viernes, 12 de febrero de 2016

Baila.

La observó desde la otra punta de la oscura habitación, sentado en la silla desvencijada que había traído meses atrás, cansado de tener que sentarse siempre en el suelo.
Encendió un cigarrillo mientras esperaba a que la muchacha se despertara. No solía dormir demasiado, siempre que venía ella le saludaba alerta, distante, dispuesta a saltar ante un ataque que nunca llegaba. Con el tiempo se había acostumbrado a sus malos modos y sus miradas desafiadoras, a sus caras de desprecio y a la seriedad en sus labios, pero en aquel momento disfrutó de verla dormir, dulce y tranquila por una vez.
El momento no duró mucho, lo suficiente para permitir que el humo del cigarro se extendiera por la sala y pasase junto al cuerpo de la joven, que se despertó de inmediato. Pareció costarle reaccionar, devuelta de pronto a un mundo que tardó en reconocer como suyo, pero el aroma del tabaco le ayudó a volver a la realidad. Su rostro somnoliento se tornó en una expresión fría y seca y se dio media vuelta para mirarle, molesta.
Nunca terminaría de acostumbrarse a su belleza: El fino cabello castaño caía como una cascada sobre su espalda, contrastando sobre la piel pálida y el sencillo vestido blanco; el flequillo largo tapaba con mechones sueltos sus ojos, aunque no podía ocultar del todo el fiero e intenso color ámbar de los mismos; la armonía en los rasgos de su rostro siempre le dejaba sin respiración.
- Últimamente vienes muy a menudo, ¿no deberías estar haciendo otras cosas?
- ¿Cómo qué? Me gusta verte.
- A mí no me gusta que me veas.
- Nadie te ha preguntado tu opinión.
Pareció resignarse, aunque se mantuvo reacia a continuar la conversación. Dándole la espalda, se recostó y, dirigiendo la vista hacia algún punto al otro lado de la sala, fingió que él no estaba a su lado.
- ¿Qué haces?
- Estar aquí, como ayer y como el mes pasado. No puedo hacer otra cosa, me tienes encerrada, como a un animal.
- Sabes a qué me refiero. Cuando vengo contigo es para que me entretengas, no para que te quedes tirada en el suelo sin hacer nada.
- Estoy harta de entretenerte.
- No sé por qué, a estas alturas, sigues pensando que tienes otra opción.
Se levantó de la silla y avanzó hasta situarse frente a ella, agachándose para poder mirarla a los ojos. Disfrutó de la fuerza de su mirada, del poder que emanaba de ella y que, en el fondo, tanto le fascinaba; pero disfrutó aún más cuando bajó la vista y observó la vela que llameaba en el suelo entre ellos, formando junto con otras idénticas un enorme círculo que mantenía encerrada a la joven ninfa.
- ¿Ves la vela, pequeña? – sabía que la veía, sabía el dolor que eso le provocaba – Por ella estás aquí. Con ella te invoqué, y gracias a ella estás presa. Eres mía, preciosa, asúmelo de una vez.
La joven le miró en silencio, la tristeza se extendía como un manto sobre ella y, si no la conociera, Marcus habría jurado que en sus ojos brillaban las lágrimas.
- Y ahora, baila.
Pasó un momento antes de que algo sucediera y llegó a pensar que ella le ignoraría de nuevo, pero antes de que pudiera decir nada la muchacha se levantó y, lentamente, comenzó a balancearse.

2 comentarios:

  1. Pobrecita. Qué asco de tío ¬¬
    Me ha gustado mucho ;)
    Un beso :)

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    1. Ya he hecho un personaje que odias, me siento completa :D
      Muchas gracias <3

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