martes, 30 de junio de 2015

Tal como soy.

Unas nubes grises cubrían el cielo, tiñendo de un triste tono apagado cada espacio en la tierra y envolviendo la atmósfera con el olor que presagia la tormenta. Los árboles del pequeño bosquecito situado al sur se agitaban con la brisa fría de la mañana, un deje del invierno volvía soñador y melancólico antes de dejar paso definitivamente a la primavera.
Lianne caminaba sin prisa, bajando por la ladera que separaba el palacio del río que cruzaba los jardines. Dejó que su cabello, de un descolorido dorado, bailase al viento y cerró por un momento los ojos, para sentir cómo el frío azotaba cada rincón de piel que su largo vestido rosado no llegaba a cubrir. Le habría gustado poder salir descalza, pero su madre no se lo había permitido.
Le gustaba aquel ambiente, ese tiempo invernal que inspira a los artistas a crear sus obras más profundas. Le gustaba cruzar los brazos y sentir cómo las mangas que envolvían sus brazos le proporcionaban calor, experimentando ese extraño placer que implica disfrutar del frío penetrante mientras al mismo tiempo intentamos protegernos de él. Le gustaba el agua, ver circular el río del jardín durante horas, sintiéndose en paz, deseando ser cualquiera de esas gotas que viaja tranquila y despreocupada hasta el mar que es su destino. Realmente le habría gustado ser agua: clara, hermosa y necesitada.
Por fin alcanzó la orilla, y se acurrucó sobre el césped, encogida sobre sí misma. Sí, de verdad le gustaría ser hermosa. No se consideraba bella, nunca lo había hecho: comparada con sus amigas, de ojos intensos y cabellos brillantes bajo la luz del sol, siempre se había visto empequeñecida, atormentada por su melena pálida y sus ojos que, aunque de un agradable azul, parecían opacos y herméticos al igual que el cielo encapotado, como tratando de esconder un alma que se escapaba por las miradas de las demás jóvenes.
Sin embargo, sabía que no estaba sola. Obviamente tenia amigas, y su familia y sus sirvientes estaban siempre a su lado; incluso, con sus quince años, ya había conocido a algún que otro pretendiente. Pero Lianne no podía olvidar quién era: la hija de un influyente duque, toda una figura de la nobleza.
Y como tal, tenía mucho que podía ser utilizado: las demás jóvenes tenían la oportunidad de mejorar su estatus gracias a su relación, y casarse con ella significaba una ventajosa alianza. No sería la primera vez que descubría que una amiga en realidad nunca la había querido, y que aparentaba ser un gran apoyo mientras hablaba mal de ella cuando no podía escuchar. Tampoco le resultaba extraña la sensación de ver cómo una dama de compañía en principio amigable se quejaba con su tía de su carácter tímido y sus pocas palabras. Lianne ya sabía lo que era ser traicionada, y en el fondo de su ser temía que cualquiera pudiera hacerlo.
Si sólo supiera que era querida por ser simplemente ella... con sus defectos y sus fallos, con todas aquellas cosas que la hacían diferente y especial a la vez. Ojalá supiera que alguien a su alrededor la apreciaba así, quizá se sentiría más segura, quizá no viviría permanentemente en la duda de preguntarse quién será el próximo en traicionar, quizá pudiera brillar.
Un leve chapoteo interrumpió sus pensamientos, sobresaltándola. Alarmada, alzó la mirada para contemplar cómo un pequeño cisne recorría las aguas grises del río, sin molestarse en mirarla. Sonrío al verle: aquellos animales siempre le habían recordado a su cuento favorito, El Patito Feo – de hecho, por ello su padre había encargado poblar sus aguas con dichos especímenes años atrás – haciéndole soñar sobre futuros acogedores y aquellos finales felices que tanto adoraba.
Siempre había pensado que su amor por aquel sencillo relato se debía a eso, al merecido final feliz del pobre cisne, pero con el paso de los años descubrió que aquello no era cierto: si había un motivo por el que el cuento se había alojado en su corazón, una única razón, esa era por la vida del cisne, por cómo había pasado de ser un animal triste y marginado por quienes no lo entendían a ser alguien querido, cuando encontró a aquellos que le valoraban.
Y eso mismo le ocurriría a ella, entendió de pronto. ¿Qué más daba si, por ahora, nadie la apreciaba tal y como era?, llegaría el momento, se prometió, en el que sería querida por ser ella misma, y no por representar un beneficio o por pura obligación. Llegaría un momento, si no lo había alcanzado ya, en el que pasaría de ser un patito feo a un bello cisne.
Las nubes parecían haber liberado en cierta medida el cielo, el frío se echaba para atrás, tímido ante el sol. Lianne recogió un mechón de su cabello tras la oreja y, sonriendo, subió por la ladera hacia el palacio.
Mientras tanto, el cisne continuó su camino. Sin inmutarse, tan majestuoso como siempre había sido.




8 comentarios:

  1. ¡Hola Ir! Me ha encantado, como todos, ya sabes. Hace mucho que no me pasaba para recordarte lo buena escritora que eres, pero no te preocupes que ya estoy aquí. Como ya sabes de sobra, tus escritos me llegan al corazón, y este no es diferente. Un beso <3

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  2. ¡Hola, guapa! Como de costumbre, me encanta tu relato, es muy bonito, aunque un poco triste por sus reflexiones.
    ¡Un beso!

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    1. ¡Hola! ^^
      La verdad es que al final me quedó más triste de lo que había pensado, pero bueno, los relatos a veces se desvían jajaja.
      Muchas gracias, un beso ^^

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  3. Hola guapa! Cuanto sin leer algo tuyo ^^ me encantó <3

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  4. Precioso *.* Felicidades!
    Besos.

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