viernes, 22 de abril de 2016

Apunta.

Supongo que podríamos considerar esto un experimento.
Tenía ganas de escribir, pero no sabía qué, así que busqué en mi carpeta de imágenes inspiradoras de relatos y encontré una que, digamos, me movía algo por dentro.
Pero al empezar a escribir me di cuenta de que estaba comenzando el relato con un diálogo así que se me ocurrió lanzarme a la piscina y experimentar. Decidí escribir toda la historia usando sólo un diálogo.
Vosotros sois los encargados de decidir si me ha quedado algo decente, o si ha resultado todo un desastre.
Un beso.



- ¿La ves?
- Eso creo.
- ¿Eso crees? No me vale una duda, tenemos que estar seguros.
- Eso creo. ¡No te puedo decir más! En ese vídeo la imagen no es tan nítida, en realidad, y ahora lleva la cara un poco tapada… no puedo estar seguro.
- A ver, déjame mirar.


- ¿Y bien?
- No sé.
- Te lo dije.
- Cállate. Lo siento, ¿vale?
- Entonces, ¿qué hacemos?
- No estoy seguro. Puede que sea ella, pero también puede que no. ¿Qué opinas?
- ¿Qué opino? Yo no opino nada. Tú eres el responsable de la misión, tú tienes que decidir.
- No me jodas. Yo no pedí esto.
- Ya sé que no lo pediste, pero eres el superior. Se supone que decidir es tu deber, así que ahora no te puedes echar atrás.
- Lo sé, ¿vale? Lo sé.


- Entonces, ¿qué?
- ¿Cuántas posibilidades hay de que no sea ella?
- ¿Cómo?
- Según nuestros informadores, ella iba a estar aquí hoy. A esta hora, en este lugar. Puede que ahora no podamos distinguir todos los rasgos de esa chica, pero desde luego se parece mucho. ¿Cuántas posibilidades hay de que no sea ella?
- Supongo… que pocas.
- Bien.
- ¿Qué hacemos?
- ¿Qué hacemos, dices?
- Sí.


- Apunta.
- Que… ¿apunto?
- Sí, apunta. ¿Qué haces aún parado?
- Yo…
- Escucha, no me toques los cojones ahora. Has dicho que decidiese, ¿no? Pues ya he decidido. No sé si piensas que esto está siendo fácil para mí, pero es lo más complicado que he tenido que hacer nunca y no termino de estar seguro de ello, pero tenemos que reaccionar. Así que déjate de gilipolleces y apunta de una vez, antes de que me lo piense de nuevo y terminemos dejando pasar la oportunidad, ¿de acuerdo?
-
- ¿De acuerdo?
- Sí.
- Bien.


- ¿Ya?, ¿la tienes a tiro?
- … sí.
- Bien.


- ¿Capitán?, espero tus órdenes.
- Lo sé, lo sé.
- Se mueve, la estoy perdiendo.
- Lo sé.


- Que la suerte me dirija.
- ¿Cómo?
- Nada… Dispara.


viernes, 15 de abril de 2016

Zombie Apocalypse Tag.

¡Hola mis niños! Hoy os trago un BookTag sobre zombies, que consta de seis preguntas sobre lo que harías en un apocalipsis zombie. Me ha parecido muy entretenido y, además, The Walking Dead es mi serie favorita, así que me apetecía mucho hacerlo.
En principio iba a sacar las preguntas de un blog llamado TAGS. Sin embargo, mirando en Youtube me gustaron más las preguntas que se hacen por allí en el tag, así que voy a sacarlas de ahí.
Empezamos.

1. El objeto a tu izquierda es la única arma que tienes. ¿Cómo de jodida estás?
Sólo tengo una manta. Una manta larga, suave y AMARILLA. Ni siquiera el color acompaña, con ella se me vería a kilómetros de distancia y, aunque no creo que un zombie vaya a distinguirme por el color, los locos vivos que rondan por ahí seguro que me echan el ojo encima, y no quiero.
Tampoco me sirve como arma. ¿A quién voy a hacer daño con una mantita?, absolutamente a nadie. Como mucho podría atar una piedra al pico de la manta y… ni siquiera así serviría de mucho. Por lo menos, supongo que estaré más o menos caliente a la hora de dormir.
En resumen, estoy jodida. Bastante. Pero calentita.

2. Si fueras un zombie, ¿a quién morderías?
Qué cruel, no quiero morder a nadie.
Si tuviera que elegir, supongo que mordería a criminales y gente que se lo mereciera, por ejemplo, para no hacerle el lío a gente inocente.
Sin embargo, los zombies no piensan, así que seguro que simplemente mordería al ser vivo más apetitoso que se me cruzara en el camino (CUIDADO).

