pálida parecía sucia, como el mármol que no se ha lavado jamás; su rostro no reflejaba simpatía ni dulzura, sino la insinuación de una verdad que nadie quiere conocer, Sin embargo, no tenía miedo.
- No.
- Entonces, no soy un desconocido – se acuclilló junto a ella y su sonrisa mostró unos dientes sucios y demacrados.
Zyra, ajena a eso, sonrió a su vez, pero el sonido de la risa de su madre en la lejanía le hizo mirar hacia atrás.
- Tengo que volver, antes de que mi mamá se asuste.
La sonrisa del señor desapareció y, mientras se levantaba de nuevo, el abatimiento se asentó en sus rasgos.
- Está bien – dijo sin embargo – pero, ¿querrías llevarte esta rosa como recuerdo? – por arte de magia, hizo aparecer una hermosa rosa roja entre sus largas manos.
- ¡Sí, claro! – el rostro de Zyra se iluminó de emoción y, en su entusiasmo, estuvo a punto de arrebatarle la flor – Muchas gracias.
Se dio la vuelta y, brincando, empezó a alejarse del porche. En un momento, se giró para despedirse por última vez y, asombrada, vio cómo el rostro del caballero se suavizaba notablemente, transformando su apariencia tenebrosa en otra más serena.
- ¿Por qué antes parecías un monstruo y ahora un ser feliz?
El hombre sonrió dulcemente.
- Quizá, porque nadie nunca antes había aceptado mi flor.

domingo, 27 de diciembre de 2015

La reina del hielo.

El día que la Reina murió, en el reino de las dunas y el sol comenzó a nevar.
Nadie allí había visto nevar nunca, y el temor se apoderó de todos. Horrorizados, observaron cómo el polvo blanco cubría sus plantaciones y su arena, transformando el calor en frío y atrayendo la perspectiva de un repentino futuro desconocido que, en su novedad, sólo auguraba muerte y ruina.
Es una maldición, pensaron. Una maldición por no haber cuidado mejor a la Reina; por haber permitido que falleciera presa de aquella extraña enfermedad que congelaba su cuerpo y hacía temblar sus miembros. El pueblo lloró arrepentido, viendo desesperanzado cómo su mundo se iba haciendo cada vez más blanco.
En medio del desastre, sin embargo, surgió la idea de una última oportunidad de salvación, de realizar una penitencia para recuperar aquella normalidad que tan repentinamente había visto arrebatada. Así, todo el reino se congregó en el funeral de su soberana,  que parecía aguardarles dormida y serena en su féretro de cristal.
Con los ojos cerrados, su sonrisa había desaparecido.
En vida, la Reina nunca había dejado de sonreír: en cualquier evento, en cualquier situación, ella siempre había mostrado una sonrisa que se alojaba en su mirada cuando su rostro debía mostrar solemnidad.
Esta vez no vieron nada, y la tristeza de saber perdido algo tan valioso llegó a superar la angustia de la población. Cabizbajos, los habitantes allí reunidos comenzaron a organizarse para depositar sus ofrendas y regalos junto al cuerpo de la Reina. Se encontraban allí los mejores productos y manjares de todo el reino: telas delicadas y preciosas, hermosas flores, todo un banquete distribuido en pequeñas bandejas. La gente se había esforzado en dar allí lo mejor de sí mismos.
Pero lo que en origen había sido una desesperada súplica de perdón, ahora era un acto de condolencia.
Cuando el primer hombre fue a entregar su regalo, la nieve comenzó a derretirse. El blanco se esfumó deprisa, tan diligente y eficaz como había llegado; el frío dio paso al calor de nuevo, pero extinguió en su transición el matiz abrasador que solía subyugarles; los ríos crecieron y renovaron sus aguas opacas con otras más puras y cristalinas; como después pudieron comprobar, las plantas no sólo habían sobrevivido al frío entierro, sino que crecieron más fuertes y sanas.
La nieve se había ido y, en su camino, había mejorado sus vidas.
Para cuando el pueblo pudo recuperarse de la sorpresa inicial, una aún mayor les esperaba en el féretro: La claridad que había abandonado la tierra parecía haberse asentado en el cuerpo de la Reina, transformando el tono oscuro de su piel y sus cabellos en otro níveo, tan claro que toda ella parecía reflejar la luz del Sol.

