jueves, 18 de junio de 2015

Llévame contigo. Hades y Perséfone.

Con los ojos cerrados, puedo escuchar los sonidos del bosque resonar en mis oídos y sentir cómo los rayos del sol calientan cada centímetro de mi piel; la brisa se cuela entre mis labios entreabiertos, trayéndome desde lejos los olores dulces de la vegetación.
Este lugar es tan extraño... demasiado diferente al mío. No me siento cómodo aquí, entre tanta vida y luz, envuelto en colores que inspiran fertilidad y salud. Yo vivo en las tinieblas, entre las cenizas del fuego que destruye y arrasa y la lastimera tristeza de la muerte; entre monstruos y almas perdidas, dolor y sufrimiento. No estoy seguro aquí, a veces me descubro preguntándome por qué vendré tan a menudo.
- Hades... ¿te encuentras bien?
Abro los ojos, y sobre mí encuentro al motivo por el cual consiento acudir a este lugar cada vez con más frecuencia. Su pálido rostro me observa preocupado, enmarcado entre mechones cobrizos de cabello ondulado, sus ojos, de un verde claro, reflejan toda la luz que nos rodea.
- No es nada – levanto la cabeza de su regazo y me incorporo, de cara a ella – sólo... estaba pensando, nada más.
Enarca una ceja, sabe perfectamente que miento, siempre lo sabe. A estas alturas, ya debería haber aprendido que eso no sirve con ella, que me conoce tan bien que, si pregunta cómo estoy, es sólo para conseguir que diga con palabras lo que ya conoce. Pero, ¿cómo decirle que no me gusta estar aquí, que me siento desprotegido?; por algún motivo, sus sentimientos son los únicos que no quiero dañar.
- Está bien – me rindo, sin otro remedio que confesar la verdad – es este lugar, simplemente.
- Lo sé – su expresión severa deja paso a la tristeza, el pesar de sus ojos se extiende por todo su rostro, un suspiro lastimero escapa de sus labios antes de continuar hablando – lo siento muchísimo, sé que te molesta estar aquí, y que te gustaría que las cosas fueran de otro forma. A mí también, créeme, pero cada vez que trato de escapar mi madre se da cuenta al instante... Oh, cariño, no sabes cuánto lo siento... ojalá hubiera un modo de poder estar juntos, sin tener que venir aquí, ojalá...
- Perséfone, tranquila. Por muy mal que me sienta aquí, siempre acudiré para verte, sólo por eso cualquier pesar al que me someta merecerá la pena.
Lo he conseguido: esboza una dulce sonrisa y me abraza, aparentemente más tranquila. Mientras estrecho su cintura, noto cómo sus dedos juegan distraídos con mi pelo y cierro los ojos disfrutando de la sensación. De pronto, detiene mi mano, obligándome a salir del extraño oasis en el que me he sumergido.
- ¿Y si...?
- ¿Qué? – me separo de ella y la miro a la cara. Está pensando algo, pero no estoy seguro de la dirección que está tomando su mente.
- ¿Y si me fuera contigo?, ¿y si pudiéramos vivir juntos, en el inframundo?
- Creo que ya ha quedado claro que no puedes escapar de aquí...
- ¡Es que no tendría que escapar! – está ilusionada, confía en lo brillante de su idea, se levanta y me mira con la mayor sonrisa de la tarde, maravillada – podría irme contigo, delante de mi madre, delante de todos...
- Una idea fantástica. No me cabe duda de que nos despedirán con laureles y formarán un pasillo para que podamos marchar con todos los honores, será memorable.
- Calla, déjame continuar – no puedo evitar sonreír, me gusta que no sea débil, que se muestre descarada cuando cree que debe hacerlo – Claro que sé que no nos dejarían irnos así como así, no soy estúpida. Debería suceder en poco tiempo, para que no puedan reaccionar... tiene que ser rápido, como... como...
- Como un rapto.
Se hace el silencio entre nosotros. Parece que he dado con la clave, con la solución final, y durante un minuto nos miramos a los ojos, mientras Perséfone valora mi idea. Por su sonrisa de satisfacción, puedo ver que aprueba la idea.
- ¡Un rapto!, ¡sí, es perfecto! – se ríe, feliz – nadie sospecharía nada, no tendrían modo de impedirlo, sucedería en dos segundos. ¡Me encanta! Hades, ¡ráptame!
Por algún motivo, el alivio me inunda y me dejo llevar, riendo con ella. Pero entonces dudo, no quiero que se arrepienta, no quiero que termine odiándome, ella no.
- ¿Estás segura? Piensa en las consecuencias: si lo hacemos, quizá no puedas volver, con todo lo que ello implica.
- Lo sé – se arrodilla ante mí y sostiene mi rostro entre sus manos, con dulzura – sé lo que puede pasar, y estoy dispuesta a asumirlo. Quiero estar contigo, tras todo este tiempo... sé que lo único que deseo es vivir a tu lado, por siempre.
El tiempo parece haberse detenido. Con sus manos en mis pómulos, comienza a acariciarme sutilmente las mandíbulas mientras la luz del sol baila en sus ojos verdes, como queriendo reflejar el increíble misterio que vive dentro de ella, oculto a cualquiera que desee resolverlo. Es tan bella: su nívea palidez, su dulce rostro, adornado por mechones de cabello rojos como el fuego que me recuerdan mi hogar. Es perfecta, mi futura esposa, por primera vez me siento completamente seguro aquí.
Me inclino para besarla justo en el momento en que la llamada de Deméter, inquiriendo la presencia de su hija, nos interrumpe. Perséfone da un respingo, sobresaltada, pero, en vez de correr inmediatamente con su madre, se queda conmigo y me besa en los labios.
- Nos veremos pronto – con su frente sobre la mía, noto cómo suspira – y cuando eso suceda, Hades, llévame contigo.

4 comentarios:

  1. Me gusta mucho Irene ^^ La verdad es que la mitología me encanta y el giro que le has dado me gusta muchísimo :)
    ¡Un beso!

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  2. ¡Hola!
    Muy buen escrito. Me encanta la frase de "Por muy mal que me sienta aquí, siempre acudiré para verte, sólo por eso cualquier pesar al que me someta merecerá la pena."
    Un beeso ^^

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