Ya ha caído la noche en la pequeña aldea, pero la tormenta
no se ha ido a descansar. La lluvia lleva cayendo todo el día y no parará hasta
el amanecer, las nubes no dejan ver la luna llena que destaca una vez al mes.
Una forastera, que debe ser muy valiente, recorre despacio
las calles de piedra mientras la lluvia empapa su capa, que por suerte cubre su
cabeza. Nadie sabe quién es, nunca ha aparecido por allí.
Un grupo de niños y sus madres se cruzan en su camino. Las
madres están enfadadas y regañan a sus hijos: si permanece más tiempo bajo el
agua, enfermarán. Uno de los pequeños no hace caso a su madre, se ha quedado
fascinado contemplando el lento avance de la joven. Justo en el momento en que
la mujer le dirige una mirada molesta por distraer a su hijo, ella se la
devuelve. Aquella mujer nunca pudo explicar lo que sintió al contemplar los
ojos oscuros de la chica, qué era esa magia, ese misterio en su mirada, que la
hizo enmudecer.
Toda la esencia del relato se encuentra en el último párrafo.
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