Apoyada contra la pared, Amapola contemplaba con frialdad el cadáver de quien había sido su anfitrión aquellos últimos días. Su mirada viajaba desde los ojos azules que la miraban vacíos hasta los dedos anillados de su mano izquierda, que parecía querer estirarse desesperada hacia el último peldaño de las escaleras como si en él pudiera encontrar una salvación a su condena. La mujer no había dicho nada desde que los seis se hubieran reunido allí, agrupados en torno al muerto.
Mora fue el encargado de romper el silencio:
- Deberíamos hacer algo. No podemos pasarnos la noche aquí, como si le estuviéramos velando. Tenemos que tomar una decisión.
- Enterrémosle en los jardines – Celeste tomó asiento en una de las voluminosas butacas del recibidor –. Son grandes, nadie le encontrará, y nosotros podremos olvidar su rostro por fin.
- No seas tonta, mamá.
- Con todos mis respetos, señora, me temo que esa no es una opción viable – el Coronel dio un paso al frente, alzando la voz –. Tarde o temprano el cadáver se hará notar y alguien lo descubrirá. Y entonces las autoridades quizá sospechen de nosotros, ¿cómo pretenden justificar el haberle ocultado bajo tierra?
- ¿Y qué propone; Rubio?
- Reaccionar como cualquier persona lo haría en una situación así – el hombre se acuclilló junto al cuerpo, cuidando de no entrar en contacto con él –: nosotros hemos llegado al vestíbulo, encontrándonos de pronto con el cadáver del pobre señor Black. Asustados y preocupados, no hemos dudado ni un instante en llamar a emergencias en busca de ayuda.
No hubo reacción ante la sugerencia de manera inmediata, como si nadie la hubiera escuchado. Durante casi un minuto, el único sonido que se manifestó en la sala fue el de las agujas del reloj al marcar los eternos segundos. Finalmente, el Padre Prado movió los brazos para sostener su teléfono.
- Espere – Blanco se aproximó al reverendo con una advertencia en su mirada –. Si atraemos a las autoridades aquí, es seguro que nos investigarán.
- No les diremos nada, no averiguarán nada – el Coronel miró detenidamente a cada uno de los presentes –. Desde este momento, quiero que todos nosotros nos comprometamos a guardar silencio sobre lo que ha sucedido en este lugar. Cierto es que aquí nadie carecía de motivos para terminar con la vida de nuestro querido anfitrión pero, si ninguno confiesa ante los investigadores, ellos no podrán probar nada. Si nos unimos, todos saldremos ganando, ¿están de acuerdo?
Un solemne asentimiento escapó de los labios de cada uno de los componentes del grupo, ni siquiera parecieron dudar.
- Perfecto. Reverendo, cuando usted decida.
El silencio volvió a hacerse mientras Prado marcaba por fin el teléfono de emergencias. Las miradas se cruzaban cómplices mientras él, fingiendo de la mejor manera un dolor inexistente, anunciaba por primera vez la muerte en Villa Tudor
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