domingo, 4 de marzo de 2018

Ophelia´s collection: Rossel.

Se lo advirtieron los hombres de su padre, aquellos valientes caballeros que decían haber vivido más de lo que les hubiera gustado vivir: “El escenario de una batalla es una réplica del infierno”.
Ella nunca les había creído. Por mucho que lo pensaba, no lograba entender cómo ambos contextos podían ser equiparables. Hasta ahora.
En la ladera frente al castillo, una cantidad innumerable de personas gritaban encolerizadas mientras la sangre manaba de sus cuerpos o producían grandes heridas en los de otros. Desde su posición, Rossel podía divisar las higueras y antorchas que aquel gentío había encendido en diversos puntos, extendiendo el denso humo gris por el aire en toda aquella zona.
Un atardecer temprano – influenciado por el fuego que se aproximaba desde frentes lejanos – comenzaba a hacerse visible en el cielo cuando su anciana doncella entró en sus aposentos.
- Rossel, debes marcharte de aquí, es necesario que ya no estés en el castillo cuando los rebeldes entren en él.
Ella ya sabía aquello: desde niña la habían preparado para ese momento y en el transcurso de la tarde decenas de empleados la habían instado a irse. Sin embargo, ni siquiera se había molestado en decidir qué ropa se llevaría en su huida.
- No quiero irme.
- Me temo que no tienes opción, niña.
- Con tus disculpas, creo que la única que debe decidir eso soy yo.
El silencio golpeó entre ellas. La mirada dolida de la anciana diluyó en un segundo la obstinada determinación de Rossel. Suspiró y se acercó para abrazarla.
- Lo siento – susurró, el rostro apretado contra las arrugas de su cuello –. Sabes que te quiero, no he debido hablarte así, pero de veras no quiero marcharme. Mi sitio está aquí, con vosotros.
La anciana se separó y la miró con dulzura mientras le acariciaba suavemente la mejilla.
- Rossel, mi pequeña princesa… tienes la valentía de tu padre, sin duda – su expresión se ensombreció, la reciente muerte del caballero todavía suponía una herida abierta en los corazones de ambas –. Sé que deseas permanecer aquí: es tu hogar, el símbolo de tu familia, pero tu padre jamás habría querido que murieras por tu empeño en mantenerte firme entre unos muros de piedra. Ahora debes salir de aquí, aunque eso signifique dejar por un tiempo el castillo en manos de tus enemigos. Tarde o temprano lo recuperarás, estoy segura, pero para ello debes huir ahora y continuar en pie. Y no te preocupes por nosotros, pequeña, estaremos bien. Muchos han salido ya de aquí, y los demás lo haremos pronto.
Rossel titubeó, dirigiendo la mirada a la ventana desde la que hacía pocos minutos contemplaba la batalla en el campo.
- ¿Y los soldados?
- Ellos juraron defenderos a ti y a tu familia, hasta el final.
- Son mis caballeros, mi gente.
- Rossel, por favor…
Una fuerte explosión fuera las sobresaltó. Al asomarse, al principio no vieron nada más que una gran bola de fuego pero, escasos segundos más tarde, observaron horrorizadas cómo las fuerzas rebeldes entraban en el castillo. Sus gritos de guerra se mezclaban con los alaridos de dolor y miedo que dejaban atrás.
La anciana no se molestó en seguir dialogando: sostuvo a Rossel por el brazo y comenzó a arrastrarla hacia la puerta de sus aposentos. Quizá le hubiera costado más si la joven doncella hubiera opuesto algo de resistencia. La única vez que se detuvo fue para recoger una capa de viaje que colgaba sobre la silla de su tocador.
Comenzaron a avanzar aprisa por los pasillos y las escaleras oscuras del palacio, caminando con todo el sigilo del que eran capaces. Rossel observaba cada esquina angustiada, su doncella con una fiera determinación.
- Saldremos por la puerta de la cocina, se disimula bastante bien desde el exterior, probablemente nadie esté esperando allí. Cuando estemos fuera caminaremos junto al río hacia el sur, hacia Boca de Oso, allí decidiremos cómo seguir.
- Entonces, ¿vendrás conmigo?
La anciana se detuvo y volvió la cabeza para sonreírle. Rossel le devolvió el gesto.
- Siempre.
Cuando llegaron a las cocinas, estas estaban invadidas por penumbras y Rossel sintió el olor cercano de sangre derramada. No encontró las fuerzas necesarias para buscar su origen. Sin embargo, sí encontró en un rincón varios cuchillos, de los que sabía se usaban para cortar la carne de las bestias que sus soldados cazaban, y se armó con ellos escondiéndolos entre las sujeciones de su vestido.
- Rossel, ¿qué haces? Vámonos, la salida está despejada – su doncella ya la esperaba en el umbral de la puerta que comunicaba con el exterior.
Cuando salieron, la chica pudo sentir cómo el humo de las llamas se colaba en sus pulmones, pero no tuvo tiempo para detenerse a pensar en ello. Corrió junto a la doncella colina abajo, hacia el bosque y el río. Al divisar el río bañado por la luz verdosa que proporcionaban los árboles se sintió extrañamente en paz.
- Mirad a quién nos hemos encontrado.
Al volverse hacia el hombre que había hablado, Rossel se vio enfrentada a tres soldados vestidos con el uniforme de los rebeldes. Sacó uno de los cuchillos mientras situaba a su doncella tras su espalda.
Minutos después, los tres hombres arrojaron el cadáver de Rossel al río y, jadeando, contemplaron cómo la corriente la arrastraba hacia el sur.
- Con suerte encontrarán su cuerpo en Boca del Oso, será una buena advertencia.
- Deberíamos haberla cortado en pedazos – uno de los soldados, furioso, se mantuvo observando en río aun cuando el cuerpo de la chica ya había desaparecido de su campo de visión. Un largo corte en su mano derecha todavía sangraba.
- No te pongas así – el primer hombre se rio, burlón –, esa niña sólo te ha hecho un arañazo.
El herido gruñó en respuesta y se volvió a observar a la anciana doncella, ya muerta.
- Y con ella, ¿qué hacemos?
- Déjala ahí, los cuervos también necesitan comer.

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