Camina tambaleante por las calles empedradas de la ciudad,
convertido por el alcohol en un mero cuerpo humano que se balancea a merced del
viento. La gente a su alrededor le mira con desprecio, guarecida de la lluvia
mientras el agua empapa su pelo y su ropa; las madres apartan a sus hijos de
él; los hombres le critican a su paso; todos se avergüenzan de ese miserable
borrachuzo.
Él también.
Pero, ¿qué puede hacer? La bebida le ayuda, sólo con ella
puede superar el día a día, es lo único que puede ayudarle a soportar la
desaparición de Timothy.
Sucedió un día de tormenta, dos años atrás. Aquella tarde,
como tantas otras, su hermano le pidió permiso para salir a jugar con sus
amigos, y él aceptó. ¿Por qué iba a decir que no?, todos lod niños de su edad
pasaban el día corriendo por las calles y nunca ocurría nada. Pensó que
volvería a casa para cenar.
Pero llegó la hora de la cena y el pequeño no apareció,
tampoco lo hizo a la hora de la chimenea, ni a la de irse a la cama. La
preocupación se adueñó de él, la tempestad no
le importó en absoluto cuando salió
a la calle y corrió hacia el cuartel.
A la mañana siguiente, los soldados comenzaron la búsqueda:
colocaron retratos por las calles, pero nadie le había visto; preguntaron a sus
amigos, pero resultó que ni siquiera habían estado con él esa tarde; le buscaron
por el bosque, pero no le encontraron. Semanas después, le dieron por muerto y
nadie volvió a ocuparse de él.
Inconscientemente, sus pasos le han dirigido al puente que
comunica la población con el bosque, el llamado puente de los deseos. Dicen
que, si pides un deseo subido en él, este se cumple. Ojalá fuera verdad.
Aunque no cree en esas historias, se detiene en la cima. La
lluvia y el viento han despejado su mente de la influencia del alcohol y el
recuerdo de su hermano le ataca sin piedad: las ganas de vivir plasmadas en sus
ojos azules, su brillante sonrisa, su voz al leer junto a la chimenea, sus
abrazos… Abrumado y aturdido, se encoge sobre si mismo y libera en un llanto
toda la tristeza que le provoca su ausencia.
-
Quiero que vuelva – un susurro se cuela entre
los sollozos – por favor, devuelveme a Timothy.
De pronto, la lluvia se detiene y el joven nota en la nuca
el calor del sol, oculto desde hacía días. Se hace el silencio hasta que unos
débiles pasos se aproximan a él desde la arboleda.
-
Adam, ¿eres tú?
Sus piernas reaccionan antes que sus oídos. De un salto, se
incorpora y se coloca frente al niño.
-
¿Timothy? – asiente sonriendo, la luz del sol
arranca reflejos cobrizos de su pelo - ¿de verdad estás aquí?
La risa se mezcla con las lágrimas que aún luchan por vivir en su rostro. Sin pensarlo, se lanza a sus brazos, olvidando por un segundo
que es mayor y más fuerte que él.
-
Oh, pequeño, mi niño. No sabes cuánto te he
echado de menos.
Al escucharlo, estrecha sonriente los brazos en torno a su
hermano.
-
Y yo a ti.
Qué texto tan lleno de sentimiento, me encantó leerlo.
ResponderEliminarGracias por compartirlo <3
Me alegro de que te haya gustado.
EliminarGracias a ti por leerlo y comentarlo :)
Un beso.
¡Hola guapa! ^^
ResponderEliminarQue texto más bonito, me ha encantado, es precioso.
Un besito ♥
¡Hola! Muchas gracias.
EliminarUn beso :)
Otro relato más que toca la fibra sensible. Muy bonito y enternecedor. Enhorabuena, tus relatos son siempre cargados de sentimiento y emoción, contados de una manera muy especial, esa qué sólo tu sabes, muy personal, y que te caracteriza como escritora. Cada uno de tus relatos transporta al lector a conmovedores sueños. Ya nos gustaría a nosotros soñar algo parecido.
ResponderEliminarBesitos al viento.
Muchas gracias, la verdad es que no sé cómo lo hago... digamos que me sale solo.
EliminarGracias, mil gracias, ahora mismo me siento como Iris de asomo y soy feliz. Gracias por seguir soñando con lo que escribo.
Besitos al viento, jaja.