3. ¿Cuál sería tu plan de supervivencia?
Sola voy a durar muy poco. Lo sé, lo sabéis. Soy una veinteañera floja y torpe así que más me vale no aventurarme en el nuevo mundo sola (sobretodo armada únicamente con una mantita).
Creo que mi mejor opción sería unirme a un grupo – no demasiado loco y tocado de la cabeza, atención – y no separarme de él ni con agua caliente. A partir de ahí me llevaría bien con ellos, obedecería y me comería todo lo que me pusieran en el plato (que no creo que fuera mucho) y aprendería a defenderme con armas, que me iba a hacer falta.
En última instancia, tengo un plan B de supervivencia que no puede fallar: esconderme detrás de Daryl Dixon mientras él mata los zombies por mí.


4. Si tus padres se convirtieran en zombies, ¿qué harías?
Pues… al principio me sentiría fatal, lloraría por perderlos. Al fin y al cabo mis padres ya no estarían conmigo.
Pero ellos no se sentirían igual y querrían comerme, así que sólo tengo dos opciones: huir de ellos o matarlos. Sé que matarlos sería lo más correcto, pero no creo que me atreviera a hacerlo. Seguramente necesitaría terapia previa para empezar a matar zombies “queridos”.

5. ¿Quieres que ocurra el apocalipsis zombie?
NO. Por supuesto que no quiero. Estoy muy bien como estoy, y no quiero verme de pronto luchando por mi vida en medio de la calle y viviendo al límite y precariamente, en medio de la soledad.
Creo que los zombies pueden quedarse en las pelis, las series y los libros, gracias.

Esto ha sido todo por hoy. Ha sido corto, pero me apetecía mucho hacerlo y espero que os haya entretenido un poquito al menos.
Hasta la próxima, mis niños. ¡Sed felices!

viernes, 8 de abril de 2016

Guardia.

Este texto está sacado de una "propuesta", que encontré en Pinterest. A veces, en uno de esos ratos muertos que paso cotilleando en la aplicación, encuentro imágenes que ofrecen propuestas para crear escenas o relatos: puede ser un comienzo, un resumen, un simple ejercicio de creatividad... 
He ido guardando esas imágenes, aunque al final no suelo usarlas. Sin embargo, esta me ha gustado bastante así que he decidido empezar las "prácticas" con ella.





Sentado en la mesa, contempló cómo las luces del pasillo se apagaban tras un molesto parpadeo. Eso significaba que ya no quedaba nadie ahí, que una noche más se encontraba sólo junto a los pacientes, encerrado entre esas paredes blancas y frías cuya suavidad era más tenebrosa que dulce. Sentía verdadera repulsión por aquel edificio, pero tras años de oficio casi había aprendido a ignorarlo.
Un golpe sordo se escuchó metros por delante suyo, escondido en las profundidades oscuras del pasillo que se extendía ante él. Cualquiera se habría asustado ante esto, dado el lugar en el que se encontraba, como si se esperara que las personas que se hallaban allí encerradas se transformaran en piedra al caer la noche, sin hacer ningún ruido hasta el amanecer.
La gente no entendía que quienes se encontraban en el hospital psiquiátrico, a pesar de estar presos en sus habitaciones, seguían siendo humanos. Humanos que se movían, que respiraban, que hablaban, que a veces no podían dormir.
Lucas estaba acostumbrado a que sus conocidos le miraran raro cuando defendía esta postura. En el fondo de sus mentes, no podían ver a los pobres trastornados como iguales, y a menudo les sorprendía la extraña empatía que él les profesaba. La teoría más común era que el tiempo que llevaba realizando guardias nocturnas en el hospital había terminado modificando las ideas, que sus padres le habían educado muy bien, que era un hombre realmente bueno.
En fin, no podía saber si algo de todo eso había ayudado, pero lo que sí era cierto es que el poder leer los pensamientos de los pacientes había cambiado su modo de verlos.
Con el tiempo, había logrado comprender que aquella desgraciada gente no era más que pobres desquiciados que no tenían la culpa de estar allí. Necesitaban ayuda –  por mucho que él cada vez se preguntara más si aquel sitio era el adecuado para ofrecerla –  y tenían la obligación de permanecer ingresados hasta que alguna excepcional técnica pudiera curarles por fin. Lo mínimo que podía hacer Lucas era escucharlos mientras los vigilaba, actuar como el receptor sobre el que descargaran sus problemas.
Comenzó a caminar por el largo pasillo, y el ocupante de la primera celda se abalanzó sobre él al verle, presa de una rabia cuyo origen nadie había podido explicar aún. Sin embargo, Lucas sabía que noche tras noche el hombre le confundía con su hermano mayor, aquel que le había traicionado años atrás y le había quitado todo lo que tenía. A pesar de que prefería no pensar en lo que aquella mole podría hacerle si no les separara una pared, en el fondo podía comprender su enfado.
Siguió caminando y saludó a Judith, que le dio la bienvenida a través del cristal con una mirada cortés y educada que invitaba a acercársele. Él no avanzó hacia ella; aquella noche contemplaba asesinarle con un oxidado cuchillo de cocina, y no quería darle esperanzas de poder conseguirlo.
Mientras seguía estudiando los inteligentes y extraños ojos de la mujer, un ansioso llanto emergió en un susurro desde las profundidades del pasillo. Se volvió hacia el sonido, sabiendo quién se encontraba detrás del mismo. Casi corrió hacia su celda, situada casi al final del corredor, y se colocó frente a ella, buscando su oculta silueta tras el cristal.
Le encontró encogido en el centro de la habitación, abrazándose las piernas de espaldas a él. Aquel muchacho le apenaba desde el día en que lo conoció, hasta el punto en que se había convertido en el paciente a quien más visitaba durante las largas noches de vigilancia. Sentía muchísima lástima por él, no podía comprender cómo sería creer a cada segundo que alguien quería hacerte daño, que estabas en peligro. Kevin sólo tenía 19 años, y desde que era un niño vivía con esa continua sensación; a pesar del tiempo que había pasado, Lucas aún no sabía cómo había logrado sencillamente sobrevivir.
Dio unos golpes con las uñas en la puerta, tratando de llamar su atención. El joven se volvió sobresaltado hacia él y, al ver quién era, se levantó lentamente. Pudo ver en sus ojos miedo, una horrible ansiedad, y se concentró una vez más en sus terribles temores.
Quiere matarme, ella quiere matarme.
Ella, ¿quién?
Ella quiere matarme. La chica de la 83. No tenía que estar aquí, por algo la han traído. ¿Por qué si no iban a hacerlo? No hay otra explicación. Ella quiere matarme, puedo sentirlo. ¡Va a matarme!
Kevin se abalanzó sobre él y golpeó la pared. En su mirada notó un horror insuperable, el rostro del miedo, una desesperada búsqueda desesperada de ayuda. Pero la verdad era que no podía hacer nada por él, no podía defenderle de una amenaza que no era real, por mucho que esa evidencia le doliera.
Ella quiere matarme.
¿Ella?, ¿quién era ella? La celda 83 estaba vacía, al menos hasta la noche pasada. En otras circunstancias habría ignorado los pensamientos del muchacho, cuyas paranoias solían basarse en elementos salidos de sus fantasías, pero su intuición le hizo volverse hasta la supuesta celda de la misteriosa mujer. Dejó al chico asomado al cristal y, lentamente, se acercó a la habitación.
La pálida piel de la muchacha resplandecía en la oscuridad de la celda, haciendo imposible ignorarla. Su cabello descolorido y raído le tapaba el rostro, pero Lucas pudo fijarse en sus enormes ojos azules en el momento en que ella se volvió hacia él. Estaban enrojecidos y llorosos, y las lágrimas brillaban en sus mejillas.
¿Quién eres tú?
La joven le miró a los ojos. Un aura de serenidad la rodeaba, parecía la paciente más cuerda que había visto jamás allí. Por algún motivo, resultaba evidente que aquella habitación no era el lugar donde debía estar.
¿Qué estás haciendo aquí?

