viernes, 3 de junio de 2016

Mi tesoro.

La encontré cuando era muy pequeña, apenas una criatura que levantaba unos pocos centímetros del suelo.
Me pareció encantadora, un ser adorable y dulce perdido en la crueldad del mundo exterior. Creía que lo mejor era llevarla conmigo, cuidarla y protegerla de todo lo demás. Mantenerla siempre a salvo, a mi lado.
Le di todo lo que tenía: mi casa, mi cariño, mi dinero y todas las comodidades que pensé que necesitaría. Vivía en mi habitación, y a menudo la encontraba revoloteando por la casa riendo a carcajadas, queriendo jugar conmigo. La notaba feliz, a gusto y libre en las fronteras de mi hogar. Pero olvidé el mundo exterior, poco a poco aprendí a ignorar que era allí donde mi pequeña hada había nacido.
Pero ella no olvidaba, era incapaz de dejarlo marchar.
Creo que no pasó mucho tiempo antes de que su humor cambiara, pero no estoy seguro. Cada vez volaba menos y había dejado de jugar conmigo, hasta el punto en que ya no quería ni siquiera estar a mi lado. Descubrí que no le gustaba moverse si no era para acercarse a las ventanas, pero todo esto no era lo peor.
La pequeña hada se fue haciendo más y más diminuta; llegó a hacerse más pequeña que cuando era un bebé, se hizo apenas perceptible al mirar en la habitación. Cuando apenas alcanzaba el tamaño de un dedal, vi horrorizado cómo su pelo se volvía blanco y débil mientras su piel, que antes era suave y saludable como la de una niña, se tornaba áspera y de un cetrino color azul.
Una tarde, al volver del trabajo, la encontré sentada en la repisa de la ventana, contemplando llorosa el mundo que se extendía tras el cristal. Entonces comprendí lo que deseaba, lo que me había estado enseñando tanto tiempo y yo no había sabido ver.
- No eres feliz aquí, ¿verdad? Quieres irte.
Ella me miró, y no necesitó palabras para afirmar lo que, en el fondo, temía. No voy a mentir y decir que no me costó dejarla en libertad, que no me dolió guardar sus cosas mientras ella me seguía por el pasillo, que no vacilé al abrir la ventana, invitándola a marchar.
Tardó un poco en reaccionar, y se asomó cautelosa al balcón, olfateando el aire fresco y comprobando cómo la brisa acariciaba su piel. Me observó dudosa, sin saber por qué lo había hecho.
- Vete – dije, mientras una lágrima se deslizaba hasta mi leve sonrisa –. Vamos, vuela, es lo mejor para ti.
Entonces, ella me sonrió, por primera vez desde hacía mucho tiempo. Nunca había visto esa sonrisa, tan amplia y sincera, ni siquiera cuando la encontré o cuando la llevé a mi hogar. Sentí cómo iluminaba toda la sala, toda mi vida y, a pesar de la tristeza, en ese momento fui inmensamente feliz.
Supe que aquello era lo correcto, ella debía ser libre, alejada de cualquier pared. Siempre tenía que haber sido así, pero no lo pude ver.
La dejé irse, mientras ella recuperaba su tamaño y su aspecto normal. No volvió a aparecer pero, desde ese día, nunca me siento solo.

2 comentarios:

  1. Habría jurado que te había comentado en esta xD Supongo que stalkearte desde la distancia hace que piense que he comentado xD
    Este me gusta mucho, pero me da pena, por ambos, por creer que, sin dejarla salir (aunque no fuera con mala intención), la está protegiendo y no poder darse cuenta de que necesita estar fuera para ser feliz.
    Un beso :)

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    1. Jajaja. Oh, qué adorable :3
      Supongo que es una conducta normal en algunas personas (no sólo con "mascotas", cualquier sobreprotección exagerada en general). Me llamaba bastante la atención, aunque sí que es algo triste.
      Un beso, muchas gracias ^^

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