Y sólo queda darte las gracias.
Gracias por todo lo que hiciste por mí, por lo que
hicisteis; por no abandonarme jamás mientras iba dando tumbos a la deriva, sin
más guía que vuestros brazos, esos que nunca dejaron que me alejara demasiado
de la orilla.
No los merecía, lo sé, pero aún estaban allí cuando fui
consciente de dónde me había metido. Hasta entonces sólo los rechacé, con
palabras duras y discusiones que no venían a cuento, con llamadas sin respuesta
y sonrisas de desdén. Cualquiera me habría abandonado, dado el panorama – de
hecho, todos lo hicieron – pero vosotros no, y todavía no consigo comprender el
por qué.
Supongo que soy lo suficientemente importante para vosotros,
lo bastante valioso como para no desprenderos de mí ante la primera dificultad
– o la segunda, o la tercera, o la sexta –. Resulta extraño, en realidad, y a
la vez siento que este pensamiento me supera: ¿cómo puedo ser más importante
para otros que para mí mismo? Maldita sea, ¡yo me habría ido hacía ya meses!
Ahora mismo, pienso que todo aquello era cierto: no soy
particularmente guapo, y estas piernas esqueléticas no me abandonarán jamás; no
soy el tipo más listo de la tierra, jamás conseguiré terminar un cubo de Rubik,
ni hacer un regate medio decente; no creo que llegue a escribir un libro, ni un
guion, ni nada que se le parezca; no me tiraré a Meghan Fox y, muy
probablemente, mis ahorros no sobrepasarán nunca los 3000.
Pero soy un gran afortunado, lo sé. Porque soy un ser
tremendamente querido, hasta tal punto que esa gente que me quiere haría
grandes sacrificios por mí. Ese amor me abruma, me supera, creo que ni siquiera
soy capaz de comprenderlo por completo. Estoy seguro de que no todos tienen lo
mismo, pero yo sí.
Y por eso tengo que daros las gracias, a los dos. Por
hacerme un hombre tremendamente afortunado; por protegerme las espaldas desde
tiempos inmemoriales en los que jugábamos con pistolas de agua y espadas de
madera; por ser mi apoyo ante todo y cuidarme pase lo que pase; por hacerme
hablar como si os estuviera pidiendo matrimonio, cabrones.
Yo también os quiero, más que a nadie, en serio. Esto es
correspondido.
Ahora sé lo que es tener hermanos, pero tenerlos de verdad:
ahora sé lo que es estar unido a alguien por encima de todo, esa sensación de
camaradería que siempre deseé experimentar. Es triste que haya tenido que
descubrirlo tras lo que hice, tras mi adicción, pero al menos lo he hecho,
aunque sea un consuelo muy pobre.
Ahora sé que es posible el perdón, ese que jamás creí poder
conseguir. Y de nuevo, aquí, toca otro agradecimiento, por aceptar mis pobres
consuelos y mis disculpas de una manera tan sincera – todos sabemos que el
perdón falso no sirve de nada, no elimina el rencor –. Nadie ha podido dármelo,
menos vosotros, y eso es algo que aún no puedo creer, no entiendo cómo podéis
quererme tanto, no creía que algo así fuera posible.
Y, quizá esto lo más importante, ahora sé que no estoy solo.
Sé que jamás lo estaré, y prometo que vosotros nunca sufriréis la soledad en la
que yo temí haberme hundido. Os lo juro por lo que queráis: por el tiempo, por
el valor, por la amistad. Aquí frente al mar os lo prometo: nunca os dejaré
solos.
Gracias.
Es una preciosidad, Irene. Sé que siempre te lo digo, pero es que siempre es cierto. Y este me ha emocionado, de verdad. Porque todos queremos gente así, que nunca se dé por vencida con nosotros. Ojalá todos encontremos alguien así.
ResponderEliminar¡Un besazo!
Muchas gracias, jo :,) Me vas a hacer llorar :3
EliminarOjalá :)
Un beso!! ^^