Empezó a temblar mientras sentía cómo el frío se introducía en su cuerpo hasta roer sus huesos, débiles y desprotegidos.
Todo era culpa de la niebla, que invadía el terreno hasta rozar el granito de las vías. Se alzaba ante él amenazante y aterradora, prometiendo cegarle en su seno, pero aquello no le impidió seguir avanzando.
Como un autómata, con los ojos fijos en un horizonte que no acertaba a comprender. Igual que un suicida aproximándose sin titubear a su muerte incierta.
Sin valentía, tan solo el vacío guiando sus pasos.
Las piedras en las vías crujían bajo sus pies, y aquel era el único sonido que conseguía escuchar. Durante un segundo, una débil voz en su mente se preguntó si tal vez aquello se debía a que no existía ningún otro, pero en seguida se vio intimidada y calló.
Si el silencio quería gobernar el bosque que lo acogía, él no era nadie para impedirlo.
La niebla se detuvo ante él por un instante y la sorpresa le hizo detener los pies. Permanecieron unos segundos así, observándose en medio de la quietud de los árboles, situados en mitad de una antigua vía de tren.
La niebla parecía curiosa, tal vez preocupada.
"¿Por qué estás aquí?"
Ninguna respuesta, ni siquiera la sincera, quiso salir de sus labios.
"Sea lo que sea, esta no es la solución".
Él hizo una mueca, casi riéndose de ella.
- Tú no sabes nada. Esta es mi solución.
La niebla calló, dándose por vencida, y retomó lentamente su avance. Todo lo que él hizo fue sonreír y siguió caminando.
Pronto, ella lo envolvió por completo.
Cuando la niebla se levantó y se marchó de allí, el chico había desaparecido. Nada dejaba adivinar que alguna vez había pisado aquella vía.
Entre los árboles, decenas de pájaros comenzaron a trinar.