Sin embargo, el mayor misterio quedó para siempre recogido en su rostro pues, donde antes todo el mundo contempló un semblante serio y severo, había aparecido una dulce y suave sonrisa.

viernes, 25 de diciembre de 2015

El arte en los ojos.

Hoy vengo de nuevo con una nueva entrada en la que os muestro un poco de mis tableros en Pinterest.
Amo Pinterest, adoro Pinterest, uníos conmigo a Pinterest.  Creo que es una fuente inagotable de cosas bonitas, creativas e inspiradoras y me encanta pasar los ratos libres enganchada a la aplicación, uniendo cosas a mis eternos tableros y creando otros nuevos.
Esta vez os traigo unas imágenes que me encantan, aunque algunas me recuerden demasiado a esa época Tuenti tan extraña que algunos hemos vivido. Son "fotomontajes"y maquillajes creativos, por llamarlo de algún modo, que tienen como protagonista el ojo humano.
Los ojos son mi parte favorita del cuerpo humano y en la que más me fijo, así que ya podreís entender porqué me gustan tanto estas fotografías.
Espero que os gusten.











¿Os gustan? A mi me encantan ^-^
¡Sed felices!




miércoles, 16 de diciembre de 2015

Castigada.

Aquí hace frío, demasiado frío.
Está muy oscuro, tengo miedo. No sé dónde está mamá, ni mi hermana, no hay nadie aquí y no quiero estar sola. Mamá siempre me abraza cuando estoy asustada, pero la he llamado y no viene. ¿Es qué he hecho algo mal?, lo siento, sea lo que sea no lo volveré a repetir, lo prometo.
A lo mejor ha sido por salir a jugar al jardín sin su permiso. Sé que no tenía permiso, a mamá no le gusta que esté fuera cuando llueve, pero tenía tantas ganas de trepar… Al final he salido, pero me he debido de quedar dormida mientras subía por el árbol, porque al despertarme aquí no he conseguido recordar cómo he vuelto a entrar en casa.
¿Es por eso, verdad?, ¿por eso estoy castigada? Lo siento mami, lo siento mucho… ¿puedo volver ya?
¿Mamá, Amanda…? He aprendido la lección, no volveré a hacerlo… dejadme salir, por favor. No me gusta este silencio, me da miedo...
Espera, creo que he oído algo. Amanda, ¿eres tú…? ¡Sí eres tú! ¡Estoy aquí!, ¿dónde estás? Espera, no te preocupes, voy a buscarte, ya voy… Gracias por venir, hermanita, tenía mucho miedo.
Por fin te encuentro. Oye, ¿cuándo han venido los abuelos?, ¿han llegado cuando estaba castigada?, ¡hola, abuelito!
¿Abuelo…? ¡Abuelo!, ¡hola!, ¡escúchame!, ¿qué está pasando, no me oyes? ¡Abuela!, ¡Amanda!, ¡mamá! Dejad de ignorarme, por favor, ya sé que no tenía que haber salido a jugar sin permiso, estoy muy arrepentida… perdonadme, me portaré bien… Mami, ¿por qué estás llorando?
No llores mamá… mira, ya no tengo miedo, ya estoy bien, ¿ves? Espera, voy a darte un abrazo, de esos de oso que siempre me das, ¿te apetece?. Vaya, qué sensación más rara… creo que me he chocado contra algo.
Amanda, ¿por qué me miras así?, ¿me pasa algo? ¡No grites!, ¿qué ocurre?
¿Por qué tenéis esa cara de miedo?, ¿qué pasa? Por favor, ¡me estáis asustando mucho! ¿Qué me pasa, qué ocurre? ¡MAMÁ, RESPÓNDEME! Mamá, ¿qué…?

