viernes, 23 de septiembre de 2016

Nyca.

Es impresionante cómo una sola persona, tan simple y sencilla, un minúsculo organismo viviendo en el eterno universo, puede cambiarte la vida tan radicalmente.
Yo no era nadie antes de conocer a Nyca, o al menos eso creía. Nunca me había considerado más que una sombra, una mera chica del montón que pasaba totalmente desapercibida: con mi ropa gris, el cabello pálido y los ojos oscuros, me sentía invisible entre el resto de las personas. Pero Nyca no era igual, ella no sabía lo que era la discreción.
Recuerdo el día que la conocí, mientras trabajaba en el bar situado frente a mi universidad. Estaba agotada y enfadada después de las clases, y apenas era capaz de atender a los clientes que se acercaban a la barra. Simplemente tomaba las notas y servía las bebidas, totalmente inconsciente de los comportamientos – e incluso de las caras – de todos ellos.
Pero no fue así con ella, era imposible. Pude escuchar el sonido de sus tacones en el mismo momento en que entró por la puerta, a pesar del volumen de la música, y sus labios rojos me hipnotizaron hasta que se colocó frente a mí.
- ¡Hola! – me sonrió mostrando los dientes, mientras mechones de pelo negro cruzaban por su frente.
- Hola, ¿qué vas a querer?
Ella pareció sorprendida por mi actitud, demasiado fría teniendo en cuenta el modo en que se había presentado. Se le borró la sonrisa, y por un momento llegué a arrepentirme de mi reacción.
- Una cerveza, por favor.
Me acerqué hasta el surtidor y se la serví, intentando que no notara que, a pesar de mi comportamiento, me inspiraba mucha curiosidad. Pensé que se iría a alguna de las mesas, quizá con uno de los grandes grupos que se reunían en torno a ellas, pero se sentó en una esquina de la barra. Al mirarla de reojo, descubrí que ella me observaba con interés.
Procuré no hacerla caso, evitando en lo posible acercarme hacia donde estaba, pero conseguir aquello durante mucho tiempo fue imposible. Me abordó en cuanto pasé por su lado.
- ¿Estás bien? – no me lo preguntó con malicia, sino como si le preocupara de verdad. Actuaba igual que si fuéramos amigas.
- ¿Perdón?
- Lo siento, es que no pareces encontrarte muy bien. ¿Tomamos algo cuándo acabes?, quizá te anime.
Estuve unos segundos sin saber qué contestar y mi primera reacción fue decirle que no, nunca había conocido a nadie que se atreviera a hablar así a una completa desconocida, pero finalmente acepté la oferta.
- Salgo a las seis.
- Perfecto, puedo esperar – Nyca sonrió satisfecha mientras se acomodaba más en su asiento.
Cuando acabé mi turno seguía allí, jugando con su segunda jarra medio vacía.
- Siento la espera.
- No pasa nada, no ha sido tan largo. Yo también debería buscarme un trabajo – estudió la barra, pensativa por un momento.
- Me llamo Laura.
- ¡Oh!, cierto – ella se levantó de golpe, con una sonrisa en la cara –. Yo soy Nyca.
- ¿Nyca?
- Bueno, Mónica – parecía molesta al reconocerlo – pero no me gusta que me llamen así. ¿Quieres quedarte aquí o vamos a otro bar?, a lo mejor ya estás harta de estar aquí.
Normalmente me gustaba quedarme allí, me hacía sentir cómoda y tranquila, sin cambios cuyas consecuencias no podía conocer. Sin embargo, por algún motivo, accedí a irme con ella.
No me llevó muy lejos, entramos en un bar que se encontraba a unas pocas manzanas de distancia. Nyca se dirigió directamente a la barra, con las miradas de todos clavadas en su espalda, y en cuanto nos sentamos pedimos las bebidas.
El sitio era tranquilo, incluso menos bullicioso que el local donde trabajaba. Los clientes se sentaban en las mesas en pequeños grupos, y el murmullo de las conversaciones apenas se escuchaba. Nyca no dejaba de mirarme, curiosa.
- ¿Estás mejor?
- Oh, sí.
- Se te nota un poco, me alegro – recogió nuestras bebidas de la parte superior de la barra, y me acercó la mía – ¿Llevas mucho trabajando?
- Desde que empezó el curso – me encogí de hombros, sin darle importancia –. Quiero empezar a ganarme mi propio dinero.
- Te entiendo. ¿Sigues estudiando aquí?
- Estoy en el último año.
- Yo en el tercero, pero sólo estoy aquí de intercambio. Me iré cuando acabe el curso, aunque la ciudad me gusta.
