sábado, 31 de enero de 2015

Teme al monstruo.

No le mires, que no se dé cuenta de que sabes que está.
No te muevas, que parezca que duermes, para que no quiera atacarte.
No respires, ten cuidado, no le dejes tentar.
Porque si cae en la tentación, no habrá salida.
Quiere comerte, mi pequeño, quiere verte sufrir y sentir el sabor de tus sangre derramándose por su garganta; quiere oír tus gritos mientras te devora poco a poco e impide que pueda hacer nada por ayudarte; quiere cazarte, saborear el placer de abatir a su presa, pero no quiere que sea fácil, quiere verte intentar resistir sin poder escapar.
Por eso se pasa las noches a tu lado, mi pequeño, observándote de cerca mientras no puedes dormir, aterrorizado por sus ojos como brasas y su aliento que huele a putrefacción y muerte. Por eso sale cada noche de debajo de tu cama para posarse junto a ti y divertirse mientras contempla como finges descansar, cuando sabe que es imposible. Por eso se cuela en tus pesadillas y te despierta de ellas acariciándote con sus uñas negras y afiladas como cuchillos.
Te desea, pero le gusta esperar. Espera su momento, en el que abras los ojos y por fin lo veas: tan claro como la luna y tan terrible como la oscuridad.
Entonces podrá hacerse contigo.
No debes permitírselo.
O el monstruo te comerá.
No le mires, que no se dé cuenta de que sabes que está.
No te muevas, que parezca que duermes, para que no quiera atacarte.
No respires, ten cuidado, no le dejes tentar.
Aunque sus uñas arañen el suelo, aunque su siseo se cuele en tus oídos, aunque el vaho de su aliento te haga desmayar, aunque el miedo te atenace.
No mires, no te muevas, no respires.
O te matará.
Teme al monstruo, mi pequeño.
El que vive por las noches, el que protagoniza tus terrores, el que no te deja dormir.
Teme al monstruo, es tu única salida.
No mires.
No te muevas.

No respires.

martes, 27 de enero de 2015

Hazte universitario para...

1.       Descubrir que la vida universitaria no es como la pintan en las películas.
2.       Preocuparte de verdad por lo que cuesta tu educación.
3.       Venderte a cambio de créditos.
4.       Decidir que no merece la pena venderte por una cantidad de créditos tan miserable.
5.       Visitar la biblioteca más de lo que la has visitado en el resto de tu vida.
6.       Lo mismo para la cafetería.
7.       Lo mismo para la secretaría.
8.       Pasar de ser un nombre a un número.
9.       Pero un número precioso, al fin y al cabo.
10.   Los profesores siguen siendo nombres, eso sí. Y mejor que te los aprendas.
11.   Sorprenderte con la cantidad de empleos que puede tener a la vez una sola persona.
12.   Yo he tenido profesores con tres trabajos simultáneos, no miento.
13.   Descubrir lo lejos que puede llegar a vivir la gente.
14.   Llegar a clase sólo para enterarte que el profesor no va a poder venir.
15.   Ante eso, irte al bar más cercano.


16.   Bar que, a la hora de comer y los primeros días de clase, estará tan abarrotado de estudiantes que apenas se podrá entrar.
17.   Pasarte los primeros días del primer año en dicho bar.
18.   Hasta que descubras que también aquí hay que trabajar.
19.   Adoptar a alguien del curso superior como primer recurso a la hora de resolver cualquier tipo de duda.

Y esta es tu cara para conseguir que no se moleste ante tus acosos por Whattsap.

20.   Deambular los primeros días por el campus sin tener la menor idea de cómo llegar a tu clase.
21.   Sentirte un tributo de los Juegos del Hambre a la hora de coger sitio en la biblioteca en época de exámenes.
22.   “¿De dónde ha salido toda esta gente?”
23.   No tener ni idea de los nombres de la mitad de tus compañeros, da igual el tiempo que pase.
24.   Ante eso, conformarte con que sus caras te suenen.
25.   Ni siquiera eso está garantizado.
26.   Descubrir que existe una relación proporcional inversa entre lo avanzado que está el curso y lo llenas que se encuentran las clases.
27.   “Esperar toda una hora para la siguiente clase... qué pereza... ¿nos vamos?”.
28.   “Mira qué buen tiempo, qué sol... no podemos disfrutarlo metidos en clase”.
29.   Aprender a usar una curiosa herramienta llamada “Campus Virtual”.
30.   Ojo, la aprendes a usar tú, no los profesores.
31.   Ir a revisión de nota aun habiendo aprobado.
32.   Conformarte con un 5.
33.   Más que conformarte, aplaudir con las orejas.


