La brisa mece su pelo y refresca su rostro, lo cual es un
alivio ante la asfixiante humedad que provoca la marea.
A su alrededor no hay nadie, ni ninguna huella salvo las
suyas. Nadie conoce ese lugar, esa pequeña playa oculta entre rocas, solo ellos
dos.
Es su rincón, su pequeño remanso de paz donde pueden estar
juntos y dar rienda suelta a su amor sin que nadie les interrumpa ni les
estorbe. Fuera de allí les es muy difícil ser ellos mismos, sin miedo, pues las
malas miradas de los habitantes del pequeño pueblo se clavan como puñales.
Alejados de su pequeña costa, no son más que una extraña
pareja: él es un chaval cuya familia llega a final de mes en números rojos y
cuya ropa tiene ya bastantes años, heredada de su hermano o incluso de su
padre; por su parte, ella es la hija del alcalde, se nota que vive bien y todo
el mundo espera que haga grandes cosas. Nadie los quiere juntos.
Sin embargo, su lugar es perfecto, todo les acepta y está en
armonía con ellos, nunca hace frío ni demasiado viento, siempre se está bien
allí y no tienen que marcharse. Nada les juzga. El mar, la arena, las criaturas
que viven allí siempre han sido unos testigos fieles y discretos de todo lo que
ha sucedido entre las piedras: desde el primer encuentro hasta sus momentos de
pasión, pasando por el primer beso y el primer San Valentín, los sueños de
futuro y los detalles sacados de la nada. Ya llevan casi cuatro años así y, a
pesar de todo, son felices.
Atardece, el sol se está escondiendo y se va a perder este
encuentro. No pasa nada, la luna se lo contará, son buenos amigos.
Roberto cierra los ojos y se deja llevar por el ruido de las
olas, que le mece sumiéndole poco a poco en un ligero sueño. Justo antes de
quedarse profundamente dormido, unas pisadas presionan la arena y se acercan
hacia él. Como por intuición, él abre los ojos antes de que tenga que decirle
nada.
-
Hola, preciosa.
-
¿Cómo estás?
No responde, pero su sonrisa lo dice todo. Antes de que
Beatriz pueda reaccionar le da un beso, largo y sincero, en el que se libera de
todo el desaliento que ha sentido mientras estaban separados. Ella sabe que
nunca se cansará de esos besos, ni mucho menos de él.
El sol aún no se ha marchado, todavía puede ser testigo.
Cómplice, sonríe a la costa, que acoge feliz a su joven pareja una vez más.
Precioso relato. El amor no entiende de clases. Allí, en su rincón, la diferencia social nunca ha existido, ¿por qué sí en los demás lugares?
ResponderEliminarHay un par de frases, que me han dejado extasiado:
"Atardece, el sol se está escondiendo y se va a perder este encuentro. No pasa nada, la luna se lo contará, son buenos amigos."
Exquisitas...
Me encantó escribir este relato, tengo incluso ganas de continuarlo pero, como siempre me pasa, no sé cómo hacerlo.
EliminarMuchísimas gracias :D
Un saludo.