domingo, 10 de agosto de 2014

Galatea de Nalien.

Se acurrucó en su rincón, haciéndose un ovillo entre los dos gruesos árboles a orillas del río, y cerró los ojos, dejándose arrullar por el sonido del agua. Aquel lugar la había acompañado desde que era niña, y en ese momento le recordó tiempos más inocentes, como cuando jugaba con Lucan y Meril en el agua sin más preocupación que la de evitar que su amigo les sumergiera la cabeza. Ojalá pudiera volver a esos momentos…
Galatea ya no era una niña, ni por asomo. Con 21 años humanos, había dejado de ser una pequeña criatura que correteaba entre los mayores y devoraba todas las historias que se ponían a su alcance, para convertirse en una auténtica princesa elfa con claras posibilidades de heredar el trono de sus padres.
Y ellos así lo habían decidido. Hacía poco más de un mes, los reyes de Nalien presentaron públicamente su abdicación y la eligieron a ella, de entre todos sus hijos, como la más adecuada para sucederlos. Todos estuvieron de acuerdo, hasta sus hermanos, ya que tenían asumido y aceptado que en el reino no se ascendía al trono por otra cosa que no fueran las cualidades personales, y en seguida se iniciaron los trámites para su coronación. Todos estaban seguros de que la joven haría un buen papel.
Menos ella misma.
Tenía miedo, no podía negarlo. Hasta el día del anuncio se había visto con posibilidades de reinar pero ahora, cuando ya era una realidad, veía en cualquiera de sus hermanos a alguien mejor que ella para la tarea: Manuor era más fuerte, Delia le parecía mejor estratega, nunca se había percatado de la inteligencia de Duman, ni de la presteza con la espada de Niala…
El trono era demasiado: demasiada responsabilidad, demasiada presión, demasiado grande. Deseaba ser pequeña otra vez, una princesa elfa de poco más de un metro de altura que podía escabullirse y salir corriendo sin apenas problemas. Ahora no podía hacerlo, no podía huir, las normas lo prohibían.
-          ¡Galatea!
Sobresaltada, se volvió hacia la voz de Manuor. Su hermano, alto y musculoso, la miró sorprendido, con unos ojos grises idénticos a los de ella.
-          ¿Qué haces aquí? Todo el mundo te está buscando, tienes que ir a arreglarte, la ceremonia de coronación empezará en dos horas.
-          Lo sé, yo sólo… - dirigió la vista al río apesadumbrada – sólo quería estar un rato a solas.
-          Escucha, sé que estás asustada, pero lo harás bien – suspirando, su hermano la ayudó a levantarse – si papá y mamá te han elegido será por algo, ¿no? De nosotros, tu eres la más capacitada para subir al trono, serás una gran reina, estoy seguro. Yo creo en ti.
Galatea le miró, sonriendo. Manuor siempre había sido un gran apoyo para ella, siempre la había apoyado y defendido, y a su lado había encontrado un gran amigo en el que podía confiar. Además, poseía el don de saber qué decir en cada momento exacto para sacar de la gente de alrededor lo mejor de sí mismos. Con esa última frase, lo había vuelto a conseguir.
Cogidos de la mano, se encaminaron hacia palacio. Estaba cerca, a apenas diez minutos, y pronto atravesaron la inmensa puerta de madera para encontrarse en el inmenso vestíbulo, donde un montón de gente iba y venía ultimando los detalles de la inminente ceremonia. Al pie de las escaleras vieron a Niala, que pareció volar hacia ella.
-          ¿Qué haces? ¿Dónde estabas? ¡Vamos!  te están esperando con todas sus asistentas en tus aposentos, tienes que arreglarte. ¡Mírate! ¡Ni siquiera estás vestida!
Llegaron a su habitación antes incluso de que hubiera podido reparar en el camino que había recorrido. Allí, de pie, esperaban Rondia, una elfa mayor y regordeta, acompañada de dos ayudantes más jóvenes y varias pequeñas hadas que volaban todas a la misma altura.
-          Te dejo en sus manos – Niala ya estaba arreglada, con un sedoso vestido verde y su largo cabello rubio plagado de pequeñas luces del mismo color – me voy a seguir preparando todo, ¡ahora te veo!
Salió y cerró la puerta tras de sí, dejándola sola con sus criadas. Sin miramientos, con una profesionalidad digna de admirar, las elfas le despojaron del vestido azul con el que había salido y la vistieron en su lugar con uno morado, más elegante, decorado en la cadera y el cuello con vistosos bordados dorados que brillaban a la luz del sol. Cuando las hadas procedieron a embellecer su rostro y su pelo evitó mirarse al espejo, consciente de que los nervios la desbordarían si lo hacía. Sólo cuando hubieron terminado se dignó a presenciar el resultado final.
Estaba increíble, apenas parecía ella: con el vestido morado su porte se antojaba regio y decidido; sus ojos grises destacaban  en su rostro como pocas veces lo hacían, enmarcados por unas pestañas más largas de lo habitual; su cabello castaño, normalmente caído sin orden sobre sus hombros, descansaba acomodado en una complicada trenza decorada con sobrios hilos púrpura.
-          Sé que os gustan las luces, princesa – observó Rondia recordando los adornos que su hermana llevaba ese día en el pelo – pero hoy debe destacar la corona.
-          Lo sé, muchas gracias por todo – ante el asombro de las presentes, la muchacha se giró y abrazó a su sirvienta, que la había vestido durante todos esos años. Tras una breve vacilación, la anciana sonrió y respondió a su abrazo.
-          Estoy orgullosa de ti, pequeña.
-          Gracias.
-          Ya es la hora, debemos bajar al salón – una pequeña hada, que acababa de salir de la sala, volvió a entrar con un deje de histeria en la voz.
El corazón se desbocó en su pecho, pero consiguió disimularlo. Había llegado el momento, ahora sí, y comprendió que si quería inspirar confianza a su futuro pueblo debía aprender a disimular sus inseguridades, empezando en ese preciso instante. Tras mirarse una vez más en el espejo, respiró hondo y salió tras su séquito de los aposentos.
Cuando llegó al salón del trono, encontró la puerta cerrada. Las mujeres ya habían pasado y, cuando tomaran asiento, llegaría su turno. Aún le dio tiempo a respirar tres veces antes de que las puertas se abrieran y una voz anunciara su llegada.
-          ¡La princesa y futura reina, Galatea de Nalien!
A medida que avanzaba por el largo pasillo, sintió las miradas de todos los que estaban allí: todo el pueblo, o al menos la gran mayoría, habían podido acudir gracias a las dimensiones del salón; los sirvientes y lacayos de la familia, al fondo, contemplaban la escena; por el contrario, las familias más influyentes del reino, entre las que se encontraban las de sus amigos, estaban en la parte delantera, sólo detrás de sus hermanos. Sin embargo, ella no miró a nadie ni sucumbió a los susurros que escuchaba a sus costados, su mirada permanecía impasible dirigida al frente, donde sus padres, situados cada uno a un lado del trono, la esperaban de pie.
Al llegar a su lado buscó sus miradas: su madre, aunque lo intentó, no pudo evitar dibujar una fugaz sonrisa; su padre no varió el gesto, pero ella pudo apreciar el orgullo en su mirada. A una seña del rey, hincó una rodilla y bajó la cabeza, donde su padre posó la mano.
-          ¿Juras, Galatea, proteger el reino de Nalien ante cualquier adversidad que se le presente?
-          Sí, juro.
-          ¿Juras proteger a sus habitantes siempre que sea necesario?
-          Sí, juro.
-          ¿Juras servir con fidelidad y dedicación a tu pueblo?
-          Sí, juro.
-          ¿Juras hacer honor a tu cargo y defender el trono por encima de cualquier cosa?
-          Sí, juro.
-          Así pues yo, Rodwal III de Nalien – por un momento, el elfo separó su mano de ella – te nombro a ti Reina Galatea I, señora de Nalien – en cuanto pronunció la frase, posó una corona dorada en la cabeza de su hija.
Escuchó los estruendosos aplausos justo en el mismo instante en el que sintió cómo la joya reposaba sobre ella. Estaba aturdida, pero continuó con el ritual y se levantó mirando fijamente a sus padres con, ahora sí, una sonrisa valiente en el rostro. Aún con ella, se volvió hacia su pueblo y se sentó en el pesado trono plateado que, a partir de entonces, era suyo. Los aplausos reverberaban en las paredes de piedra, multiplicándose. Recorriendo la sala pudo ver a sus hermanos; a Meril; a Lucan, que aplaudía más que nadie con una gran sonrisa en la cara; pudo incluso ver a Rondia, de pie al fondo, aunque no por eso menos alegre…
-          ¡Viva la reina Galatea, viva!
-          ¡VIVA!
No podía creerlo, era reina, y no tenía miedo, ya no. Los nervios y el temor se habían esfumado, dejando paso a la felicidad y al orgullo por ese pueblo que la alababa y la quería. No tenía nada que temer, se sentía valiente, fuerte y habilidosa, capaz de proteger y luchar por su reino, capaz de ser la mejor reina de Nalien.