34.   Sentirte mayor cuando pasas por delante de tu colegio/instituto.
35.   Vivir la “preciosa” experiencia de que un profesor no acuda a su propio examen.
36.   Y si eso pasa, raramente habrá aprobado general.
37.   Recurrir al delegado más de lo que lo has hecho en el colegio.
38.   Descubrir que, aunque la gente debería ser muy madura, a veces siguen siendo como niños.
39.   Alimentarte a base de bocadillos de cafetería.
40.   Bromear con personas cuyo nombre desconoces. Referencia al punto 22.
41.   Tener libertad para beber cafés en clase.
42.   Para sacar el ordenador.
43.   Para beber agua.
44.   ¡Incluso puede sonar el móvil y que el profesor no haga nada!
45.   Firmar protestas de las que no sabes nada.
46.   Pero bueno, malas no serán.
47.   Pararte por los pasillos a ver anuncios que te dan igual.
48.   ¡Cafés, cafés, cafés!


49.   Y gente fumando en cada puerta.
50.   Hacer colas que salen del local para hacer una fotocopia.
51.   Y para comprar un libro.
52.   Pegarse con cualquiera que ose colarse en la cafetería cuando hay mucha gente.
53.   Ver a personas estudiando frente a un sándwich mixto.
54.   A personas rodando películas por el campus.
55.   A guiris de cualquier lugar.
56.   Lo habrás visto todo.
57.   Pasarte los descansos entre clases tirado en el césped. Mira, eso sí es como en las películas.
58.   Olvidar qué es eso tan divertido que tenían los tipo test.


59.   Valorar una matrícula de honor como nunca antes.
60.   Quejarte de tu universidad.
61.   De los profesores.
62.   Del delegado.
63.   Y del plan Bolonia, eso por supuesto.


64.   Olvidarte de las Navidades.
65.   Estudiar, ya si eso.

sábado, 24 de enero de 2015

Ilae y Safera o el origen del bien y el mal.

