A mamá le gustaba el fuego.
Le gustaba mucho, siempre estaba haciendo fuego: en la
cocina, en el salón, en el jardín… siempre había fuego en algún lado.
Mamá se fue hace un par de años, un coche la empujó y se la llevó,
pero yo sé que todavía le gusta.
Lo sé porque ella me lo dice.
A veces, cuando estoy solo, aparece y me habla. Me habla de
fuego, de lo mucho que lo echa de menos, y me pide que se lo muestre.
Por eso quemo cosas, para que mamá las vea arder y esté
contenta.
Al principio encendía la chimenea o hacía una hoguera y más
adelante empecé a quemar pequeñas cosas: una silla, una cajita, un libro o una
cesta… Mamá se conformaba con eso.
Pero a medida que pasaba el tiempo, empezó a no ser
suficiente. Si veía poco fuego, se ponía triste y se enfadaba conmigo. No me
gusta ver a mamá llorar y si se enfada, me da miedo.
Así que, poco a poco, fui quemando cosas más grandes. Lo
primero fue una cómoda, luego un armario… fui aumentando a partir de ahí. Al
verlo, mamá estaba contenta y reía sin parar.
Me gusta su risa, mucho.
La escucho ahora mismo, detrás de mí, mientras contemplamos
mi última obra: todo el jardín está ardiendo, las ramas crujen y se caen bajo
las llamas, las chispas saltan sin control, el calor empieza a ser asfixiante.
Mamá me abraza por la espalda, la he hecho feliz de nuevo.
Escucho sirenas a lo lejos, tenemos que irnos.
No entiendo este relato. No sé que querías contar. ¿Podrías comentármelo?
ResponderEliminarEs un chico loco. A su madre, a quien le gustaba el fuego, un día la atropellaron pero él la sigue viendo en su locura pidiéndole que le enseñe fuego.
EliminarDe este modo, él acaba convirtiéndose en un pirómano que quema cosas cada vez más grandes para que "mamá las vea y esté contenta".