viernes, 29 de enero de 2016

Alone.

El escenario está oscuro y frío, oculto tras el pesado telón que escupe motas de polvo por todo el espacio. Con los pies descalzos, noto la brillante madera del suelo congelada bajo mi piel, pero no me importa.
Hoy es el día del estreno, nada puede salir mal.
Me siento tentada a apartar un poco la cortina, a llevar a cabo esa tonta costumbre de ver cuánta gente está esperando a que salgas, deseando verte, dispuestos a dejarse sorprender o a sufrir una decepción. Sin embargo, me detengo a tiempo. Ya estoy bastante nerviosa.
De hecho, siento como si fuera a vomitar. Se me está retorciendo el estómago y me empiezan a temblar las piernas, los retortijones llevan minutos molestándome y un aire frío, que no tiene nada que ver con la tela abierta de mi vestido, me recorre toda la espalda. Odio esta sensación, siempre la he odiado.
Me estoy olvidando de los pasos, seguro que de caminar también. No va a salir bien, no me voy a acordar de mis bailes, con lo que me gustan… ¿Qué pasa si lo hago mal?, ¿qué pasa si me tropiezo, o me equivoco, o no salto a tiempo? Todos lo verán… hay tanta gente al otro lado… se reirán de mí si la fastidio; ay, la voy a liar.
Noto una leve brisa en mi hombro. Sólo es porque Jeremy ha pasado corriendo por mi lado, pero de todos modos me sobresalto. Vuelvo la cabeza hacia atrás, no alcanzo a verle, pero reparo en el rizo castaño que me acaricia la mejilla, se ha salido del recogido que me han hecho para la función.
La función… Sonrío levemente al recordar todo lo que nos ha costado prepararla. Meses de ensayos, de nervios y de ilusión, han sido maravillosos, nunca he sido tan feliz. Me he sentido realizada, apreciada, maravillada; nunca he estado tan enamorada de una obra, nunca he estado tan enamorada de bailar.
Bailar, por eso estoy aquí. Por mi pasión, por mi objetivo en la vida, por mi razón de ser. El aire fluyendo entre mi cuerpo, mis movimientos fundiéndose en sincronía con la música, tan liviana como el viento, tan estable como el junco. Así me siento al bailar, así me he sentido siempre, y lo daría todo por poder ser siempre el espíritu que acompaña con su ser al dulce encantamiento de la melodía, es la vida.
Es el amor.
Y lo voy a demostrar.
Para eso he venido, para eso estoy en este helado escenario, detrás del telón. Para poder compartir con el público del otro lado lo que llevo dentro, el arte que fluye por nuestras venas, la humilde muestra de lo que hay en nuestros corazones. Ojalá les hagamos felices.
No voy a ponerme nerviosa.
Ahora me siento feliz, y me levanto de un salto para adoptar mi posición. El nudo del estómago se ha deshecho, todos los pasos vuelven nítidos a mi mente. Saldrá bien, tiene que salir bien, porque la magia nunca permite el mal. Una paz intensa me invade mientras se levanta el telón.
Sin embargo, sólo el aire frío sale a recibirme. Las butacas están vacías, no hay ni un alma en la oscuridad del teatro. Me pongo recta y, anonadada, me miro los pies rodeados de una espesa capa de polvo que cubre el entarimado: nadie lo ha limpiado, nadie ha preparado esa función junto a mí.
El silencio en mis oídos confirma las sospechas. Estoy sola.









Otra vez vuelvo tarde... lo siento mucho. Aún no estoy hasta arriba con la uni, pero Lovely Complex me ha vuelto a atrapar en sus garras, perdón  >_<


LOVELYCOMPLEXLOVELYCOMPLEXLOVELYCOMPLEX <3

jueves, 21 de enero de 2016

Afortunada infeliz.

