Estudió durante un momento el líquido, extrañada, y dirigió una mirada interrogante a los presentes en la sala. Todos ellos la contemplaban fascinados, con ternura y admiración inundando sus ojos bajo las capuchas rojas.
-¿Qué es esto?
- Es la sangre de tus enemigos, princesa. Los capturamos a todos, y terminamos con ellos. Ahora el líquido que les dio vida yace en esa vasija, como nuestra ofrenda hacia ti y nuestra promesa de que haremos lo imposible para mantener tu reinado eternamente longevo y próspero.
La pequeña guardó silencio durante unos segundos, todavía sin entender, y quiso buscar una explicación en su dama de cría, que se mantenía a su espalda. La mujer acarició con dulzura el cabello negro de Lydia: había estado con ella desde que nació, cinco lejanos años atrás. La consideraba ya su hija. Lydia hizo un mohín y se cruzó de brazos.
- No me gusta.
El ambiente se tensó en la habitación. Los soldados se miraron unos a otros, estupefactos y dolidos, mientras la cuidadora de la niña empalidecía como el papel.
- Pequeña, es un presente para ti. Estos hombres han luchado mucho para poder dártelo, han muerto valientes personas.
- ¿Los que perdieron la sangre?
- Majestad, esos seres no merecían ser considerados humanos, y mucho menos valerosos – uno de los caballeros se dirigió hacia ella dando un paso al frente e inmediatamente inclinó la cabeza en señal de respeto, aunque el tono de su voz no mostraba la misma intención -. Quienes han muerto fueron compañeros nuestros, hombres fieles a ti, que creían en la causa de liberar al mundo de aquellos que quisieron que tu vil tío accediera al trono en tu lugar. Sin embargo, ninguno pereció en vano, y ahora esos malhechores han fallecido, y la sangre de algunos de ellos es aquí nuestro regalo.
A su corta edad, Lydia todavía pudo ver la velada furia que fluía de la mirada de quien había hablado, y aquella amenaza la intimidó. Asustada, se acurrucó contra su dama de cría y le cogió la mano, buscando protección. A pesar de la inconsciente adoración que estaba sintiendo por aquel encuentro, la mujer encontró el raciocinio para entender que debía defender a la niña. Soltó la mano, en la que quedó traspasada una pequeña mancha de sangre, y la posó sobre el corazón de la princesa.
- Vuestra Majestad acepta el presente y os agradece sinceramente el esfuerzo que ha supuesto proporcionárselo.
Nadie respondió durante un instante, pero la tensión se incrementó. Ya nadie sonreía ni miraba a la niña enternecido: quien no parecía enfadado, mostraba una expresión de profunda tristeza, e incluso en los ojos de algunos de los hombres se podían ver pequeñas lágrimas.
- Desearíamos que ella misma nos transmitiera el mensaje.
Esta vez el ataque fue más evidente para Lydia, y ni siquiera necesitó acudir a su dama de cría para saber lo que debía hacer. Tragó saliva un par de veces y, temblando el cuerpo y la voz, se dispuso a hablar:
- Siento mucho la actitud que he tenido hacia vuestro regalo. Ahora entiendo lo que ha significado para vosotros dármelo, y lo aprecio por ello.
Fue como si hubiera pronunciado un hechizo: las expresiones serias de los presentes se relajaron instantáneamente, y las sonrisas encantadas regresaron.
- Muchas gracias, Majestad – el mismo hombre que la había amenazado volvió a dirigirse a ella, pero ahora su sonrisa se parecía a la que habría esbozado un padre – su aceptación es la mayor cura para nuestro corazón.
Lydia observó asustada cómo los caballeros, ahora alegres, abandonaban sus puestos y se arremolinaban a su alrededor. Disimuladamente, miró de nuevo a su dama de cría y pudo ver que ella también estaba preocupada. La mujer le indicó con un silencioso gesto que no mostrara su ansiedad, y ella la obedeció lo mejor que pudo.
- Y ahora, princesa, ¿querrías acompañarnos para continuar la visita a tu nuevo palacio?
- Sí, claro.