Durante unos momentos no logró ser consciente de nada más: ya no recordaba por qué estaba allí, ni a qué se debía su emoción de unas horas antes, llegó a preguntarse qué era el polvo blanco que cubría las túnicas de algunas personas a su alrededor.
Entonces, en su mente apareció Michaela.
Volvió a la realidad, casi pudo sentirlo, y se esforzó por divisar las ruinas del muro recién derrumbado, aquel que durante años había mantenido dividida en mitades su hermosa ciudad. Sin embargo, sólo pudo ver una gran nube de polvo blanco extendiéndose en su lugar, como un volátil intento de mantener la pasiva tortura que había hostigado a Harry y su pueblo durante tanto tiempo. Se les había prohibido ver a sus seres queridos del otro lado, fueron obligados a separarse de ellos sin ni siquiera decirles adiós.
A Harry le arrebataron la oportunidad de crecer junto a Michaela. La última vez que la vio apenas eran unos niños.
Se dio cuenta de que quizá ya no podría reconocerla, pero no le importó.
Echó a correr por la calle, avanzando a duras penas entre la multitud. De pronto desesperado, no se detuvo a explorar los rostros que le rodeaban, no se dignó a tratar de llamar a su amiga. Sólo era capaz de correr, luchando por alcanzar las ruinas del muro, como si ese fuera el lugar donde debía estar.
La polvareda le recibió a su llegada, obligándole a cerrar los ojos. Sin parar de toser, intentó avanzar a tientas, golpeando a quienes tenía cerca. Se sintió perdido, ya no podía ver, pero necesitaba encontrarla.
- ¡Michaela! – pudo notar la desesperación en su voz, el asomo de un sollozo.
Nadie respondió, pudo notar un silencio sordo a pesar de los constantes murmullos que le rodeaban.
- ¡Michaela!
- ¡Harry!
Sintió cómo se le detenía el corazón. Siguió su voz como guiado por un radar, esquivando los obstáculos junto a él. Cuando la vio, ni siquiera podía recordar haber llegado hasta allí.
Pero era ella.
Estudió su rostro antes de acercarse: conservaba el cabello largo rubio y los ojos azules de mirada dulce, a pesar del paso del tiempo. Pudo notar las manchas que el polvo había dejado en su piel y su ropa.
Estaba cerca del muro cuando fue derrumbado, había esperado allí por él.
Feliz como nunca, la abrazó riendo y ella respondió a su abrazo. Permanecieron así un tiempo, contentos de poder tocarse por fin. Cuando se separaron, vio que Michaela sostenía una gran flor roja.
- ¿Recuerdas cuando las veíamos crecer en mi jardín?
- Por supuesto.
Ella sonrió, él había echado mucho de menos esa sonrisa.
- Estoy muy feliz de verte, Harry,
- Yo también.
Qué bonito, Irene. Triste por el muro (y alegre porque se cayó, evidentemente xD) pero muy bonito :)
ResponderEliminar¡Un beso!
Se cayó, que es lo que cuenta jajaja.
EliminarMuchas gracias ^^
Un beso :3