Un banco de hermosos peces plateados pasó rápidamente frente a Alyssa, cortándole el paso. Sobresaltada, la niña se echó hacia atrás, chocando contra un enorme león que se encontraba allí. A pesar del miedo que sintió, el animal se limitó a gruñir levemente, como disculpándose, y se alejó de ella.
Temblorosa, se dio media vuelta y siguió su camino con los brazos cruzados y tratando de no mirar alrededor. Observaba sus pies, avanzando rápidos y pálidos sobre el suelo de nubes rosadas y olas de mar; en realidad era una vista preciosa, pero en aquel momento lo único que despertó en Alyssa fueron lágrimas de desesperanza y ansiedad. Una hermosa tortuga verde pasó volando bajo ella, y las lágrimas mudas se convirtieron en un sollozo aterrado.
Echó a correr, dejando que el llanto la invadiera por dentro y se extendiera por el espacio. Sus lágrimas flotaban al caer, golpeando a las estrellas que sorprendidas seguían con la mirada la huida de la niña eterna; sus ansiosos jadeos se escuchaban por todas partes, resonando en los oídos de todas las criaturas presentes. La extrañeza se asentó en todos ellos: no era normal vivir esas situaciones allí, en el limbo de la inmensidad.
Alyssa continuó corriendo, y todo aquello que dejaba atrás se convertía en manchas borrosas a su alrededor: El viento brillante, los pulpos jugando con jóvenes tigres mansos, la suave marea flotando a metros sobre su cabeza, planetas resplandeciendo bajo sus pies… cualquier cosa imaginable desfilando a su alrededor, danzando junto a ella, viviendo en un espacio sin control.
Sin Norte o Sur, Este u Oeste, arriba o abajo, realidad o sueño. La niña no podía soportarlo más.
Desde siempre había existido allí, y nunca había conocido a nadie más: la única humana que existía en el lugar, nunca había tenido familia o amigos, conocidos o compañeros. Sólo existían ella y todo aquel universo, aquel galimatías eterno y onírico que la envolvía sin descanso.
Al principio le gustó, y durante siglos se habituó a explorar su mundo: voló sobre leones, habló con las marsopas que se recostaban sobre la nieve, bebió el viento, se convirtió en ángel. Pero pronto comenzó a agotarse, y toda la fantasía se volvió tan oscura en su pensamiento como luminosa era en realidad: la felicidad se convirtió en ansiedad, la libertad se transformó en una jaula eterna que la atraparía por siempre. No podía escapar, ya lo había comprobado; estaba condenada desde el primer día de su vida.
Sólo quería huir.
Tras varios metros recorridos, localizó un hueco negro en medio del ambiente rosado. No flotaba, y parecía firmemente emplazado en la nada: era una pequeña cueva, un pequeño refugio firme y cálido en medio del terror que Alyssa experimentaba cada día.
Sin pensarlo, se sumergió dentro y disfrutó de la sensación de comprobar el ambiente sólido y oscuro asentándose a su alrededor. Poco a poco, su respiración se calmó y los latidos de su corazón se convirtieron en la cadencia regular que solían ser; respiró hondo y al fin sonrió.

Una enorme luciérnaga pasó frente a la entrada de la cueva pero la niña, de espaldas a esta, no la vio. La criatura le dirigió una mirada triste antes de echar de nuevo a volar.

viernes, 15 de enero de 2016

La princesa herida.

