El día que la Reina murió, en el reino de las dunas y el sol
comenzó a nevar.
Nadie allí había visto nevar nunca, y el temor se apoderó de
todos. Horrorizados, observaron cómo el polvo blanco cubría sus plantaciones y
su arena, transformando el calor en frío y atrayendo la perspectiva de un
repentino futuro desconocido que, en su novedad, sólo auguraba muerte y ruina.
Es una maldición, pensaron. Una maldición por no haber
cuidado mejor a la Reina; por haber permitido que falleciera presa de aquella
extraña enfermedad que congelaba su cuerpo y hacía temblar sus miembros. El
pueblo lloró arrepentido, viendo desesperanzado cómo su mundo se iba haciendo
cada vez más blanco.
En medio del desastre, sin embargo, surgió la idea de una
última oportunidad de salvación, de realizar una penitencia para recuperar
aquella normalidad que tan repentinamente había visto arrebatada. Así, todo el
reino se congregó en el funeral de su soberana,
que parecía aguardarles dormida y serena en su féretro de cristal.
Con los ojos cerrados, su sonrisa había desaparecido.
En vida, la Reina nunca había dejado de sonreír: en
cualquier evento, en cualquier situación, ella siempre había mostrado una
sonrisa que se alojaba en su mirada cuando su rostro debía mostrar solemnidad.
Esta vez no vieron nada, y la tristeza de saber perdido algo
tan valioso llegó a superar la angustia de la población. Cabizbajos, los
habitantes allí reunidos comenzaron a organizarse para depositar sus ofrendas y
regalos junto al cuerpo de la Reina. Se encontraban allí los mejores productos
y manjares de todo el reino: telas delicadas y preciosas, hermosas flores, todo
un banquete distribuido en pequeñas bandejas. La gente se había esforzado en
dar allí lo mejor de sí mismos.
Pero lo que en origen había sido una desesperada súplica de
perdón, ahora era un acto de condolencia.
Cuando el primer hombre fue a entregar su regalo, la nieve
comenzó a derretirse. El blanco se esfumó deprisa, tan diligente y eficaz como
había llegado; el frío dio paso al calor de nuevo, pero extinguió en su
transición el matiz abrasador que solía subyugarles; los ríos crecieron y
renovaron sus aguas opacas con otras más puras y cristalinas; como después
pudieron comprobar, las plantas no sólo habían sobrevivido al frío entierro,
sino que crecieron más fuertes y sanas.
La nieve se había ido y, en su camino, había mejorado sus
vidas.
Para cuando el pueblo pudo recuperarse de la sorpresa
inicial, una aún mayor les esperaba en el féretro: La claridad que había
abandonado la tierra parecía haberse asentado en el cuerpo de la Reina,
transformando el tono oscuro de su piel y sus cabellos en otro níveo, tan claro
que toda ella parecía reflejar la luz del Sol.
Sin embargo, el mayor misterio quedó para siempre recogido
en su rostro pues, donde antes todo el mundo contempló un semblante serio y
severo, había aparecido una dulce y suave sonrisa.
Me gusta jajajaja parece un cuento ^^
ResponderEliminarJajaja gracias :)
EliminarEs muy bonito, como dice Estefanía, parece un cuento ^^
ResponderEliminar¡Un beso!
Gracias ^-^ ¿Creo que es bueno que parezca un cuento?
EliminarUn beso :)