Se fijó en su rostro reflejado en espejo: sus labios estaban teñidos de un rojo tan intenso como el de la sangre y sus mejillas parecían de fresa debido a los polvos que su sirvienta había espolvoreado sobre su cara hacía poco. Tras ella, la mujer apilaba en una compleja corona sobre su cabeza los rizos castaños que solían caerle por la espalda y que, en días de verano como aquel, tanto le molestaban.
Aunque en realidad, Elleanor no quería que ese día terminase en impotente contemplaba cómo el sol continuaba su eterno recorrido aproximándose impasible a las montañas del horizonte para ocultarse una vez más.
Estaba nerviosa, muy nerviosa. Esa noche su familia y ella acudirían al palacio de uno de los más poderosos amigos de su padre para participar en el baile de máscaras que había organizado para toda la región. Este era su primer baile y no sabía con qué se iba a encontrar, cómo iba a resultar la velada y cómo reaccionar. Todos los códigos de protocolo habían sido inutiles, ahora mismo Elleanor se sentía tan ignorante como antes de leerlos.
Su anciana sirvienta terminó de colocar el último bucle en su lugar y se apartó un par de pasos para contemplar el resultado. Había quedado precioso: en la parte superior de su cabeza se apilaban varios pisos de rizos castaño oscuro que parecían sosternerse por arte de magia, aunque quizá fuera por las cintas que en diversos lugares cruzaban su pelo y que hacían juego con el elegante vestido de media manga violeta claro que se ensanchaba a la altura de su cintura debido a las incómodas enaguas situadas bajo la tela. Bajó la mirada y reparó en el antifaz púrpura que yacía en la mesa del tocador, se lo colocó en el lugar donde debería permanecer toda la fiesta y observó cómo el oscuro color hacía destacar y llenaba de misterio sus ojos azul pálido.
- Estás preciosa - le comentó su sirvienta por detrás.
- Gracias, Miltred.
La anciana reparó en la sincera aunque ligeramente desganada sonrisa de la joven y en su expresión de preocupación al ver cómo el cielo se teñía de tonos naranjas y rosas a través del enorme ventanal. Trató de tranquilizarla hablándole como si fuera su hija, pues así la quería después de dieciseis años cuidando de ella.
- La vida está llena de primeras veces, Elleanor. Nadie nace sabiendo, nadie nace habiéndolo vivido todo. Todo el mundo ha tenido una primera comida, un primer viaje al campo, un primer amor. ¿Recuerdas la primera vez que montaste sola a caballo?, ¿el miedo que tenías?.
- Sí.
- Y ahora no puedes pasar dos días seguidos sin montar, te encanta, te encantó desde el primer día. Con este baile es lo mismo, ahora te asusta pero cuando estés allí no querrás irte. Tu madre, tu padre, tu hermana Lavernne: todos ellos han vivido un primer baile y ahora están en sus habitaciones preparándose impacientes por coger el carruaje e ir a palacio... debe de ser una experiancia fantástica para que estén así, ¿no?.
- Supongo que sí.
La maternal sonrisa de Miltred fue su única respuesta, pero le bastó.
Cuando las estrellas hcieron su entrada en el cielo decorando el firmamento aún ligeramente rosado como pequeñas velas su hermana, sosteniendo su máscara azul sobre sus ojos oscuros, apareció en su habitación y la arrastró escaleras abajo hasta llegar al carruaje que les llevaría a palacio.
El camino fue largo, pero a Elleanor se le hizo extremadamente corto: para ella los caballos avanzaban demasiado deprisa; las aguas del río la decepcionaban perdiendo una continua carrera contra su coche y el palacio, cuando apareció, se aproximaba muy veloz.
Cuando pusieron pie en tierra la música comenzó a hacerse notar: era embriagadora, alegre y cautivó a la chica a los primeros compases disolviendo en gran parte sus nervios. En la puerta un sirviente, vestido de gala pero sin antifaz, les dio la bienvenida con una misteriosa sonrisa que parecía presagiar lo que les esperaba más adelante.
