Illena.
Mi princesa, mi hermosa hija del océano.
Quiero que sepas que
no te he olvidado, que mi mente no me ha permitido ocultar la mágica noche que
pasé a tu lado, que la imagen de tu cuerpo resplandeciente a la luz del
atardecer sigue vívida en mi interior.
Te encontré en la playa, a la orilla del mar, apenas
cubierta por el agua y la espuma que llegaban a alcanzarte. No me viste al
principio, y yo estaba demasiado sorprendido como para hablar, contemplando
asombrado cómo balanceabas tranquila la cola de pez que sustituía a tus
piernas.
Aún recuerdo la expresión de tu rostro cuando reparaste en
mí. Me apenó reconocer el sobresalto en una faz tan hermosa, me entristeció
vislumbrar el miedo en tus ojos azules y, por encima de todo, me derrumbó verte
dar la vuelta y hundirte entre las olas, escapando de mí.
Grité, te llamé, corrí desesperado mar adentro hasta que mis
pies dejaron de tocar la arena. No quería dejarte, no quería perderte, y ni
siquiera te conocía. Durante el tiempo que estuve en el mar me imaginé nuestra
boda, nuestra casa frente a la costa, nuestros hijos... ni siquiera reparé en
tu cola de pez, eso me daba igual. Jamás me había sentido así, ni jamás lo he
vuelto a experimentar.
Regresé desanimado y muerto de frío a la arena, y allí me
quedé. Sencillamente, me negaba a darte por perdida, a convertirte en un
fortuito instante más. Me senté en la orilla con la vista fija en el horizonte,
hasta que me quedé dormido.
Me despertaron las gotas de agua cayendo de tu pelo, y lo
primero que vi fue tu rostro sobre el mío, observándome curioso. Lo siguiente
que recuerdo fue tu mano acariciando mi mejilla y, justo después, el roce de
tus labios en los míos... creo que fue entonces cuando escuché tu nombre: Illena,
mi hermosa ninfa del mar.
Puede que pasaran minutos, quizá horas... ¿quién sabe? Sólo
puedo recordarte a ti, tendida sobre la espuma, con el cabello pegado a tu
piel, sonriéndome entre beso y beso. Disfrutando del romance fugaz aquella
noche de verano, iluminados por la luna y las estrellas.
Te marchaste al amanecer. Te fuiste sin una mirada, sin un
adiós, sólo regalándome la vista de tu aleta ocultándose bajo el océano. Esa
vez sabía que no volverías; que sólo habías vuelto para reglarme tu amor, pero
que jamás volvería a verte.
Me marché a casa, a mi familia, a mi mundo que ahora me
parecía vacío, pero prometí que no te olvidaría. Que jamás dejaría que mi mente
te borrara, que mis labios nunca abandonarían el sabor de los tuyos, que
siempre recordaría el tacto de tu piel en las noches solitarias.
Espero que tú también pienses en mí, Illena; a cada segundo,
de vez en cuando, en realidad me da igual. Sólo deseo ocupar un rincón de tu
mente, de tu corazón, mientras atraviesas nadando cada océano existente,
mientras te abrazas a las rocas empapadas, mientras te recuestas en las playas
mirando las horas pasar... Sólo deseo que me quieras, aunque sea un poco.
Que me quieras como yo te quiero a ti.
Hola.
ResponderEliminarPrecioso relato. Muy romántico, y parece sacado de un sueño mágico.
Eso sí que es amor a primera vista. Pensaba en familia y todo, sin caer en las diferencias naturales.
Saludos.
Hola.
EliminarMuchas gracias :) Me gustaba la idea de un hombre que pudiera enamorarse de una sirena... y seguro que ella también piensa en él. :)
Un abrazo.
Jo, me ha encantado, me dejaste sin palabras y lo he disfrutado sin duda alguna. Ojalá hubiera una forma de salvar las diferencias obvias entre ambos.
ResponderEliminar¡Un besín!
Mil gracias, me encanta que os guste lo que escribo.
EliminarLa verdad es que sí.
Besos.
Precioso!
ResponderEliminarMuchas gracias por compartirlo! <3