Mami, ¿por qué estoy saliendo del espejo?

domingo, 13 de diciembre de 2015

Después de tanto tiempo.

Cuando se la encontró allí, sentada en una mesa de la cafetería, no supo qué decir.
- Hola…
- Hola – ella le sonrió con timidez, colocando un mechón de su pelo negro detrás de la oreja. Había cambiado mucho después de tantos años, y la niña que fue parecía haberse esfumado de su rostro, aunque pudo descubrirla escondida en sus ojos.
- Ha pasado mucho tiempo.
- Lo sé. Es increíble, ¿verdad?
- Cierto, sí – se removió, incómodo, en realidad no sabía de qué hablar. De no haber sido por la fuerte amistad que les unió de niños, por todo lo que vivieron, habría considerado que esa mujer ante sus ojos era poco más que una extraña – ¿Cuándo has vuelto?
- Volví hace unos cuantos meses, cuando me independicé. Mis padres aún siguen en la casa donde nos mudamos, pero yo hace años que echaba de menos la ciudad. – de pronto interrumpió su discurso, bajando la cabeza, buscando las palabras para continuar – Yo… siento mucho no haberte localizado antes. Necesitaba tiempo para instalarme, y después de tanto tiempo sin hablar no encontraba las palabras para saludarte de nuevo.
- Lo sé, no te preocupes.
Volvió a sonreír, visiblemente aliviada. Hugo no sabía si lo que decía era cierto, si de verdad había querido contactar con él en algún momento, pero tuvo que creerla, viéndola delante suyo de nuevo.
Los recuerdos le inundaron de pronto: memorias de una niñez juntos, de risas y de sueños, de secretos contados entre las calles, de un inocente primer beso escondidos en el parque. Lo pasó realmente mal cuando ella tuvo que mudarse lejos de allí pero, a pesar de lo que se querían, de algún modo terminaron perdiendo el contacto. Hacía años que no sabía nada de ella, absolutamente nada… tenerla ahí al lado le hacía sentir que podía volver a empezar.
- Quizá…
- ¿Quizá?
- Bueno, ya que por fin me has localizado, quizá podríamos tomar un café algún día. Ya sabes, para hablar, ponernos al día… Seguro que hay muchas cosas que contar.
- ¡Claro, por supuesto! – los ojos se le iluminaron, y su sonrisa se ensanchó hasta abarcar todo su rostro. Parecía entusiasmada, realmente era verdad lo que le había contado – Eh… bueno, ahora mismo no estoy sola pero…
- Oh. – se fijó por primera vez en la mesa que la chica ocupaba, en la que podían verse dos tazas vacías – Bueno, otro día entonces.
- Me encantaría. Te escribo mi número, espera – le cogió la mano y un extraño sentimiento se extendió por todo su cuerpo. De pronto estaba en paz, como envuelto en un acogedor hogar, le gustó la sensación.
- Ya está.
- Genial.
Se separaron, y la sensación que acababa de invadirle se esfumó en el aire. Pero ella seguía allí, al lado, transmitiéndole todos esos recuerdos que creía enterrados. El número escrito en su mano parecía quemarle la piel y supo que no tardaría en usarlo.
- ¡Cariño! – un chico de su edad apareció de la nada y abrazó los hombros de Lara, rompiendo en un instante aquel momento. Ella pareció encogerse, sonrojada – ¿nos vamos?..., ¿quién eres tú? – el joven pareció reparar de pronto en la presencia de Hugo.
- Es un viejo amigo, de cuando vivía aquí. Nos acabamos de encontrar.
- ¡Oh! Hola, soy Mateo, encantado.
- Igualmente.
Él sonrió, aunque brevemente. Antes de que se diera cuenta estaba abrazando más fuerte a su amiga, como agarrándola, y su posición corporal reflejaba unas ganas de marcharse de allí que habría resultado maleducado expresar en voz alta. Sin embargo, volvió a insistir:
- Cielo, ¿nos vamos?
- Sí, claro – mientras se ponía la cazadora, Lara le dedicó una sonrisa de disculpa. Apenas le rozó el brazo al despedirse. – adiós, Hugo, me ha gustado volver a verte.
- Y a mí. Hasta luego.
Se volvió justo a tiempo para verles desaparecer por la puerta, abrazados. Una atmósfera de malestar y preocupación se asentó junto a él, ahogándole en un sentimiento de impotencia que sabía que no podía vencer.
Sin embargo, no todo estaba perdido: tenía su número, su vuelta y su presencia en la ciudad. Volvería a verla, se aseguraría de ello.

martes, 8 de diciembre de 2015

La reina de sus pasos.

