miércoles, 4 de junio de 2014

Su rincón.

La brisa mece su pelo y refresca su rostro, lo cual es un alivio ante la asfixiante humedad que provoca la marea.
A su alrededor no hay nadie, ni ninguna huella salvo las suyas. Nadie conoce ese lugar, esa pequeña playa oculta entre rocas, solo ellos dos.
Es su rincón, su pequeño remanso de paz donde pueden estar juntos y dar rienda suelta a su amor sin que nadie les interrumpa ni les estorbe. Fuera de allí les es muy difícil ser ellos mismos, sin miedo, pues las malas miradas de los habitantes del pequeño pueblo se clavan como puñales.
Alejados de su pequeña costa, no son más que una extraña pareja: él es un chaval cuya familia llega a final de mes en números rojos y cuya ropa tiene ya bastantes años, heredada de su hermano o incluso de su padre; por su parte, ella es la hija del alcalde, se nota que vive bien y todo el mundo espera que haga grandes cosas. Nadie los quiere juntos.
Sin embargo, su lugar es perfecto, todo les acepta y está en armonía con ellos, nunca hace frío ni demasiado viento, siempre se está bien allí y no tienen que marcharse. Nada les juzga. El mar, la arena, las criaturas que viven allí siempre han sido unos testigos fieles y discretos de todo lo que ha sucedido entre las piedras: desde el primer encuentro hasta sus momentos de pasión, pasando por el primer beso y el primer San Valentín, los sueños de futuro y los detalles sacados de la nada. Ya llevan casi cuatro años así y, a pesar de todo, son felices.
Atardece, el sol se está escondiendo y se va a perder este encuentro. No pasa nada, la luna se lo contará, son buenos amigos.
Roberto cierra los ojos y se deja llevar por el ruido de las olas, que le mece sumiéndole poco a poco en un ligero sueño. Justo antes de quedarse profundamente dormido, unas pisadas presionan la arena y se acercan hacia él. Como por intuición, él abre los ojos antes de que tenga que decirle nada.
-          Hola, preciosa.
-          ¿Cómo estás?
No responde, pero su sonrisa lo dice todo. Antes de que Beatriz pueda reaccionar le da un beso, largo y sincero, en el que se libera de todo el desaliento que ha sentido mientras estaban separados. Ella sabe que nunca se cansará de esos besos, ni mucho menos de él.

El sol aún no se ha marchado, todavía puede ser testigo. Cómplice, sonríe a la costa, que acoge feliz a su joven pareja una vez más.

2 comentarios:

  1. Precioso relato. El amor no entiende de clases. Allí, en su rincón, la diferencia social nunca ha existido, ¿por qué sí en los demás lugares?

    Hay un par de frases, que me han dejado extasiado:

    "Atardece, el sol se está escondiendo y se va a perder este encuentro. No pasa nada, la luna se lo contará, son buenos amigos."

    Exquisitas...

    ResponderEliminar
    Respuestas
    1. Me encantó escribir este relato, tengo incluso ganas de continuarlo pero, como siempre me pasa, no sé cómo hacerlo.
      Muchísimas gracias :D
      Un saludo.

      Eliminar