Cuando Erol creó el universo, en el mundo no existía ni el
bien ni el mal. Todo era neutro, nada se encontraba en desacuerdo; los seres se
limitaban a existir sin molestar al otro, sin tendencia al bien o el mal, sin
ni siquiera sentir, ya que esto habría supuesto un desequilibrio en la balanza
de la vida.
A él le gustaba esto. Le satisfacía contemplar cómo su
creación vivía conforme a sus reglas: cómo los mares recorrían la tierra tan
lisos como un cristal, cómo las montañas consistían en enormes rocas pulidas;
cómo la vegetación se ocupaba de asentarse en la tierra sin desprender ninguno
de sus valiosos frutos; cómo todo se limitaba, sencillamente, a existir.
Tenía dos bellísimas hijas gemelas, Ilae y Safera. Ilae era
amable, pacífica y bondadosa, le gustaba ayudar a los demás y siempre estaba
dispuesta a dialogar. Safera, por su parte, era traviesa, provocadora y
bromista, con una fuerte tendencia a alterarse y a desobedecer.
Erol, a pesar del carácter apasionado y problemático de
Safera, quería a sus dos hijas por igual. La calma de la primera aplacaba la
pasión desmedida de la segunda y, por su parte, esta a menudo lograba animar a
su hermana con su carácter activo. Consideraba el dios que sus hijas se
complementaban entre sí, que cuando estaban juntas ni el bien ni el mal tenían
lugar, todo era neutro y pacífico. Por eso quiso trasladar la neutralidad al
mundo, para expandir el efecto que las niñas creaban unidas.
Pero las gemelas no estaban de acuerdo con la idea de su
padre. El mundo que veían era aburrido, frío y sin carácter; nunca pasaba nada
y el tiempo parecía no transcurrir por él. Ni siquiera Ilae estaba conforme con
el modelo establecido por Erol así que, cuando Safera sugirió bajar a
modificarlo, se mostró resuelta al aceptar.
Tuvieron que esperar un tiempo, pues su padre adoraba tanto
su creación que no le gustaba alejarse de ella y, mientras aguardaban su ansiada
oportunidad, su energía y sus ganas de llevar a cabo el plan aumentaban por
momentos. De este modo, cuando Erol se alejó a cuidar del resto del universo,
las gemelas bajaron de inmediato al mundo, y las consecuencias de sus acciones
fueron más grandes de lo que nunca se atrevieron a imaginar:
Ilae se dirigió primero a la vegetación, a los árboles y
arbustos, a los que dotó de frutos para que alimentaran a los humanos y
animales; abrió huecos entre las montañas, antaño pulidas como el cristal, para
que se pudiera caminar entre ellas y creó surcos en sus superficies, pues le
apenaba que nadie pudiera subir por ellas; acercó el sol para que calentara el
suelo y creó la noche y la lluvia para que dicho calor no causara mal en la
tierra; humedeció tierras para que los humanos pudieran cultivarlas; finalmente,
les otorgó, al igual que a todos los seres vivos, la capacidad de reproducirse
y razonar.
Safare, por su parte, provocó un caos mucho mayor que el de
su hermana: creó el fuego, y alimentó con él a algunas montañas y determinados animales;
dotó de veneno a las especies que más le gustaron; embraveció los mares y creó
tormentas a partir de la lluvia que su hermana había originado; enfureció la
tierra y el aire, obligándoles a temblar; en su afán, arrasó la vida de la
tierra en la que aterrizó.
Mientras transformaban el mundo, las gemelas no se enfrentaron
entre sí. A pesar de que algunas creaciones de Safare perturbaban la bondad que
Ilae había establecido, no se sintió molesta, ya que consideró que de este modo
su querido mundo se vería obligado a evolucionar, contrarrestando así la
neutralidad diseñada por su padre. Sin embargo, cuando las dos intentaron modificar
a los humanos, comenzó la disputa.
Ilae llegó primero, y les dotó de amor, lealtad, salud, felicidad,
valentía, compromiso y capacidad para mejorar; consiguió generar en ellos el
deseo de ayudar y pensar en los demás, de compartir, de ser altruistas, de
hacer el bien... logrado todo esto, se sintió realizada como nunca antes, y
lloró de felicidad al imaginarse el futuro de aquellas pequeñas criaturas,
claro como el día y lleno de bondad.
