martes, 23 de diciembre de 2014

Falsa sencillez.

Es tan sencillo, tan fácil... tan simple como apretar un botón.
Con el dedo en el gatillo, sólo hace falta un pequeño impulso para desencadenar un huracán. Para infundir el terror, para dar una señal, para destruir una existencia.
Cuantas consecuencias para un simple instante.
Siempre me fascinó eso, la sencillez del funcionamiento de las pistolas. De pequeño pensaba mucho en eso, en cómo con ella un leve movimiento podía desencadenar consecuencias tan grandes. Deseaba desde entonces tener una, para poder experimentar tan sólo una vez lo que me obsesionaba a casi todas horas. Pensé que sería fácil.
Pero no lo es.                                                                  
Llevo diez minutos sujetano la cola de Leia, mi perra, y la pobre está empezando a ponerse nerviosa. Aunque puede observar el cañón de la pistola apuntando a su rabo, es incapaz de saber lo que pretendo hacer, pero estoy seguro de que nota mi inseguridad, de que intuye que algo no marcha bien.
La seguridad que he experimentado al llegar a casa con el arma y llamarla con un silbido se ha esfumado por completo cuando la he apuntado. Por supuesto no quiero hacerle daño, no pretendo que muera, sólo quiero experimentar, pero ahora mismo mi mano tiembla con violencia, me siento incapaz de apretar el gatillo. ¿Qué pasará si le hago más daño de lo planeado?, ¿qué pasará si deja de quererme? Tengo mucho miedo, no esperaba que esto fuera tan difícil.
¡Maldita sea! ¡Siempre pensé que sería fácil, cuestión de un segundo! ¿Qué me está pasando? Debería de ser fácil, sólo es apretar el dedo, ¿por qué es tan difícil?
Noto cómo las lágrimas luchan por salir de mis ojos y, frustrado, no intento detenerlas. El sonido de mi sollozo preocupa todavía más a Leia, que se me acerca y empieza a lamerme la cara. Me adora, me está intentando consolar, ¿cómo puedo hacerle algo tan cruel?
Se acabó, me rindo, no puedo más. Bajo la mano y contemplo la pistola que sostiene con un rencor que acaba de florecer. No puedo creer que hasta hace un momento sintiera fascinación por este asqueroso objeto, no se merece ni el respeto, ni el de nadie. Soy incapaz de comprender cómo el hombre ha podido crear un invento tan atroz.
Siento que he desperdiciado mi vida deseando una cosa de estas. Como cuando una película en la que tenías puestas muchas expectativas resulta ser horrible, como cuando descubres que tu mejor amigo no es quien decía ser. Pero no voy a derrumbarme, voy a ser más fuerte que mi decepción, no pienso permitir que esta basura me atraiga nunca más.
Abro la papelera y tiro la pistola en ella, ni siquiera pienso reciclarla. En cuanto se cierra, le doy una patada y vuelvo al salón, donde Leia me mira feliz, esperando a que la mime.
Me tiro en el sofá y la llamo para que se recueste encima mía, como siempre hace. Su calor me consuela, alivia en parte mi pena, puedo estar tranquilo.

Cierro los ojos, me siento en paz.

7 comentarios:

  1. La verdad es que las pistolas no me hacen ningún tipo de gracia y las armas de mayor calibre, ya ni te cuento.
    Creo que has reflejado ese sentimiento muy bien, la verdad ^^
    Un beso :)

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    1. A mí tampoco, pero no sé por qué se me ocurrió la idea.
      Muchas gracias ^^
      Besos.

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  2. Hola:
    Acabo de descubrir tu blog y me impresiona su sencillez y al mismo tiempo, la originalidad. Si te apetece pasarte por traspasandolasnubes.blogspot.com me harías un gran favor, todavía estoy empezando en esto de escribir.
    Gracias!

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  3. Sencillamente espectacular el relato

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  4. Hola Irene.
    Por fin tengo tiempo para pasarme por aquí.
    Has dejado reflejado muy bien las sensaciones que podrian sentirse con una escopeta, en las manos.
    Aunque no sé si todo el mundo sentiría lo mismo. Lo que si se, es que eso es lo que debería sentir.
    Saludos.

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    1. Me alegro de que tengas tiempo :)
      Claramente no todo el mundo sentiría lo mismo, pero llevas razón, sería bonito que todos sintieran eso.
      Muchas gracias :)
      Saludos.

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