Socorro.

viernes, 1 de abril de 2016

Susan.

Entro en mi cuarto y me tiro en la cama. Lanzo la mochila a cualquier parte, ni siquiera me molesto en quitarme los zapatos. Me encuentro demasiado mal como para reparar en nada, sólo quiero llorar; me encojo sobre mí misma y comienzo a sollozar, dejando que el sonido de mi llanto quede ahogado contra el colchón.
- Enid, ¿qué ocurre? – reconozco la voz de Susan, pero no tengo fuerzas para levantar la cabeza y mirarla.
- Thomas.
- ¿Te ha vuelto a decir algo malo?
Intento responderla, pero los sollozos no me dejan hablar. Tardo un poco en tranquilizarme, pero ella espera paciente, sin moverse del lugar donde está.
- Me ha dicho que soy rara. – mi voz tiembla y las lágrimas luchan por seguir resbalando por mi rostro, pero consigo reponerme – Me ha dicho que soy fea y extraña, que nadie me quiere. Dice que estaré siempre sola y que no tengo amigos. Ha sido muy malo.
- Pero tonta, no le hagas caso. Tú sabes que no estás sola, me tienes a mí. Yo soy tu amiga.
- Lo sé Susan. Pero tú no puedes venir conmigo al colegio. Allí no tengo a nadie, y Thomas me dice esas cosas tan feas… No puedo más, no quiero ir más a ese colegio. – un par de lágrimas se escapan de mis ojos, tardo unos segundos en poder volver a hablar – ¿Qué puedo hacer? Por favor, ayúdame.
Susan se queda callada de pronto y temo haberla enfadado. Lentamente, me recoloco sobre la cama y la miro, expectante.
- ¿Susan?
- Un segundo, estoy pensando.
Espero, pero no dejo de mirarla. Justo mientras me seco las lágrimas, ella gira la cabeza y me mira. Sus ojos cristalinos pueden resultar vacíos, pero yo percibo algo más en ellos; sus labios, situados sobre una piel blanca y brillante como la porcelana, no se mueven cuando me habla.
- Se me ocurre… que podrías matarlo.