viernes, 23 de enero de 2015

Oda a la espontaneidad.

Sé que huele al “Oda a la simplicidad” de Lowi... y es que me he inspirado en ese anuncio para hacer la entrada. Me gusta mucho el spot, y se me ocurrieron bastantes cosas para poner que me apetecía compartir con vosotros, así que se me ocurrió hacer una lista ligeriiiiiiiiisimamente inspirada en él.
Espero que os guste.
1.       Oda a... ¡UN PERRITO!
2.       Oda a decir lo que tendrías que haber pensado.
3.       Oda a hablar antes de pensar

4.       Y al “mejor pedir perdón que pedir permiso”.
5.       Oda a dejar de darle vueltas.
6.       Oda a hablar demasiado alto.
7.       Oda a las muecas.


8.       Oda al “tú tira para delante”.
9.       Oda al “será por aquí”.
10.   Oda a encogerse de hombros.
11.   Oda a las palabrotas.
12.   Oda al “qué demonios”.
13.   Oda al “¿que no hay huevos?”
14.   Oda al “¿QUÉ?”.


15.   Oda a quedar para dar una vuelta, y ya vemos qué hacemos.
16.   Oda a jugártela a cara o cruz.
17.   Oda al “¿por qué no?”
18.   Oda a los brincos al asustarse.
19.   Oda a los abrazos.

20.   Oda a las risas escandalosas.
21.   Oda al “Oh, qué bonitoo”.
22.   Oda a tatarear/cantar/bailar sin darte cuenta.
23.   Oda al “¡Oye, tú!”.
24.   Oda a la risa descontrolada.
25.   Oda a los impulsos.

jueves, 22 de enero de 2015

Frente al mar.

Tan pausada como el movimiento de las olas.
Tan tranquila como el mar puro, liberado de todo.
Así me siento frente a al océano, a solas sin nadie más rondando por la arena; acunada por el sonido de las olas al romper; disfrutando del frescor que el cielo encapotado aporta a mi piel.
No hay nada más, sólo la paz y yo. Cierro los ojos y me acuno por el sonido que calma y ayuda a dormir, aunque no quiera hacerlo. Si me duermo, cortaré el momento, y nada merece ser eterno tanto como este instante. Este instante en mi tierra, en mi entorno, entre el medio al que pertenezco y al que me gustaría pertenecer.
Siendo yo misma.
Entierro los pies en la arena y dejo que su frescor me invada; el viento mueve mi cabello, pero tiene la delicadeza de no ponérmelo en el rostro. Es todo un detalle, si no no podría apreciar el olor salino del mar, vería interrumpido mi oasis por algo tan nimio e inoportuno como una incomodidad.
La incomodidad no tiene cabida aquí.
No tiene cabida porque mi cuerpo y mi espíritu se calman poco a poco, ayudados por las olas que me acunan sin rozarme; mis ojos se cierran sin darme cuenta, arrullados por su sonido; mi mente escapa de la realidad y vuela fuera de mí, siendo libre en todo su esplendor.
No quiero volver, quiero quedarme para siempre aquí.

Frente al mar.

martes, 20 de enero de 2015

Mi pequeña.