Elleanor nunca había visto nada tan maravilloso: la enorme sala estaba llena de luz, procedente de cientos de velas situadas en un techo tan alto que parecía no existir, las paredes cubiertas de láminas doradas resplandecían como el sol y el suelo de azulejos de mármol apenas era visible bajo los cientos de pies que se movían sobre él. Los camareros esperaban en los rincones a los cambios de músicas para ofrecer los manjares que sostenían en sus bandejas y los músicos tocaban sin parar en un alto escenario a la vista de todos.
Pronto su anfitrión les localizó y con un efusivo saludo les invitó a disfrutar del baile y permanecer en su hogar hasta el amanecer, si gustaban. En cuanto se hubo marchado, sus padres se unieron a las innumerables parejas que bailaban y Lavernne, tras besarla en la mejilla, se marchó en busca de alguien que la invitara a bailar.
De este modo Elleanor se quedó allí, confusa, en medio del gentío. El sonido de las risas de los bailarines se mezclaban en sus oídos con el de la música hipnotizándola y llevándola a un mundo de fantasía. Las miradas enmascaradas, los labios rojos y las sonrisas deslumbrantes la rodeaban y sólo fue consciente del cambio de música cuando una voz apareció de pronto susurrándole al oído:
- Disculpe, bella dama, ¿me concedería este baile?.
Ella se giró y le miró: llevaba el pelo rubio recogido en una colegta y sus ojos verdes resplandecían enmarcados en un antifaz negro. Con una sonrisa Elleanor le ofreció su mano y el joven, quizá un par de años mayor, se la besó cortésmente antes de presentarse:
- Mi nombre es Ezequiel.
- Yo soy Elleanor.
- Es un nombre precioso.
Una sonrisa, y la música comenzó de nuevo. Ezequiel la cogió de la cintura y bailando se la llevó lejos de allí, conduciéndola al son de la mágica melodía recorriendo la pista de baile.
Las horas se convirtieron en minutos, y los minutos en segundos abrazada a Ezequiel: bailaron durante horas, sin separarse nunca, rodeados de los compases que daban banda sonora a la velada, de miles de voces que les acompañaban cómplices, de la luz de las velas que no se apagaban nunca y que hacían que los ojos de él brillasen como piedras preciosas mientras que los de ella simulaban el agua del mar. Todo daba vueltas y más vueltas, se sentía flotar en un ambiente dorado y verde, mágico y majestuoso que olía a perfumes de flores y a biblioteca llena de tomos esperando ser leídos. Se olvidó del tiempo, de comer, casi se olvidó de su nombre.
Era muy tarde ya, la madrugada se encontraba muy avanzada, cuando su madre la devolvió a la realidad y la instó a ir de nuevo al carruaje para volver a casa.
Se volvió hacia Ezequiel, tremendamente apenada de pronto, le habría gustado quedarse allí toda la noche, todo el día o todo el tiempo del mundo bailando y conversando con él.
- No te preocupes, Elleanor, ya sabes dónde encontrarme, nos escribiremos, y nos veremos en el baile de Julio.
Ella le sonrió, consolada, y dejó que el joven le besara otra vez la mano con una sonrisa que respondía a la suya.
El aire olía a rosas y a verano, el ambiente traía frescor en contraste con el aire caldeado del interior. Su carruaje les esperaba frente a la puerta, con sus caballos blancos aguardando tranquilos a las órdenes del cochero que miraba aburrido el cielo.
Desde la ventana de su coche Elleanor se volvió hacia la puerta abierta del palacio, por donde se colaba la luz del gran salón, deseando que Julio llegara pronto.
Durante todo el viaje se entretuvo contemplando el río, observando cómo las aguas corrían en sentido contrario al suyo, recordando con su sonido las risas de los bailarines,sus rostros decorados con cientos de máscaras diferentes, la música, las luces, Ezequiel.
cerró los ojos por fin, en verdad estaba cansada pero alegre a la vez, a pesar de los nervios el baile había sido una de las mejores experiencias de su vida.
Y sólo era el primero.