Un banco de hermosos peces plateados pasó rápidamente frente
a Alyssa, cortándole el paso. Sobresaltada, la niña se echó hacia atrás,
chocando contra un enorme león que se encontraba allí. A pesar del miedo que
sintió, el animal se limitó a gruñir levemente, como disculpándose, y se alejó
de ella.
Temblorosa, se dio media vuelta y siguió su camino con los
brazos cruzados y tratando de no mirar alrededor. Observaba sus pies, avanzando
rápidos y pálidos sobre el suelo de nubes rosadas y olas de mar; en realidad
era una vista preciosa, pero en aquel momento lo único que despertó en Alyssa
fueron lágrimas de desesperanza y ansiedad. Una hermosa tortuga verde pasó volando
bajo ella, y las lágrimas mudas se convirtieron en un sollozo aterrado.
Echó a correr, dejando que el llanto la invadiera por dentro
y se extendiera por el espacio. Sus lágrimas flotaban al caer, golpeando a las
estrellas que sorprendidas seguían con la mirada la huida de la niña eterna; sus
ansiosos jadeos se escuchaban por todas partes, resonando en los oídos de todas
las criaturas presentes. La extrañeza se asentó en todos ellos: no era normal
vivir esas situaciones allí, en el limbo de la inmensidad.
Alyssa continuó corriendo, y todo aquello que dejaba atrás
se convertía en manchas borrosas a su alrededor: El viento brillante, los
pulpos jugando con jóvenes tigres mansos, la suave marea flotando a metros
sobre su cabeza, planetas resplandeciendo bajo sus pies… cualquier cosa
imaginable desfilando a su alrededor, danzando junto a ella, viviendo en un
espacio sin control.
Sin Norte o Sur, Este u Oeste, arriba o abajo, realidad o
sueño. La niña no podía soportarlo más.
Desde siempre había existido allí, y nunca había conocido a
nadie más: la única humana que existía en el lugar, nunca había tenido familia
o amigos, conocidos o compañeros. Sólo existían ella y todo aquel universo,
aquel galimatías eterno y onírico que la envolvía sin descanso.
Al principio le gustó, y durante siglos se habituó a explorar
su mundo: voló sobre leones, habló con las marsopas que se recostaban sobre la
nieve, bebió el viento, se convirtió en ángel. Pero pronto comenzó a agotarse,
y toda la fantasía se volvió tan oscura en su pensamiento como luminosa era en
realidad: la felicidad se convirtió en ansiedad, la libertad se transformó en
una jaula eterna que la atraparía por siempre. No podía escapar, ya lo había
comprobado; estaba condenada desde el primer día de su vida.
Sólo quería huir.
Tras varios metros recorridos, localizó un hueco negro en
medio del ambiente rosado. No flotaba, y parecía firmemente emplazado en la
nada: era una pequeña cueva, un pequeño refugio firme y cálido en medio del
terror que Alyssa experimentaba cada día.
Sin pensarlo, se sumergió dentro y disfrutó de la sensación
de comprobar el ambiente sólido y oscuro asentándose a su alrededor. Poco a
poco, su respiración se calmó y los latidos de su corazón se convirtieron en la
cadencia regular que solían ser; respiró hondo y al fin sonrió.
Una enorme luciérnaga pasó frente a la entrada de la cueva
pero la niña, de espaldas a esta, no la vio. La criatura le dirigió una mirada
triste antes de echar de nuevo a volar.
Qué triste, qué penita me da la niña. Al mismo tiempo es guay pero comprendo que se sienta así :S
ResponderEliminar¡Un beso!
La verdad es que la he hecho sufrir bastante... o_o
EliminarYa, yo también.
Un beso ^-^
Jolines Ir, que historias más monas y crueles :S se te está pegando de Tabitha xD
ResponderEliminarJo, no sé si eso es bueno o malo jajaja.
EliminarPero gracias ^-^