Mi niña pequeña, mi princesita de los rizos níveos, estoy muy orgulloso de ti.
Desde que te pusiste en pie, quisiste hacernos entender que no estabas hecha para este lugar. Tus preguntas eran las más extrañas, mucho más curiosas y sencillamente sabias que a las que no tienen acostumbrados los niños en general; siempre estabas explorando, descubriendo el porqué del mundo mucho antes de que nosotros te lo pudiéramos enseñar, de haberlo sabido; ese brillo de inteligencia y paz nunca abandonaba tu mirada, como espero que no lo haga ahora. Tú siempre sabías lo que ocurría, siempre fuiste consciente de todo; nunca he conocido a nadie tan inteligente, tan realista y reflexivo, tan calmado, siempre podrás sentirte confiada ante lo externo, ya que este jamás te pillará desprevenida.
Siempre te he admirado, aun cuando solamente eras una bebé que sonriente me ponía flores ante el rostro para que yo también pudiera captar su olor. Me habría gustado ser como tú: siempre querré parecerme un poco más a ti cada día que pase, cada segundo, con el fin de ser un poco mejor persona, mejor humano, mejor hombre, mejor al igual que tú.
Quiero decir, aunque suene egoísta, que yo siempre supe quién eras, lo que valías. Me habría gustado poder haberte criado yo, haber guiado tus pasos en lugar de tus padres. Te habría demostrado que de veras apreciaba tu forma de ser, que eras la mejor de todos ellos, que no necesitabas cambiar un ápice, me habría gustado haber podido decirte lo bella que eres, lo pura, lo cristalina, confesarte que el mundo jamás se permitirá estar por encima de ti.
Pienso que si lo hubieras sabido, si no hubieras tenido que averiguarlo por ti misma entre reproches e insultos, quizá te habrías quedado aquí. Pienso mal, lo sé – tú estabas destinada a volar libre lejos de todo – pero es el consuelo de tontos que me queda en las tardes más nostálgicas, en las que echo de menos poder verte crecer.
Supongo que ya pasó mi turno, que ya disfruté bastante de ver cómo mi pequeña sobrina se convertía en la joven mujer fuerte y segura que prometía ser. Ahora les toca a otros poder caminar junto a ti, cogiéndote de la mano y viéndote triunfar peldaño a peldaño.
Sólo espero que sean buenas personas, que sepan estar a tu altura, que no te hagan mal. Juro que, si lo hacen, te encontraré para poder apoyarte, para seguir protegiéndote aunque ya no lo necesites. Te encontraré, de algún modo, aun sin saber dónde estás.
Nadie lo sabe, me temo. Un día, simplemente, no estabas allí, y nadie sabía dónde habías ido. Sólo teníamos una nota para saber que, por lo menos, te habías ido por tu voluntad y estabas bien. Nada de despedidas, nada de abrazos y llantos.
Miento si digo que me sorprendí. Siempre supe que, algún día, protagonizarías una escena así. Simplemente a veces la nostalgia supera lo feliz que me siento por ti.
Sé que estás bien, aunque no me lo digas. Y sé que mirarás al mundo con ilusión y seguridad, sabiendo lo que haces en la certeza de que todo va como tiene que ir. Sé que marcarás personas y sueños, que todo lo sufrido ha quedado atrás, sé que tu vida será maravillosa y que lo mejor está por llegar.
Confío en ti, Adele. Tú haz lo mismo.

De todos modos, yo siempre estaré ahí.