- ¿Ya la conoces?
- No del todo, por supuesto, pero me esfuerzo en poder decir que sí cuando me vaya. Me gustaría conocerlo todo.
- Llevo toda la vida aquí y creo que aún no he visto ni la mitad, supongo que no le pongo muchas ganas.
Me observó detenidamente, tardó un momento en contestar-
- Bueno, si alguna vez te animas, avísame.
Al final no me hizo falta avisarla, a las dos semanas Nyca empezó a arrastrarme por cualquier lugar que reconociera no haber visto antes: recorrimos las azoteas de la ciudad, disfrutando de paisajes que no sabía que existían aquí; caminamos por cada calle perdida que encontramos, fascinándonos con cualquier pequeño detalle apenas digno de mención; comíamos en los locales que nos llamaban la atención, y descubrí la hamburguesa de mi vida a un par de calles de mi casa.
Comprendí que había pasado la mayor parte de mi vida inmersa en una rutina de la que no salía en ningún momento, y llegado un punto había dejado de notarlo. Me sentía cómoda en ella, sin sentir realmente deseos de salir, conforme con la idea de mantenerme en un segundo plano día a día. Sí, podía ser invisible y una sombra, vale, pero en realidad tampoco pretendía hacer algo al respecto.
Nyca me cambió la vida.
Con el paso del tiempo, me fue despertando, y me transmitió parte de esa energía que la hacía destacar allá donde fuera. Me hizo cambiar, consiguiendo que me diera cuenta de la vida que llevaba, insuflándome fuerzas para empezar a modificar aquellos pequeños aspectos de la misma que no me hacían ser feliz.
No es como los padres a veces piensan, Nyca no me hizo volverme una mala chica, una mala estudiante, una completa irresponsable. Ella no era así, por mucho que su imagen fuera diferente a la de una chica perfectamente correcta, simplemente era auténtica. Me enseñó a no conformarme, a saber quién era en realidad.
Pasamos todo aquel año juntas, y en ese tiempo llegué a sentirla como la hermana que nunca había tenido. Sin embargo, las dos sabíamos que ella no iba a quedarse para siempre. Nos despedimos una semana después de que el curso terminara.
- Te voy a echar de menos – ella estaba sentada frente a mí, con la espalda apoyada en una de las columnas de mi azotea. La luz del atardecer modificaba el color de su piel.
- Y yo a ti. Pero volveremos a vernos, ¿verdad?
- Claro – sonrió alegre, mostrando los dientes entre los labios rojos –. Será como una relación a distancia, siempre habrá un buen momento para visitarnos – se puso seria de pronto, titubeante, con las manos aferradas a la botella de Coca – cola – ¿Tú estarás bien?
A pesar de la preocupación con la que planteó la pregunta, me reí.
- Por supuesto que estaré bien. Ya no puedo volver a estar mal, gracias a ti – me detuve, pensando por un momento si decir lo que tenía en mente –.Te quiero.
Ella se rio, de repente con lágrimas en los ojos. Había conseguido emocionarla.
- Yo también te quiero a ti.
Se marchó aquella madrugada, de manera que no pude acompañarla, pero aun así siento que puedo verla perfectamente: con el sonido de sus pasos caminando por el andén, regalando una mirada amable a cualquiera que se le cruzara, seguramente alegrando el día a algún destinatario de su sonrisa. Nyca nunca pasa desapercibida.
Se equivocó en algo: hace años que no la veo, aunque seguimos en contacto. Ella no se quedó más tiempo del necesario en casa, y en cuanto terminó la carrera decidió irse a trabajar un año a Australia, el lugar más lejano que pudo encontrar. Yo no me he llegado a marchar tanto tiempo, supongo que hay algo en mí que se mantiene enraizado allí donde nací – cosa que aprendí que tampoco es mala – pero vivo determinada a guiar mi propia vida, sin dejar que sea su inercia la que me arrastre a mí.
Soy incapaz de imaginar cómo sería ahora si nunca la hubiera llegado a ver, si hubiera rechazado la oferta de salir con ella aquella tarde. Seguramente seguiría igual que me encontró, viviendo como si lo que hiciera no importara, como si no fuera nadie.
Jamás agradeceré lo suficiente haberla conocido.

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