Nunca conoció el amor. Todos lo sabíamos, menos ella misma.
La pobre muchacha creía conocerlo, creía saber todo de él, pero no era cierto. Siempre sonreía al pasar, mostrando sus dientes blancos entre el rojo de sus labios. Sonreía con ilusión, con una inocencia que cada vez daba más lástima y menos ternura: sabíamos que aquel rostro radiante terminaría roto por el dolor, pero ella no se daba cuenta.
Siempre pensaba que el próximo chico sería el definitivo, pero nunca lo era.
Recuerdo la última vez que pasó, ella tenía 26 años. La encontré sentada en la acera, con el pelo empapado por la lluvia pegado al rostro y el maquillaje corrido. Nunca la había visto tan perdida, parecía una muñeca rota en medio de aquella gris ciudad.
La cogí de la mano y conseguí llevarla a mi casa. Caminando, no pude evitar fijarme en la falda arrugada y el botón roto de su camisa, que ella intentaba inútilmente ocultar. Habría querido preguntar por el desgraciado que le había hecho eso, aunque sólo fuera para conocer al hombre que ya odiaba, pero sabía que no debía hacerlo.
En la calidez de mi hogar traté de consolarla, de volver a sacar a la luz a aquella niña que dejó de ser hacia demasiado tiempo. La traté como un padre a su hija y le hablé como a una mujer, pero nada consiguió que la tristeza y el pesar abandonaran su rostro.
Durante el tiempo que estuvo conmigo se mostró ausente y reflexiva, con la mirada apesadumbrada de una virgen suicida. No entiendo por qué aquello no me preocupó más.
No habló durante las horas que permaneció allí, se limitó a mirar la ventana, a observar las luces de la ciudad envuelta en una manta que no le daba calor y sosteniendo una taza de chocolate que no había probado. Sólo abrió la boca una vez, justo antes de levantarse para irse. Recuerdo su sonrisa triste, la autocompasión en su mirada, recuerdo perfectamente sus palabras:
- Supongo que nunca tendré mi cuento de hadas, quizá debería dejarlo pasar, ¿no?
No atendió a mi respuesta de ánimo, ni a mi ofrecimiento de pasar esa noche en mi casa, hizo caso omiso a mis súplicas. Me prometió, me juró que estaría bien. No sé por qué tardé tan poco en creerla.
Antes de irse dudó, pero se despidió besándome en la comisura de los labios. Mi sorpresa aún me permitió escuchar un “gracias” antes de que se cerrara la puerta.
No volví a verla.
Me dijeron que lo hizo esa misma noche, horas después de marcharse. Al parecer una pobre chica la encontró allí, de madrugada.
Me contaron que dijo que estaba serena, sin lágrimas, con la misma triste sonrisa que me había dedicado antes de salir de mi casa. Se había vuelto a pintar los labios, dijo que eso le llamó la atención, e iba descalza, con los dedos de los pies aferrados a la barandilla del puente.
También dijo que ni siquiera la miró cuando intentó que bajara de allí y pisara tierra, que siguió con la mirada fija en el río mientras ella se ponía cada vez más nerviosa, casi sin saber qué hacer. Dijo que cuando por fin se dirigió hacia ella sintió un rayo de esperanza que se esfumó muy pronto:
- Diles que lo siento – le pidió, y saltó.
Así desapareció nuestra desdichada princesa, comida por las aguas de un río que sentía tan poco por ella como todos los amantes que había tenido.
Yo no pude seguir viviendo en mi casa, atormentado por la idea de lo que pude hacer y no hice. Me marché y ahora estoy aquí, contando la historia de la pobre mujer que nunca conoció el amor.
Espero no ser el único, quiero pensar que los que la conocieron hacen como yo. Ojalá su memoria, al menos, no sea olvidada.

miércoles, 13 de enero de 2016

Microrrelato: Remordimientos.


Este es un microrrelato que se me ocurrió cuando encontré la imagen que os muestro en, como siempre, Pinterest. Sé que no es muy largo, pero hasta cerca del día 20 no tendré tiempo para escribir nada de la longitud a la que os tengo acostumbrados así que, hasta entonces, menos da una piedra, o eso creo.

Giró la cabeza hacia ella, sentada en el asiento del copiloto. Le frustró observar sus expresión severa y los brazos cruzados bajo el pecho.
- ¿Se puede saber qué te ocurre?
- ¿Acaso no lo sabes? No hemos debido abandonarla allí.
- Por favor, no sigas con el tema - emitió un hondo suspiro antes de continuar con voz cansada -. No teníamos otra opción.
Ella no contestó, y él no intentó hacerla hablar. Volvió a concentrar la vista en la carretera, tratando de relajar las manos aferradas al volante, les esperaba una larga huida.