Pero Safare, al ver la felicidad de su hermana, sintió una
gran envidia, pues ella también quería sentirse así, y acudió a deshacer lo que
su hermana había diseñado. Proporcionó a los humanos odio, cobardía, traición,
desobediencia, vagancia, enfermedad y tristeza; les empujó a pensar sólo en
ellos, llegando a perjudicar a los demás para lograr sus objetivos, a ser
egoístas, a ser capaces de matar o robar, a hacer el mal.
Desolada, Ilae no tardó en enfrentarse a su hermana, y luchó
por contrarrestar las capacidades que esta había generado en las personas con
una fuerza inusitada originada por la desesperación y la ira que se había
originado en ella. Sin embargo, su hermana no quería cambiar su obra, y no
aceptó la derrota.
Las gemelas lucharon fieramente, y ninguna de ellas lograba
vencer a la otra. Como diosas que eran, poseían las mismas capacidades,
igualmente niveladas, que no podían imponerse entre sí. De este modo, los
humanos, sometidos a su lucha, poseían las características otorgadas por ambas,
pero ni el bien ni el mal lograban expulsar a su contrario.
Cuando Erol regresó, las niñas todavía seguían luchando. Al
ver en lo que se había convertido su querido mundo el dolor lo desgarró y,
llorando lágrimas furiosas, descendió para recoger a sus hijas y las alejó del
lugar, dejando inconclusa su disputa. Por ello, los humanos somos capaces de
amar, pero también de odiar, y de realizar los más horrendos actos, aunque
después estemos dispuestos a sacrificarnos por nuestros congéneres.
Cuando se hubieron alejado, Erol empleó todos sus esfuerzos
en deshacer el caos que sus hijas, en su aventura, habían generado. Sin
embargo, la fuerza de los cambios realizados fue demasiada y, a pesar de la
insistencia del dios, las modificaciones no sólo no se regularon, sino que la
vida continuó guiada por ella.
Esto le enfureció más que nunca antes y, se dirigió hacia
sus hijas, a las que ya era incapaz de amar. Gritó y gritó, maldiciéndolas por
el daño que habían causado, por destruir con sus caprichos su preciada obra,
sin detenerse a escuchar las explicaciones de las gemelas. Finalmente, guiado
por el desprecio y la ira que las niñas le inspiraban, las expulsó lejos de
allí, y las condenó a viajar eternamente por el universo, sin poder volver a
ver jamás lo que habían hecho.
Desde entonces, Ilae y Safera vagan malditas lejos de aquí,
sufriendo y llorando por no poder acercarse a su creación y por su padre, que
todavía hoy guarda en su ser el odio hacia sus hijas y el recuerdo de un mundo
que ya no existe.
Aunque puede que sea mejor así.
Una buena manera de ver el bien y el mal sin duda. No obstante el padre no tendría que seguir enfadado ya que sus hijas han creado para los humanos la libertad de poder elegir ellos mismo sus propios sentimientos.
ResponderEliminarMuchas gracias :)
EliminarBueno, a él le encantaba su mundo tal y como estaba y de pronto se lo encuentra totalmente destrozado...
Precioso. Me gusta mucho esta explicación que das ^^ Y pobres chicas, por qué Erol las destierra?? Podría castigarlas y ya jajaja
ResponderEliminarun besoo
Muchas gracias :)
EliminarJajaja bueno, los dioses se lo toman todo muy a la tremenda (?) No sé, es que fue un chasco total ver que su creación favorita había quedado "destrozada".
Un beso :)
Me ha gustado mucho el relato. Es una bonita explicación a por qué somos así y a por qué son las cosas como son ^^ Aunque pobres las gemelas, siempre dando tumbos.
ResponderEliminarUn beso ^^
Me alegro mucho cielo.
EliminarEs el castigo que su padre impuso para ellas, por haber "roto" la creación que tanto amaba.
Un beso.
Me ha gustado mucho el relato. Aunque me dan pena Ilae y Safera...
ResponderEliminarMuchas gracias :)
EliminarBueno, ante la opinión popular, ya volverán.
Me ha recordado un poco a los Valar, los dioses de la Tierra Media de Tolkie... A la mitología de Memorias de Idhú... y a la mitología clásica.
ResponderEliminarSaludos.
Bueno, las leyendas son mitología al fin y al cabo :)
EliminarSaludos ^^