Cuando se la encontró allí, sentada en una mesa de la cafetería, no supo qué decir.
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Hola…
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Hola – ella le sonrió con timidez, colocando un mechón de su pelo negro detrás de la oreja. Había cambiado mucho después de tantos años, y la niña que fue parecía haberse esfumado de su rostro, aunque pudo descubrirla escondida en sus ojos.
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Ha pasado mucho tiempo.
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Lo sé. Es increíble, ¿verdad?
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Cierto, sí – se removió, incómodo, en realidad no sabía de qué hablar. De no haber sido por la fuerte amistad que les unió de niños, por todo lo que vivieron, habría considerado que esa mujer ante sus ojos era poco más que una extraña – ¿Cuándo has vuelto?
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Volví hace unos cuantos meses, cuando me independicé. Mis padres aún siguen en la casa donde nos mudamos, pero yo hace años que echaba de menos la ciudad. – de pronto interrumpió su discurso, bajando la cabeza, buscando las palabras para continuar – Yo… siento mucho no haberte localizado antes. Necesitaba tiempo para instalarme, y después de tanto tiempo sin hablar no encontraba las palabras para saludarte de nuevo.
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Lo sé, no te preocupes.
Volvió a sonreír, visiblemente aliviada. Hugo no sabía si lo que decía era cierto, si de verdad había querido contactar con él en algún momento, pero tuvo que creerla, viéndola delante suyo de nuevo.
Los recuerdos le inundaron de pronto: memorias de una niñez juntos, de risas y de sueños, de secretos contados entre las calles, de un inocente primer beso escondidos en el parque. Lo pasó realmente mal cuando ella tuvo que mudarse lejos de allí pero, a pesar de lo que se querían, de algún modo terminaron perdiendo el contacto. Hacía años que no sabía nada de ella, absolutamente nada… tenerla ahí al lado le hacía sentir que podía volver a empezar.
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Quizá…
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¿Quizá?
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Bueno, ya que por fin me has localizado, quizá podríamos tomar un café algún día. Ya sabes, para hablar, ponernos al día… Seguro que hay muchas cosas que contar.
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¡Claro, por supuesto! – los ojos se le iluminaron, y su sonrisa se ensanchó hasta abarcar todo su rostro. Parecía entusiasmada, realmente era verdad lo que le había contado – Eh… bueno, ahora mismo no estoy sola pero…
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Oh. – se fijó por primera vez en la mesa que la chica ocupaba, en la que podían verse dos tazas vacías – Bueno, otro día entonces.
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Me encantaría. Te escribo mi número, espera – le cogió la mano y un extraño sentimiento se extendió por todo su cuerpo. De pronto estaba en paz, como envuelto en un acogedor hogar, le gustó la sensación.
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Ya está.
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Genial.
Se separaron, y la sensación que acababa de invadirle se esfumó en el aire. Pero ella seguía allí, al lado, transmitiéndole todos esos recuerdos que creía enterrados. El número escrito en su mano parecía quemarle la piel y supo que no tardaría en usarlo.
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¡Cariño! – un chico de su edad apareció de la nada y abrazó los hombros de Lara, rompiendo en un instante aquel momento. Ella pareció encogerse, sonrojada – ¿nos vamos?..., ¿quién eres tú? – el joven pareció reparar de pronto en la presencia de Hugo.
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Es un viejo amigo, de cuando vivía aquí. Nos acabamos de encontrar.
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¡Oh! Hola, soy Mateo, encantado.
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Igualmente.
Él sonrió, aunque brevemente. Antes de que se diera cuenta estaba abrazando más fuerte a su amiga, como agarrándola, y su posición corporal reflejaba unas ganas de marcharse de allí que habría resultado maleducado expresar en voz alta. Sin embargo, volvió a insistir:
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Cielo, ¿nos vamos?
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Sí, claro – mientras se ponía la cazadora, Lara le dedicó una sonrisa de disculpa. Apenas le rozó el brazo al despedirse. – adiós, Hugo, me ha gustado volver a verte.
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Y a mí. Hasta luego.
Se volvió justo a tiempo para verles desaparecer por la puerta, abrazados. Una atmósfera de malestar y preocupación se asentó junto a él, ahogándole en un sentimiento de impotencia que sabía que no podía vencer.
Sin embargo, no todo estaba perdido: tenía su número, su vuelta y su presencia en la ciudad. Volvería a verla, se aseguraría de ello.