- ¿Qué? Pero, ¿están seguros de eso?, ¿de verdad? – una pausa – Sí, por supuesto, iremos en seguida. Muchas gracias, sí, hasta luego.
Colgó con fuerza y se volvió hacia ella, le sorprendió la rapidez con la que se movió.
- ¡Sarah! Despierta. Sarah, ¿estás despierta?
- Sí, ¿qué pasa?
- Sarah, es Juliet. Es increíble – las lágrimas asomaron a los ojos del hombre –. La han encontrado.
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- ¿Dónde la han encontrado?
- En la linde del bosque donde desapareció. En realidad, se podría decir que fue ella quien les encontró. Me han contado que unos cazadores la vieron salir entre los árboles, sola.
- Dios mío, mi pequeña…
- No me han dicho mucho más. No han querido hablarme de su comportamiento, ni cuánto recuerda, cosas así, pero le han hecho pruebas y está sana – una sonrisa aliviada cruzó el rostro del hombre –. Al parecer está bien, ¿no es un milagro?
- Sí – ella sonrió también, pero en seguida se puso seria de nuevo –. Todos estos años… ¿los ha pasado metida en el bosque?
- No lo sé.
- Han pasado once años… mi niña… ¿qué habrá vivido en todo ese tiempo?
El silencio volvió a instalarse entre los dos.
- No lo sé.
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- Señores Anderson, es un placer conocerles. Soy el doctor Richards, psicólogo; el centro ha trabajado en anteriores ocasiones conmigo y me ha llamado para que le realizara un examen inicial a Juliet. Acompáñenme dentro.
Siguieron al doctor a través de las puertas, atravesando unas paredes grises que, de algún modo, no parecían presagiar nada bueno. Ninguno de los dos dijo nada, aunque sentían la necesidad de realizar más preguntas de las que podían contar. El hombre pareció percibir esto, y empezó a relatar las respuestas.
- Tienen que saber que no responde a nuestras preguntas – hablaba en susurros, sin mirarles, como si pidiera perdón por el estado de la muchacha –. Responde a estímulos, pero parece incapaz de usar nuestro idioma. Trata de crear símbolos, de comunicarse mediante ellos, pero parece haber olvidado el lenguaje que antes utilizaba.
Un silencio incómodo se estableció entre los tres, mientras el matrimonio trataba de asimiliar las declaraciones del psicólogo. De pronto, la esperanza que habían sentido de camino se esfumó, su hija se volvió a perder aun a escasos metros de distancia, una persona diferente les esperaba tras una de aquellas puertas. Él sintió deseos de marcharse, aunque nunca lo reconocería; a ella su hija se le antojó una completa desconocida.
- No sabemos si les recuerda, porque no nos puede decir nada – el docto siguió hablando como si nada hubiera pasado –. Sólo podemos hacer conjeturas, pero no estamos seguros de nada.
- Tenía cuatro años cuando pasó – la mujer comenzó a hablar, tímida y lentamente, como si supiera que pronunciar esas palabras era un error –. Ahora tiene quince. Honestamente, ¿cree que nos recuerda?
- No puedo estar seguro.
- Doctor, por favor…
- Probablemente no.
Sarah se detuvo bruscamente, abrazada a sí misma. Los dos hombres se volvieron a mirarla, pero ninguno sabía cómo actuar. Su marido se acercó a ella, abrazándola y compartiendo su dolor, pero el otro se quedó donde estaba, sin poder reaccionar.
Nadie merecía algo así, ni debería merecerlo; el olvido es la mayor desgracia para el hombre, que sin recuerdos deja de significar. Pero Juliet seguía existiendo, simplemente como una pobre niña que ahora más que nunca necesitaba a sus padres; debía hacerles entender eso, no podía permitir que convirtieran a su hija en el ser ajeno que ellos, lo sabía demasiado bien, ya estaban empezando a formar en sus mentes.
- Señores Anderson – tocó el brazo de la mujer en un intento de captar su atención, ella le miró asustada –. Puede que a Juliet le cueste reconocerlos, no voy a mentirles, quizá no les recuerde, pero lo hará con el tiempo. Lo importante es que no se rindan ahora, que la ayuden en todo lo que sea posible. Su hija ha estado perdida por once años, les necesita para volver al mundo al que pertenece.
Lentamente, el matrimonio se deshizo del abrazo, siendo conscientes poco a poco de la realidad que se cernía frente a ellos. Tras las dudas, el doctor pudo ver en sus miradas a un buen padre, a una madre entregada, y supo que sabrían hacer lo correcto.
- ¿Podemos verla?
- Por supuesto.
Caminaron unos pocos metros más, y se situaron frente a una puerta cerrada. No escucharon nada al otro lado, tan sólo el silencio, como si detrás de aquella pared no se encontrara la hija que tanto tiempo habían estado buscando.
- ¿Están preparados?
- Sí.
La puerta se abrió, y los tres entraron en la habitación. Ella se encontraba sentada al fondo, rodeada de personas que parecían mantenerla vigilada. La chica se levantó y se dirigió a ellos, mirándoles como un animal curioso que observa a sus nuevos vecinos. Sin embargo, el padre pudo ver la mirada cristalina de su hija bajo aquella expresión salvaje; el brillante cabello negro tras aquella melena que crecía descuidada y enmarañada; el pequeño cuerpecito que solía recordar convertido en una esbelta y alta silueta.
Vio a su pequeña escondida en la piel de aquella joven mujer. Pudo sentir que por fin la había encontrado.
- Hola, cariño – lentamente le alargó la mano –. Soy papá.
Juliet sonrió.