Dormida, esperaba a su príncipe azul.
Llevaba años aguardándole, paciente, encerrada en su pequeño
rincón. Sentada en su trono de roca débil, contaba pétalos de rosa soñando con
su mirada, con sus abrazos, con sus halagos; aunque jamás los hubiera visto,
aunque jamás los hubiera experimentado.
Aunque jamás hubiera visto a su fiel caballero.
Pero existía, ¿no? Tenía que existir, estaba segura.
Porque era lo que siempre le habían dicho, su príncipe
vendría a buscarla, a rescatarla. ¿Por qué habrían de mentirle?, ¿por qué no
tendría que aparecer?
Era su destino, ella sólo tenía que esperar.
Pero lo que la princesa no sabía, es que el príncipe no iba
a venir.
Porque ella ya no era una princesa, él ya no era un
caballero andante en busca de una dama en apuros a la que salvar. Las princesas
murieron hace mucho, víctimas de sus cárceles y sedas, y los valerosos nobles
decidieron que no merecía la pena jugarse la vida por ellas. Los cuentos de
hadas desaparecieron, los dragones no volvieron, los besos de amor a medianoche
y las manzanas envenenadas quedaron en el recuerdo.
Nadie vendría a rescatarla, tendría que rescatarse ella.
Como nunca ha ocurrido, como siempre debió ser. Usando su inteligencia y su
valor, aquellos entes escondidos en su ser; olvidando las rosas, olvidando las
manos de pálida piel.
La princesa dormía, ignorante de todo eso. Y esperará, día y
noche, al pretendiente que debe ser el de sus sueños, al padre de sus hijos, al
hombre de su vida.
Y esperará y aguardará, hasta el final que no será feliz.
Pero quizá, sólo quizá, la princesa se canse de estar allí. Quizá,
sólo quizá, decida que ya ha esperado bastante y se aleje de allí, en busca de
una vida mejor. Quizá, sólo quizá, emprenda su propio camino, como la guerrera
fuerte que en realidad es.
Y entonces, probablemente, encontrará no a su príncipe, sino
a su compañero. Al padre de sus hijos, al hombre de su vida, a aquel con el que
compartir una vida. Allí, en el cruce de caminos, se encontrarán.
Y serán iguales, y recorrerán su senda como ha de ser.
Como hombre y mujer.
No como príncipe y princesa.
Y es que las princesas siempre, desde pequeñitas, esperamos a ese príncipe. Supongo que está en los genes...me gustó Irene! Besitos!
ResponderEliminarSomos unas románticas :)
EliminarBesos ^^
Y serán iguales, y recorrerán su senda como ha de ser. Como hombre y mujer.
ResponderEliminarMe encanta, Irene, como de costumbre, pero este me gusta especialmente :3
¡Un beso!
Gracias, he querido reflejar un poco mi idea de feminismo, el de la igualdad :)
EliminarMuchas gracias preciosa, un besito ^^
Me ha gustado mucho ^^
ResponderEliminarMil gracias :3
EliminarMe encantó! <3
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