No temas, mi niña, no tengas miedo. Yo siempre te protegeré.
Siempre estaré ahí para cuidarte; para ofrecerte entre mis brazos un refugio en el que puedas sentirte segura; para ser para ti un paño de lágrimas y el ejército más fiero que jamás haya existido; para consolarte; para aportar a tu vida toda la alegría y el color que me sea posible. No quiero que lo dudes nunca, mi cielo, porque yo no lo dudo.
¿Y sabes por qué? Porque yo ya lo sabía desde el día en que te concebí. Sabía que te protegería con mi vida desde el momento en que supe que te llevaba dentro. Entonces te convertiste en mi princesa, en mi tesoro, en el hermoso regalo destinado a completar mi existencia más que nada antes.
Y cada día crecías más, convirtiéndote en la más preciosa personita dentro de mí. Yo te notaba en mi vientre, creciendo y formándote, incluso cuando no eras más grande que una aceituna; sabía que estabas ahí, una criatura viviendo en mi interior. Tú eras mi tesoro, y yo tenía el orgullo y el honor de ser tu hogar.
Pasaron los días, mis semanas, y mi tripita crecía y crecía a medida que te ibas haciendo más grande. Papá y yo no parábamos de hablar de ti, de imaginar cómo sería tu carita, de pensar en nombres para ponerte. La gente por la calle miraba mi vientre, y recuerdo mi alegría y mi orgullo cuando lo hacían. “¡Miradme, estoy embarazada, voy a tener una hija! ¡Una niña preciosa crece dentro de mí!”. Caminar por la calle, a la vista de todos, era mi grito de alegría, el anuncio multitudinario que siempre quise hacer al mundo.
Sin embargo, lo mejor era sentir tus patadas y tus movimientos, me hacían ser mucho más consciente de que estabas ahí. Recuerdo tu primera patadita: fue al quinto mes, yo estaba tumbada en el sofá, recuperándome de una noche un poco mala, y de pronto sentí un golpe en el estómago; fue tu primer saludo, fuerte y enérgico, mi pequeña, como tú. Me emocioné tanto que me eché a llorar, y lo único que pude hacer fue correr al trabajo de tu padre para darle la noticia.
Desde entonces, dediqué todo mi tiempo libre a acariciar mi vientre, soñando con el día en el que por fin podría tocar tu piel perfecta. Buscaba siempre tus pataditas, que sólo se detenían cuando te dormías, y entonces te cantaba todas las nanas que me sabía, para que pudieras estar tranquila y relajada dentro de mamá.
Me habría encantado verte durante el embarazo. Poder apreciar la belleza de tu carita, tus gestitos cuando te acariciábamos la nariz, tu puñitos agitándose en el aire en un juego que sólo tú entendías... ojalá pudiera habido contemplarte así, pero me alegro de haber podido verte, aunque fueras una figurita blanca plasmada en una pantalla o un papel.
El día que decidiste salir y venir al mundo fue, definitivamente, el mejor de mi vida. Me di cuenta en la playa, observando el amanecer, y entonces las olas dejaron de tener sentido para mí. Corrí hacia casa, y el ruido que hice al empezar a preparar todo para tu llegada despertó a papá; no te imaginas lo nerviosos que estábamos los dos, en un segundo habíamos olvidado todo lo que llevábamos planeando durante meses... pero todo estaba bien, porque venías de camino, nada podía salir mal.
Y, efectivamente, nada salió mal, salvo por el hecho de que te dio pereza salir. Cuando escuché tu llanto por primera vez, había pasado todo un día y nos bañaba un nuevo amanecer. Por eso te llamamos así, Alba, mi preciosa luz.
Desde entonces y hasta ahora, no has dejado de crecer. Los días pasan, y con ellos los meses y los años, y cada vez eres más bella, mi princesa, mi pequeña mujercita que no habría podido ser más maravillosa. Y yo seré maravillosa para ti, pequeña; seré fuerte, valiente y segura por ti, para que puedas estar protegida, para que te encuentres a salvo.
Así que no temas, pequeña. Siempre estaré aquí, confía en mí.

Te quiero.

viernes, 16 de enero de 2015

30 cosas que he aprendido a partir de los 18.

Desde los brindis de año nuevo, he estado pensando en hacer “listas” respecto a determinados temas. Hace mucho que veo este estilo de cosas en Facebook o en Internet, y algunas me gustan mucho y me resultan muy entretenidas.
No sé qué tal resultará, ni si os gustará, de modo que os agradecería que me expreséis vuestras opiniones en los comentarios. Gracias, mis niños.

1.       Que si no te aprendes tu DNI después de rellenar los formularios de la Selectividad, no lo harás nunca.
2.       Lo cara que es la Selectividad.
3.       Y la educación.
4.       Lo caro que es todo, en general.

5.       Que los veinte están más cerca de lo que parece.
6.       Que la cuesta de Enero existe.
7.       Que hay que aprender a ahorrar.
8.       Que a partir de la segunda vez, sacar dinero del cajero pierde su gracia.
9.       Que cosas imposibles y complicadas como pedir cita en el médico o rellenar formularios no son tan imposibles ni complicadas.


10.   Que la inocencia de los niños es muy valiosas.
11.   Que la ignorancia es la felicidad.
12.   Que la vida universitaria que pintan las películas es una de las mayores mentiras de la humanidad.


13.   Que a veces hay que ser borde.
14.   Y llegar el primero.
15.   Que ser un trotamundos no es tan fácil.
16.   Que te puedes meter en líos más grandes que llegar tarde a casa.
17.   Que las responsabilidades son una mierda.
18.   Y que cada día hay más.
19.   “¿Tu único deber es estudiar?” ¡Olvidalo!
20.   Que a cada momento que pasa hablas más como tus padres.
21.   Que hay mucho inútil en el mundo.
22.   Y mucho caradura.
23.   Y mucho impresentable.
24.   Más de lo que pensé.
25.   Que las piscinas de bolas no deberían ser sólo para los niños.


26.   Que no podré evitar durante mucho tiempo más coger el volante de un coche.
27.   El esfuerzo real que supone independizarse.
28.   Que eso no es tan fácil como parecía al principio, al igual que ser un trotamundos.
29.   En serio, ¿de dónde saca el dinero esa gente?

30.   Que crecer es muy duro, vaya.