domingo, 22 de junio de 2014

Trotamundos.

Sus pasos avanzan rápidos por el camino cubierto de arena, levantándola tras ella. Tiene prisa, la cocina del próximo hostal cierra en media hora y duda muchísimo que pueda llegar en ese plazo.
No debió quedarse a charlar con aquel lugareño, pero no podía apartarse de él. Por un lado su parte racional no quitaba ojo al reloj y al sol que descendía cada vez más, pero esa parte no era suficiente para controlar todo su cuerpo, encandilado por los mágicos relatos locales que aquel hombre le contaba.
Eso es lo que más le gusta de viajar: conocer toda la cultura, todas las historias de todos los lugares del mundo. De pequeña le encantaban los cuentos que su familia le enseñaba y muy pronto decidió que quería saber todos lo que existieran. Al final, lo que todos creían que era un capricho infantil se convirtió en su más codiciado deseo.
Con veinte años, dando una sorpresa, cogió una pequeña maleta y se marchó sin previo aviso de viaje a Francia, donde estuvo dos semanas empapándose de todas las historias que pudo. Cuando volvió, ya no quiso parar: a esa escapada le siguieron lugares como Londres, Irlanda o Venecia, seguidos de otros muchos.
Desde entonces, han pasado cuatro años, y ya es toda una viajera. Media Europa y algunos lugares de Asia han contado con su presencia y el resto del mundo, impaciente, no tendrá que esperar mucho para verla. Sin embargo cualquier alma, por muy inquieta que sea, siempre echa de menos sus raíces y esta vez son los modestos pueblecitos de la ruta Jacobea los encargados de acoger a la joven trotamundos.
Realmente se arrepiente de no haberla recorrido antes, de haberla subestimado. Todo tiene algo especial: desde las leyendas hasta sus gentes, pasando por sus paisajes y su gastronomía. Nada de lo que allí se encuentra es como lo que ha visto fuera. Nunca se ha sentido tan acogida, ni ha disfrutado tanto de un paisaje. Definitivamente, jamás ha sido tan feliz viajando.
La noche oscura anuncia una velada sin cena. Desolada, mira su reloj y comprueba que la cocina debe haber cerrado hace veinte minutos, pero no se rinde y recorre los últimos metros hasta la entrada del hostal con la esperanza brillando en sus ojos.
-          La cocina ha cerrado.
Una voz masculina, que interpreta un balbuceante castellano marcado por un fuerte acento alemán, llama su atención. Procede de un muchacho alto y rubio que come sentado en el escalón de la entrada.
-          ¿De verdad?
-          Sí, pero me han dado comida – señala una pequeña pila de bocadillos a sus pies - ¿quieres?
Sonríe encantada, aceptando la invitación. Coge uno al azar mientras el aroma a jamón se le asemeja al del mejor de los guisos.
-          Gracias. Soy Lorena.
-          Mi nombre es Markus.
-          Encantada.
No sabe qué más decir, así que opta por mirar el suelo mientras busca incómoda un tema del que poder hablar con ese nuevo desconocido. Por suerte, él es más rápido.
-          ¿Por qué has… retrasado?
-          ¿Por qué he llegado tarde? – ante su asentimiento se le escapa una risa, los fallos lingüísticos de los extranjeros le parecen entrañables – bueno…

Sonriente, se dispone a hablarle de esa tarde. Bajo las estrellas, esta vez es ella la que cuenta la historia.

1 comentario:

  1. Todos tenemos un viajero nostálgico dentro. De esos de a pie, y si es acompañado de un buen perro como amigo, mucho mejor.

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