Reconozco que no sé cómo empezar, nunca he sabido cómo
empezar estas cosas. Sé lo que quiero decir, me rondan pensamientos que quiero
plasmar, que quiero contar, contarte a ti en este caso, pero me resulta ridículo
empezar con algo tan común y simple como un "hola", se queda muy pálido
comparado con lo que viene después.
Puede que estés enfadado, lo comprendo, lo siento. Sé que me
olvidé de ti, que he vivido mucho tiempo sin acordarme de ti, como si no
existieras, como si jamás hubieras pasado, como un recuerdo infantil que
permanece años y años encerrado en los cajones más profundos de nuestra
memoria, al borde del olvido, hasta que al final sale maltrecho y lleno de
polvo, tosiendo volutas de polvo y preguntándose extrañado qué hace ahí.
Sin embargo, y me temo que al igual que los recuerdos
infantiles, has vuelto sin saber por qué, y también traes contigo esa alegría y
esa felicidad que nos llena por dentro y que ellos siempre nos dan.
Normalmente nos alegramos por que vinieron en una gran época
llena de color.
Yo me alegro, simplemente, porque eres tú.
Es así, porque sabes, como yo, que no viniste, que no
estuviste, en mi mejor época.
Sabes tan bien como yo que llegaste en tiempos malos,
tiempos que no eran fáciles, tiempos que dolían. Sabes que llegaste por eso.
Llegaste a mi vida para salvarme de mí, del mundo que me
rodeaba y que duele asumir, de la soledad, del miedo y de la tristeza.
Llegaste para sacarme una sonrisa en medio del llanto, de la
desesperación, del vacío que yo, tan pequeña, tenía dentro.
Recuerdo todos esos días, esas largas horas contigo,
pensando en ti, y sonriendo sin que nadie entendiera. Recuerdo cómo, en todos
esos rincones, me encogía y deseaba que tú estuvieras ahí, que aparecieras de
un salto y me llevaras donde fuera, a tu mundo ideal para mí, para allí regalarme
tus sonrisas y el guiño de tus ojos negros.
Sé que, a pesar de que quizás estés molesto, te alegrarás de
verme aquí. Sé que te alegrarás de verme feliz por fin, y más fuerte que nunca;
de que, tras cinco años de desarme, esta niña que un día conociste débil y
triste se haya levantado y haya elegido su camino; de que lo haya seguido, a
pesar de que no era el más fácil, hasta llegar aquí, a este punto en el que
esta niña, que ya no lo es tanto, está orgullosa y feliz.
Y, ante todo, no se arrepiente de nada.
Por eso, mi querido y adorable Arturo, quiero darte las
gracias, y pedirte perdón: gracias por acompañarme en mi camino, por ayudarme
en él, por dar esperanza y un toque de calor al frío al que, a diario, debía
enfrentarme.
Perdón por todo lo demás: perdón por tener que soportar todo
lo que te he hecho sufrir; por crearte mil y un tormentos; perdón por dejar de
llamarte en mi largo y difícil recorrido; por ir olvidándome de tu apoyo poco a
poco; por adquirir las fuerzas para echar a volar y, en el vuelo, dejarte
marchar a un rincón de mi mente, un rincón eclipsado por todo lo que ha venido después
hasta que, al final, de improviso, has vuelto a aparecer.
Como un espejismo del pasado.
Como un recuerdo infantil.
Por eso he querido volverte a llamar, para darte las
gracias, para pedirte perdón, para contarte que me levanté, que ahora soy
fuerte y mejor, y que poco más podría pedir.
Y, por último, para despedirme tampoco voy a decir
"adiós", al igual que "hola" me parece demasiado simple,
muy pálido para cerrar esta carta.
Asi que, simplemente, voy a decirte esto:
Mi querido Arturo... jamás te olvidaré.