Guardó
silencio mientras asimilaba las noticias, arrodillado frente al
Premonitorio en el oscuro espacio que era el hogar del ser.
- Pensé que alguien como tú tendría menos problemas para encarar
su futuro – la criatura habló con aquella voz sibilante que
parecía colarse en los huesos de quien la escuchaba –. El valeroso
rey de Hegar debería estar preparado para enfrentarse a la muerte,
¿no es así?
Kairo
miró al Premonitorio: había abandonado la postura solemne con la
que le había hablado de su destino y ahora yacía descuidadamente en
su trono de piedra, contemplando distraído el movimiento de sus
dedos azulados mientras describía con ellos figuras en el aire.
- Nadie está preparado para morir, no importa cuánto lo crea.
El
Premonitorio le miró entonces con sus ojos hechos de niela y sonrió.
Casi parecía sentir pena por él.
- La he visto, ¿sabes?, a la muerte. No es tan mala como piensas.
Puede que incluso acabe gustándote.
- Seguro que no es tan buena como la vida.
- Pides demasiado.
Kairo
respiró hondo, escuchando en el fondo de su mente los quejidos
amortiguados del miedo.
- Pero es por el bien de tu pueblo. Solo la derrota de tu ejército
lo salvará. Debería ser eso lo que más te importara, el futuro de
tu reino, ¿no es eso para lo que existe un monarca, para
sacrificarse por los suyos de ser necesario?
El
Premonitorio tenía razón, Kairo lo sabía, y una inmensa rabia le
invadió. No quería morir como tampoco quería que murieran sus
soldados, los únicos hermanos que había conocido. Más allá de
cualquier razonamiento, lo único que sentía era una sensación de
profunda injusticia.
¿Por
qué reino iba a sacrificarse? De pronto Hegar se transformó en un
conjunto de ladrillos yermos esparcidos por un terreno ausente, y sus
habitantes ya no eran más que cuerpos vacíos sin rostro.
- Yo nunca pedí ser rey.
El
Premonitorio se encogió de hombros, insolente.
- Y yo nunca pedí ver el futuro. Sin embargo, el destino nunca nos
pide permiso para jugar sus cartas, y mucho menos nuestra opinión.
Lo único que podemos hacer es aceptar nuestro papel y salir ahí
fuera a cumplirlo.
Kairo
y la criatura se miraron durante unos largos segundos. La quietud
comenzó a antojarse asfixiante mientras el Premonitorio parecía
esperar con paciencia una reacción que no llegaba.
- He de irme – el anuncio del monarca sonó como una pregunta.
- Sí – el Premonitorio se enderezó en su asiento para despedirle
–. Buen viaje, Kairo de Hegar.
Él se levantó con
pesadez y se dirigió al umbral. Antes de cruzarlo, el Premonitorio
le llamó de nuevo.
- Puedo imaginar lo que estás pensando, pero no funcionará. El
destino ha tomado una decisión inamovible y, dentro de unos días,
tú pasarás al Otro Lado. De ti depende ponerle las cosas más
difíciles de lo necesario pero, te lo advierto, yo no le enfadaría.
Kairo contempló un
instante al Premonitorio antes de marcharse. En esa ocasión nadie le
detuvo.