Sus pasos avanzan rápidos por el camino cubierto de arena,
levantándola tras ella. Tiene prisa, la cocina del próximo hostal cierra en
media hora y duda muchísimo que pueda llegar en ese plazo.
No debió quedarse a charlar con aquel lugareño, pero no
podía apartarse de él. Por un lado su parte racional no quitaba ojo al reloj y
al sol que descendía cada vez más, pero esa parte no era suficiente para
controlar todo su cuerpo, encandilado por los mágicos relatos locales que aquel
hombre le contaba.
Eso es lo que más le gusta de viajar: conocer toda la
cultura, todas las historias de todos los lugares del mundo. De pequeña le
encantaban los cuentos que su familia le enseñaba y muy pronto decidió que
quería saber todos lo que existieran. Al final, lo que todos creían que era un
capricho infantil se convirtió en su más codiciado deseo.
Con veinte años, dando una sorpresa, cogió una pequeña
maleta y se marchó sin previo aviso de viaje a Francia, donde estuvo dos
semanas empapándose de todas las historias que pudo. Cuando volvió, ya no quiso
parar: a esa escapada le siguieron lugares como Londres, Irlanda o Venecia,
seguidos de otros muchos.
Desde entonces, han pasado cuatro años, y ya es toda una
viajera. Media Europa y algunos lugares de Asia han contado con su presencia y
el resto del mundo, impaciente, no tendrá que esperar mucho para verla. Sin
embargo cualquier alma, por muy inquieta que sea, siempre echa de menos sus
raíces y esta vez son los modestos pueblecitos de la ruta Jacobea los
encargados de acoger a la joven trotamundos.
Realmente se arrepiente de no haberla recorrido antes, de
haberla subestimado. Todo tiene algo especial: desde las leyendas hasta sus
gentes, pasando por sus paisajes y su gastronomía. Nada de lo que allí se
encuentra es como lo que ha visto fuera. Nunca se ha sentido tan acogida, ni ha
disfrutado tanto de un paisaje. Definitivamente, jamás ha sido tan feliz
viajando.
La noche oscura anuncia una velada sin cena. Desolada, mira
su reloj y comprueba que la cocina debe haber cerrado hace veinte minutos, pero
no se rinde y recorre los últimos metros hasta la entrada del hostal con la
esperanza brillando en sus ojos.
-
La cocina ha cerrado.
Una voz masculina, que interpreta un balbuceante castellano
marcado por un fuerte acento alemán, llama su atención. Procede de un muchacho
alto y rubio que come sentado en el escalón de la entrada.
-
¿De verdad?
-
Sí, pero me han dado comida – señala una pequeña
pila de bocadillos a sus pies - ¿quieres?
Sonríe encantada, aceptando la invitación. Coge uno al azar
mientras el aroma a jamón se le asemeja al del mejor de los guisos.
-
Gracias. Soy Lorena.
-
Mi nombre es Markus.
-
Encantada.
No sabe qué más decir, así que opta por mirar el suelo
mientras busca incómoda un tema del que poder hablar con ese nuevo desconocido.
Por suerte, él es más rápido.
-
¿Por qué has… retrasado?
-
¿Por qué he llegado tarde? – ante su
asentimiento se le escapa una risa, los fallos lingüísticos de los extranjeros
le parecen entrañables – bueno…
Sonriente, se dispone a hablarle de esa tarde.
Bajo las estrellas, esta vez es ella la que cuenta la historia.
Todos tenemos un viajero nostálgico dentro. De esos de a pie, y si es acompañado de un buen perro como amigo, mucho mejor.
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