sábado, 20 de septiembre de 2014

Primera cita.

Ya lleva quince minutos esperando, la gente le mira al pasar, seguramente preguntándose qué hará un adolescente encamisado apoyado a solas contra la barandilla del embarcadero.
Él también se lo pregunta, exactamente cada tres minutos, justo el tiempo que tarda en volver a mirar el reloj y darse cuenta de que no es Claudia la que llega tarde, sino que es él el que ha aparecido demasiado pronto.
Aún no entiende cómo ha conseguido esa cita con ella, ni siquiera recuerda dónde encontró el valor necesario para pedírsela. Sólo sabe que fue hace una semana, cuando sus amigos, hartos de escuchar hablar de ella a todas horas y no ver ninguna acción, le empujaron a sus brazos aprovechando que caminaba sola por el pasillo. Entonces las palabras surgieron de golpe, sin planearlas si quiera, y la sorpresa hizo que al principio Claudia no supiera ni qué responder.
Fueron los segundos más largos de la historia.
Al final, con una deslumbrante sonrisa, le dijo que sí, que encantada, que le dijera dónde y cuándo y estaría allí. Ella, con su color en las mejillas, con sus ojos color chocolate, con ese lunar tan gracioso en la nariz, con aquellos labios tan suaves… ella le dijo que sí. ¿Cómo lo ha logrado?, ¿cómo es posible que se haya fijado en él?, joder… aún no se lo cree, y eso que hoy es el día.
Ya van veinte minutos, en diez será la hora acordada. Ha venido demasiado pronto, sobre todo teniendo en cuenta lo impuntual que suele ser, pero los nervios han podido con él y no ha podido evitar salir volando de casa. El estómago se le cierra completamente, ahora mismo no podría comer nada y, de hecho, siente que va a vomitar. Jamás ha estado tan nervioso, es una sensación horrible, no sabe si moverse o quedarse quieto, sólo quiere que Claudia llegue y pase lo que tenga que pasar.
A los cinco minutos, su deseo se hace realidad, aunque su estómago no afloja el nudo. Está preciosa, con un sencillo vestido blanco de tirantes y sandalias en los pies; se ha dejado el pelo suelto, iluminado con cientos de reflejos arrancados por el sol de la tarde; mientras se acerca, le mira tímida, con una sonrisa en el rostro y la cabeza un poco baja. Al llegar a su altura le abraza y le da dos besos… madre, qué bien huele.
-          Hola, lo siento, ¿has esperado mucho?
-          No, no te preocupes – de pronto, su mente se queda en blanco, está demasiado ocupado mirándola como para pensar en qué decir, y los atronadores latidos de su corazón tampoco ayudan – esto…, yo…
-          ¿Quieres… quieres dar una vuelta? – ella también parece cortada, pero por lo menos le salen las palabras.
-          ¡Sí!, sí claro.
-          ¡Bien! ¿vamos?
Comienza a caminar a su lado, notando cómo la tensión le abandona poco a poco. Al final del embarcadero, una gaviota trata de cazar en la orilla, aunque no lo consigue, y los dos ríen. Ella le mira, con dulzura, como nunca pensó que le miraría, y todos los nervios que quedaban en su cuerpo se evaporan. Entonces vuelve a encontrar el valor: ese que le empujó a hablarla, a pedirle una cita, el mismo que ahora le impulsa a cogerle de la mano.
Ella se la aprieta, seguro que eso es buena señal.


5 comentarios:

  1. Hola! Te nomine a unos premios en mi blog. http://unmillonde-emociones.blogspot.com.ar/2014/09/premios-dardos.html saludos :)

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  2. Hola. Maravilloso relato. Muy bonito. Tiene esa inocencia de la juventud que lo hace especial. Además es un relato que gustará a todos, porque habemos pasado por esa misma situación en la primera cita con alguien del que estás enamorado de verdad.
    Un abrazo, con todo el cariño, mi niña.

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    1. ¡Hola! Mil gracias :)
      Espero que guste en cualquier caso, por que aquí habrá gente que aún no habrá pasado por esta situación.
      Un abrazo :D

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  3. Que mono este relato:) Es super cuqui jajaja, muchos besitos mi ahijada<3 nos leemos, aunque ya sabes que eso siempre^^

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    1. Mil gracias, esa era mi intención ^^
      Muchos besos :D Always :P

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