Vosotros quisisteis esto, no yo.
Yo era una chica normal: tenía mi familia, mis amigos, mis
sueños y mis pequeñas alegrías del día a día. Era feliz, con mi cuarto rosa y
mi vida de nube. Yo estaba bien, no necesitaba más, pero acabasteis conmigo,
con quien era.
No os hice nada, nunca os había tocado un pelo, pero
decidisteis que no me queríais en vuestro colegio, vuestra clase. Ni siquiera
era mi segundo día, y ya me estabais haciendo la vida imposible: insultos,
burlas, vacío… “¿A qué viene esa cara tan
triste?, ni que te hubiéramos pegado…” Es cierto, no me pegabais, pero las
palabras duelen más que los puños, y lo sabíais.
Lo sabíais, y lo utilizasteis en vuestro favor. Demasiado
crueles, bastante listos, tengo que reconocerlo. Las marcas escapaban de mi
piel para situarse en mi mente, donde nadie podía verlas, testigos cobardes de
mi tortura. “Díselo a quien quieras, nadie
te creerá. ¿Qué vas a hacer, enseñarles ese moratón que…? ah, no, espera, si no
tienes ninguno”.
Confíe en vosotros, todavía no sé por qué, y llegué a pensar
que de verdad no podía contárselo a nadie, que realmente nadie me creería. Y
así me alejé: de mis amigos, de mi familia, de mis sueños y, sobretodo, de mis
pequeñas alegrías.
Me fui, sin ni siquiera yo saber el motivo. Ya no quedaba
con mis amigas y mis padres dejaron de escuchar mi voz; perdí la oportunidad de
estar con aquel chico que tanto me gustaba y rechacé adoptar a ese perrito con
el que llevaba soñando desde niña. A ojos de los demás convertí en una muchacha
desagradable, en un mal ser, y de este modo vuestra víctima se convirtió en lo
que erais vosotros. Es curioso ver cómo cambian las cosas, ¿no?
Así pues, al final resulté ser algo parecido a lo que
vosotros sois: una joven malhumorada, borde y desagradable; hiriente en sus
comentarios y fría al tratar con los demás. No residía en mi interior esa
maldad que vosotros tenéis, ese sentimiento elitista y discriminatorio que os
impide bajar la vista para ver lo que hay debajo, pero eso no lo tuve nunca y
orgullosamente afirmo que jamás lo tendré. Sin embargo, para alguien me había
convertido en el mismo tipo de calaña, alguien en el mundo me miraba con rencor
y desdén por cómo era. Sólo con eso cuenta.
Pero sobreviví, contra todo pronóstico. Día a día acudía al
colegio, hacía mis deberes, aguantaba vuestros ataques. Día tras día mi vida
dolía un poco más, pero también cada vez menos; día a día me endurecía como la
piedra.
Día a día, mi odio crecía.
Y llegó un momento, en el que ya no pude más.
No sé qué sucedió exactamente, sólo recuerdo la cara de
Serena frente a la mía, con esa expresión de serenidad y arrogancia que tanto
había aprendido a aborrecer.
¿Qué me dijo?, no lo sé, en serio. Supongo que lo mismo de
siempre: cómo podía ser cada día más fea, por qué no tenía amigos, ningún chico
jamás podría acercárseme sin vomitar… No lo recuerdo, tampoco importa ahora. De
lo único que soy consciente, es del primer puñetazo que le di.
Hasta entonces, jamás me habría creído capaz de hacerlo,
pero fui instintivo, simplemente mi paciencia se agotó. Recuerdo un leve dolor
en el puño, el pálido rostro de ella y un “zorra” saliendo de sus labios. Mi
mente quedó en blanco.
Volví a golpear.
Y no paré, mi cabeza no me dejaba hacerlo. Me encontraba muy
lejos de allí, muy lejos de todo, y sólo podía pensar en los años de
sufrimiento, de insultos, de desastre, en lo que se había convertido mi vida.
Cada escena en mi mente dolía más, cada puñetazo era una pequeña venganza. Una
venganza que se terminó cuando el director me cogió de los brazos y me alejó de
ella, que increíblemente aún tuvo fuerzas para insultarme mientras me
arrastraban por el pasillo.
Tras eso, todo fue muy rápido. Una denuncia, un juicio, una
pequeña multa a pagar. Mi familia fue la única que volvió a mi lado; lo demás,
lo perdí todo.
Lo he perdido todo, ya no me queda nada salvo ellos. Ni mi
reputación, ni mi vida social, ni siquiera quién era. Nadie se me acerca, todos
me temen por lo que hice, y yo, en mis peores ratos, me siento diferente.
Oscura, dañina, tan profunda como un pozo sin fondo y, a la
vez, tan superficial como el papel.
Por vosotros, los que me habéis hecho así.
Quizá deberíais estar orgullosos.