La reina Galatea de Nalien. 

2 comentarios:

  1. Por fin una historia de elfos. Jaja. Como he leído tantas, me recuerda a algunas. El nombre me es parecido o igual al de una elfa de la saga que estoy leyendo El Ciclo de La Puerta de la Muerte; concretamente del segundo libro. Luego la responsabilidad ante la corona me recuerda a otra princesa aunque esta no es elfa del libro Athenya 1. Vraemonios de Cristina Guerrero. Y el vestido me recuerda al de cierta princesa elfa en su boda, de no recuerdo que libro... así, podría ser Dragonstones... podría ser (ya te he dado un spoiler de los últimos capítulos, jeje).
    Bueno, por fin he leído y comentado tu blog de cabo a rabo, jeje es una expresión que se utiliza mucho por aquí. He disfrutado mucho haciéndolo y lo seguiré haciendo ¡XD es buenísimo!
    Está lleno de historias y sentimientos plasmados sobre el papel, contados de una manera muy especial (no sé explicarlo. pero tienen algo que respira magia, sencillez y madurez al mismo tiempo, no sé, no sabría decir...) y con mucho talento.
    Te comento que hoy pienso recomendarlo en Facebook en el grupo Compartiendo Historias.

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    1. No suelo escribir sobre elfos, la verdad, considero que están... no sé, bastante vistos. Pero vi una imagen (que no he subido por si luego continúo con esta historia) de una elfa y de repente me inspiré, sabía que protagonizaría alguna historia y que se llamaría Galatea (surgió en menos de un segundo). La historia surgió después.
      Eso ha sido un spolier muy feo, sobretodo porque creo saber quién es y ahora tengo muchas ganas de leer el capítulo :( jajaja (no, en serio, quiero leerlo).
      Siento como si se hubiera terminado una era jaja. Yo también seguiré leyendo el tuyo.
      Jo, muchísimas gracias de verdad, no soy consciente de todo eso y la verdad es que me impresiona mucho cuando alguien lo ve.
      Muchas muchas muchas gracias, jo, de verdad, no sé cómo agradecerlo.
      Un fuerte abrazo.

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