El coche avanzaba a toda
velocidad, Joel podía sentir el viento tratando de oponer resistencia al
vehículo y el bailoteo del mismo con cada maniobra. No le gustaba conducir así,
tan rápido, sabiendo que en cualquier momento podría perder el control, pero en
esa ocasión tenía que hacerlo. Tenía que sacar a Zac de la ciudad, ponerlo a
salvo lo más lejos posible.
El chico dormía a su lado en el
asiento del copiloto, ajeno a la vertiginosa que estaba emprendiendo junto a su
padre. Casi no se había dado cuenta de nada: él ni siquiera había terminado de
empaquetar sus cosas cuando el niño cayó dormido, y realmente no había
despertado desde entonces.
Joel redujo un poco la marcha, lo
suficiente como para sentir que volvía a tomar el control del vehículo, y
observó durante unos instantes a su hijo: las luces intermitentes y anaranjadas
de las farolas en la noche iluminaban su rostro, las facciones redondeadas y
dulces. Joel estudió los rizos castaños del niño brillando levemente bajo los
focos y, antes de volver a prestar su atención a la carretera, se detuvo a
contemplar sus pestañas, largas y rizadas, destacando sobre los párpados
cerrados.
La madre de Zac también había
lucido esas pestañas, y el color café de su pelo sedoso había coincidido a la
perfección con el de su hijo. Sonrió al recordarla, pero era una sonrisa
amarga. Judy había muerto el mismo día Cero: Joel se la encontró en el portal
cuando corría despavorido hacia la casa, siendo devorada por uno de aquellos
monstruos grises. Ni siquiera podía recordar cómo había logrado entrar en su
domicilio, cegado por las lágrimas y el dolor, sin llamar la atención de la
criatura, pero lo hizo. Zac le esperaba en su habitación, acurrucado entre las
mantas.
- - Mamá me dijo que me quedara aquí.
Joel le felicitó y le abrazó
durante un largo rato, pero no le dijo dónde estaba su madre. Pasado un tiempo
volvió a salir al porche para toparse únicamente con algunos de los huesos del
cuerpo de su mujer y su alianza dorada, ahora manchada de sangre. Enterró los
huesos en el jardín trasero y prendió el anillo de su cuello con ayuda de una
de las cadenas de Judy. En aquel momento podía sentir la dureza del metal
contra su pecho.
A pesar del paso de los días, no
había sido capaz de hablarle a su hijo de la muerte de su madre. Él tampoco
había preguntado, pero Joel estaba seguro de que el niño lo sabía. Desde el día
Cero, Zac tenía los ojos llorosos a menudo y un aire de tristeza en la mirada.
Se había empreñado en meter en su bolsa todas las fotos que había encontrado de
su madre.
Pensativo como estaba, Joel no se
dio cuenta de que los escasos coches que permanecían circulando por la
carretera se agolpaban frente al suyo, y tuvo que frenar bruscamente para no
golpearse contra uno de ellos. Zac se despertó mientras pasaban de largo el
obstáculo que había generado el atasco: los esqueletos ensangrentados y
carcomidos de dos grandes caballos. El niño volvió la vista atrás y luego hacia
delante, tratando de despejarse.
- - ¿Dónde estamos?, ¿a dónde vamos?
- - Nos vamos de la ciudad, Zac, quiero ir a casa de
la abuela, en el pueblo, quizá allí estemos más tranquilos.
Su hijo asintió en silencio,
aceptando su decisión. Desde el día Cero, ningún momento había sido tranquilo:
aunque apenas habían salido de casa, los gritos de terror y los gruñidos
salvajes eran continuos y audibles tras las paredes, y salir de casa suponía
enfrentarse a un mortal laberinto de objetos abandonados, monstruos hambrientos
y vecinos desesperados. Joel nunca había disparado un arma antes, pero ahora no
era capaz de recordar cuántas veces había disparado el gatillo.
-
Papá, ¿crees que mis amigos estarán bien?, ¿o
les habrá pasado lo mismo que a mamá?
Un pesado silencio se hizo en el
coche. Era la primera vez que Zac hablaba de la desgracia que le había ocurrido
a su madre.
- - Espero que no.
- - Pero no lo sabes.
Joel suspiró mientras revolvía el
pelo rizado de su hijo.
- - Es cierto, no lo sé, pero quiero pensar que
estarán bien. A veces hay que tener fe, hijo, y aferrarse a ella. Tus amigos
permanecerán sanos y salvos hasta que conozcas lo contrario.
Zac asintió de nuevo, pero
parecía convencido. Joel lo vio, volvió a concentrarse en la carretera.
Sería difícil conseguir que su
hijo aceptara que sus amigos, las personas que quería, estarían bien hasta que
no comprobara su muerte, como si fueran gatos de Schrödinger. Ni siquiera él
podía creerlo, ¿cómo podría ser tan ingenuo? La gente que había muerto en la
ciudad era incontable, no se atrevía a pensar en un número concreto. Resultaba
demasiado probable que alguno de los compañeros de Zac, esos pequeños niños, hubiera
perecido también.
Pero eso no le pasaría a su hijo,
se dijo con fiera determinación, él se encargaría de que ninguno de esos monstruos
le tocara jamás el pelo, de que nunca sufriera daño. Su instinto lo pensó en el
mismo instante en que supo que aquellas criaturas estaban invadiendo la ciudad
y lo reafirmó enterrando lo que había quedado de su esposa, que había salido a
la calle para proteger a su pequeño.
Judy no moriría en vano Y Zac, el
único tesoro que le quedaba en la vida, siempre estaría a salvo. Con la vista
fija en la carretera, Joel se reafirmó en aquel objetivo: su hijo viviría,
aunque para ello tuviera que morir él.