Son las doce de la noche. En el firmamento oscuro no brilla
una sola estrella, ni siquiera la luna quiere aparecer, al igual que el año
pasado.
Hoy, es la Noche de la Caza.
Hace ochenta años, los Extraños llegaron a la Tierra con la
intención de invadirla. Eran muchísimos, según mis libros en todas las regiones
del planeta se podían ver sus naves cubriendo el cielo, y estaban muy bien
equipados con un armamento que nadie podría haber imaginado. Tanto ellos como
nosotros podíamos prever su victoria inminente.
Sin embargo, no fue así.
Ante tal amenaza, todos los países se pusieron de acuerdo:
se olvidaron las competencias económicas y las guerras; el pasado dejó de ser
algo sobre lo que discutir; se extinguieron los individualismos y el egoísmo;
todo ello era demasiado insulso comparado con lo que se nos venía encima.
Así pues, en apenas dos días la humanidad reunió unas
fuerzas que ni ella misma sabía que tenía: todas las naciones descubrieron armas
poderosísimas que habían estado ocultando; de golpe salieron a la luz máquinas
como los soldados-robot, las pistolas láser de largo alcance y los aviones
espaciales; nos enteramos de que Francia había logrado dotar de inteligencia artificial
a prácticamente cualquier objeto; de un día para otro, todo el mundo quería ser
soldado.
Sin dudar, hicimos buen uso de esta fuerza y logramos
contener a los Extraños, que ni siquiera pudieron atravesar la atmósfera.
Durante los siete años que duró la Gran Guerra las luces de colores podían
verse cada día surcando el cielo y los avisos de ataques eran constantes; no
había indicios de victoria para nosotros pero tampoco para ellos, habíamos
alcanzado una nueva estabilidad que, sin embargo, no duró mucho.
Un día cometimos un tremendo error o sufrimos una horrible
desgracia, según se mire. Pocos meses después del séptimo aniversario del
inicio de la guerra prácticamente la totalidad de nuestras armas dejaron de
funcionar a la vez, como si de una extraña conspiración de las máquinas se
tratara. Nadie sabe con certeza la causa: unos dicen que en la base principal
del Centro Armamentístico algunos metieron la pata hasta el fondo, otros que la
tecnología tiene unos límites que nosotros excedimos. Imagino que eso da igual,
la cuestión es que de pronto quedamos totalmente indefensos ante los Extraños,
que no desaprovecharon la oportunidad.
Pero en lugar de las bombas y las masacres que todos
esperábamos, ellos se limitaron a destruir el Centro Armamentístico con todas
nuestras armas y mandarnos un mensaje.
No iban a invadirnos, a pesar de que esa fuera su intención
al principio. Lo que inicialmente era puro interés, a lo largo de esos años se
había convertido en un odio que no podía resolverse con unas cuantas bombas,
sino que debía calmarse lentamente. Ya no querían someternos, ahora querían una
venganza que recordáramos siempre: cada año, en la noche más oscura,
regresarían para capturar a diez jóvenes humanos al azar de cualquier parte del
mundo y, cuando ya los tuvieran, iluminarían el cielo con una brillante luz
para que todos supiéramos que no se habían olvidado, que aún seguíamos pagando.
Con el tiempo descubrimos que no podíamos defendernos. Los
Extraños habían reducido nuestros equipos a cenizas y sería muy difícil, si no
imposible, volver a fabricar nuestras fantásticas armas. Además, pronto nos
dimos cuenta de que, aunque escondieran a todos los jóvenes del mundo (lo
intentaron hace unos años, cuando yo era un chiquillo de trece), siempre nos
encontraban (todos vimos a través de la televisión como los succionadores
atravesaban las cavernas y se llevaban a diez aterrorizadas víctimas). Hasta la
fecha, no podemos luchar.
Es la una de la madrugada. El cielo sigue tan oscuro como
antes y, nervioso, cruzo los dedos esperando a la luz que señala que los
Extraños se han marchado y yo estoy salvado una vez más. Sé que es egoísta,
pero no puedo evitarlo.
Aparece diez minutos después. Es enorme, muy brillante,
parece una estrella que marca durante unos largos segundos el firmamento para
luego desaparecer.
Suspiro más tranquilo y me vuelvo hacia mi casa, donde mis
padres esperan ansiosos y agotados.