Cuando Erol creó el universo, en el mundo no existía ni el bien ni el mal. Todo era neutro, nada se encontraba en desacuerdo; los seres se limitaban a existir sin molestar al otro, sin tendencia al bien o el mal, sin ni siquiera sentir, ya que esto habría supuesto un desequilibrio en la balanza de la vida.
A él le gustaba esto. Le satisfacía contemplar cómo su creación vivía conforme a sus reglas: cómo los mares recorrían la tierra tan lisos como un cristal, cómo las montañas consistían en enormes rocas pulidas; cómo la vegetación se ocupaba de asentarse en la tierra sin desprender ninguno de sus valiosos frutos; cómo todo se limitaba, sencillamente, a existir.
Tenía dos bellísimas hijas gemelas, Ilae y Safera. Ilae era amable, pacífica y bondadosa, le gustaba ayudar a los demás y siempre estaba dispuesta a dialogar. Safera, por su parte, era traviesa, provocadora y bromista, con una fuerte tendencia a alterarse y a desobedecer.
Erol, a pesar del carácter apasionado y problemático de Safera, quería a sus dos hijas por igual. La calma de la primera aplacaba la pasión desmedida de la segunda y, por su parte, esta a menudo lograba animar a su hermana con su carácter activo. Consideraba el dios que sus hijas se complementaban entre sí, que cuando estaban juntas ni el bien ni el mal tenían lugar, todo era neutro y pacífico. Por eso quiso trasladar la neutralidad al mundo, para expandir el efecto que las niñas creaban unidas.
Pero las gemelas no estaban de acuerdo con la idea de su padre. El mundo que veían era aburrido, frío y sin carácter; nunca pasaba nada y el tiempo parecía no transcurrir por él. Ni siquiera Ilae estaba conforme con el modelo establecido por Erol así que, cuando Safera sugirió bajar a modificarlo, se mostró resuelta al aceptar.
Tuvieron que esperar un tiempo, pues su padre adoraba tanto su creación que no le gustaba alejarse de ella y, mientras aguardaban su ansiada oportunidad, su energía y sus ganas de llevar a cabo el plan aumentaban por momentos. De este modo, cuando Erol se alejó a cuidar del resto del universo, las gemelas bajaron de inmediato al mundo, y las consecuencias de sus acciones fueron más grandes de lo que nunca se atrevieron a imaginar:
Ilae se dirigió primero a la vegetación, a los árboles y arbustos, a los que dotó de frutos para que alimentaran a los humanos y animales; abrió huecos entre las montañas, antaño pulidas como el cristal, para que se pudiera caminar entre ellas y creó surcos en sus superficies, pues le apenaba que nadie pudiera subir por ellas; acercó el sol para que calentara el suelo y creó la noche y la lluvia para que dicho calor no causara mal en la tierra; humedeció tierras para que los humanos pudieran cultivarlas; finalmente, les otorgó, al igual que a todos los seres vivos, la capacidad de reproducirse y razonar.
Safare, por su parte, provocó un caos mucho mayor que el de su hermana: creó el fuego, y alimentó con él a algunas montañas y determinados animales; dotó de veneno a las especies que más le gustaron; embraveció los mares y creó tormentas a partir de la lluvia que su hermana había originado; enfureció la tierra y el aire, obligándoles a temblar; en su afán, arrasó la vida de la tierra en la que aterrizó.
Mientras transformaban el mundo, las gemelas no se enfrentaron entre sí. A pesar de que algunas creaciones de Safare perturbaban la bondad que Ilae había establecido, no se sintió molesta, ya que consideró que de este modo su querido mundo se vería obligado a evolucionar, contrarrestando así la neutralidad diseñada por su padre. Sin embargo, cuando las dos intentaron modificar a los humanos, comenzó la disputa.
Ilae llegó primero, y les dotó de amor, lealtad, salud, felicidad, valentía, compromiso y capacidad para mejorar; consiguió generar en ellos el deseo de ayudar y pensar en los demás, de compartir, de ser altruistas, de hacer el bien... logrado todo esto, se sintió realizada como nunca antes, y lloró de felicidad al imaginarse el futuro de aquellas pequeñas criaturas, claro como el día y lleno de bondad.
Pero Safare, al ver la felicidad de su hermana, sintió una gran envidia, pues ella también quería sentirse así, y acudió a deshacer lo que su hermana había diseñado. Proporcionó a los humanos odio, cobardía, traición, desobediencia, vagancia, enfermedad y tristeza; les empujó a pensar sólo en ellos, llegando a perjudicar a los demás para lograr sus objetivos, a ser egoístas, a ser capaces de matar o robar, a hacer el mal.
Desolada, Ilae no tardó en enfrentarse a su hermana, y luchó por contrarrestar las capacidades que esta había generado en las personas con una fuerza inusitada originada por la desesperación y la ira que se había originado en ella. Sin embargo, su hermana no quería cambiar su obra, y no aceptó la derrota.
Las gemelas lucharon fieramente, y ninguna de ellas lograba vencer a la otra. Como diosas que eran, poseían las mismas capacidades, igualmente niveladas, que no podían imponerse entre sí. De este modo, los humanos, sometidos a su lucha, poseían las características otorgadas por ambas, pero ni el bien ni el mal lograban expulsar a su contrario.
Cuando Erol regresó, las niñas todavía seguían luchando. Al ver en lo que se había convertido su querido mundo el dolor lo desgarró y, llorando lágrimas furiosas, descendió para recoger a sus hijas y las alejó del lugar, dejando inconclusa su disputa. Por ello, los humanos somos capaces de amar, pero también de odiar, y de realizar los más horrendos actos, aunque después estemos dispuestos a sacrificarnos por nuestros congéneres.
Cuando se hubieron alejado, Erol empleó todos sus esfuerzos en deshacer el caos que sus hijas, en su aventura, habían generado. Sin embargo, la fuerza de los cambios realizados fue demasiada y, a pesar de la insistencia del dios, las modificaciones no sólo no se regularon, sino que la vida continuó guiada por ella.
Esto le enfureció más que nunca antes y, se dirigió hacia sus hijas, a las que ya era incapaz de amar. Gritó y gritó, maldiciéndolas por el daño que habían causado, por destruir con sus caprichos su preciada obra, sin detenerse a escuchar las explicaciones de las gemelas. Finalmente, guiado por el desprecio y la ira que las niñas le inspiraban, las expulsó lejos de allí, y las condenó a viajar eternamente por el universo, sin poder volver a ver jamás lo que habían hecho.
Desde entonces, Ilae y Safera vagan malditas lejos de aquí, sufriendo y llorando por no poder acercarse a su creación y por su padre, que todavía hoy guarda en su ser el odio hacia sus hijas y el recuerdo de un mundo que ya no existe.

Aunque puede que sea mejor así.

viernes, 23 de enero de 2015

Me uno a "Blogs en el viento".

¡Hola!
Siento que esta sea una entrada informativa. Sé que no tiene nada de artístico en absoluto... pero así os voy contando cosas importantes del blog.
Os vengo a anunciar que me he unido a la iniciativa creada por mi maravillosa MeriAnne Abevaz (la de la Iniciativa Hogwarts, sí).
Se llama "Blogs en el viento", y funciona del mismo modo que la desaparecida "¡Quiero conocer tu blog!": Una vez apuntado a la iniciativa, hecha la entrada y colocado el banner, debes mandarle por correo una información sobre tu blog que ella misma especifica aquí y, cuando lo reciba, publicará en una fecha determinada  los datos que le has dicho. ¿Fácil, no?
Bueno, igual no, pero en el link ella misma lo explica muy bien.
El banner de la iniciativa lo podreis encontrar donde siempre, junto al contador de visitas.


Por cierto, mi "entrevista" ya tiene fecha... ¡el próximo 31! Que ilusión, ¿verdad?

Un beso, mis niños, os quiero a todos.